LA YOYOBA / OPINIÓN

La culpa es de la semántica

13/10/2017 - 

Desde que la RAE aceptó las palabras almóndiga y asín, vivo sin vivir en mí. La lexicografía se ha echado al monte asumiendo vulgarismos que, a fuerza de un mal uso mayoritario, se han ganado su entrada en el diccionario. Una rebeldía popular, un tumulto lingüístico en toda regla que ha socavado los muros de la esplendorosa institución. Ahora resulta que la Real Academia de la Lengua es más reformable e inclusiva que la propia Constitución española.

Por otra parte, la semántica, “que estudia el significado de las palabras, así como las diversas relaciones de sentido que se establecen entre ellas” también parece que ha entrado en crisis desde que somos incapaces de ponernos de acuerdo sobre el significado del discurso de Puigdemont. Ahora todos somos expertos en aspectos semánticos del lenguaje y cualquiera se erige en autoridad decodificadora: los fiscales, los jueces, los políticos, los militares, los periodistas y hasta quien no sabe hacer la o con un canuto, entre los cuales no excluyo a algunos de los colectivos anteriormente mencionados ni a mí misma.  Ante este dislate semántico, a Rajoy le quedaban tres opciones. Convocar a un grupo de expertos de la Academia para descifrar el enigma del President, preguntarle al susodicho “¿esto qué es lo que es?” para que el interpelado se lo traduzca o asumir lo que le piden muchos de sus correligionarios invocando el artículo de “habla trucho que no te escucho”. Sin embargo, el presidente ha renunciado a los expertos y solo ha recurrido, que se sepa, al Consejo de Ministros y al líder de la oposición, a quien tampoco se le entiende mucho de lo que dice. Así que, en este peloteo surrealista de pronombres adjetivos y demostrativos (tuyo, mío, nosotros, vosotros) en que se ha convertido la política española, Mariano Rajoy ha tirado por el camino de enmedio, le ha devuelto un burofax envenenado y a ver cómo queda la cosa.

Sin embargo, esta trifulca semántica es mucho más divertida que la reyerta de banderas que se venía librando en calles y balcones. La estelada, la senyera, la rojigualda ¿y la europea? enzarzadas en una bronca antediluviana sin visos de cerrar heridas. Prefiero el diccionario como tablero de debate, aunque sin menospreciar la crueldad que pueden encerrar las palabras usadas como cócteles molotov. Es como una guerra civil de sinónimos y eufemismos cuyo último objetivo es desconcertar al bando contrario sin que se note demasiado la batalla propagandística implícita.

Todo empezó hace tiempo con el verbo condenar, ¿recuerdan? Era realmente cómico.  ¿Usted condena el terrorismo?, preguntaban políticos y periodistas. Yo repruebo, censuro, critico, maldigo, desapruebo, abomino, deploro..., se escabullían los que se negaban a utilizar ese verbo convertido de la noche a la mañana en un posicionamiento político. Ese galimatías semántico se ha extendido a otros muchos vocablos que disfrazan un significado polémico amparándose en eufemismos y paráfrasis. Así, el valenciano se define como “variedad del catalán que se habla en gran parte del antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia” y la lengua de la Franja aragonesa pasó a llamarse oficialmente LAPAO (Lengua Aragonesa Propia del Área Oriental). Lo mismo ocurre con el verbo “abatir” que ha venido a sustituir el verbo “matar” cuando se refiere a actos de violencia policial justificados por los medios de comunicación. Con adjetivos como “nazi”, que está ampliando su significado o  “independentista” que se está convirtiendo en un gentilicio. Con tanta innovación expositiva y discursiva no me extraña que los índices de comprensión lectora de los jóvenes españoles estén por los suelos. En el próximo informe PISA deberían incluir el discurso de Puigdemont, verás qué risa. O mejor aún, traducirlo a un lenguaje de códigos binarios donde no hay interpretaciones que valgan. Pero mientras tanto habrá que asumir que la cuestión catalana se dirime en el estrecho margen semántico que separa una declaración de una proclamación. Es que cuando Puigdemont se pone gallego no hay quien le entienda.

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