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vals para hormigas / OPINIÓN

La Ciudad de la Calima

16/03/2022 - 

Se nos han coloreado los días como las fotos de nuestra infancia, la de quienes tenemos más canas que vergüenza. La calima del desierto tiñe de naranja la vida como los ácidos y los días tiñen de sepia las instantáneas en que aún tenemos el pelo repeinado, las gafas recién estrenadas y la sonrisa esculpida a machetazos de dientes de leche. Parece como si la arena del Sahara, en realidad me gusta pensar que cruzo las calles hacia mi barrio con la ropa bombardeada por la arena del Sahara como un Lawrence de Arabia desorientado, parece, digo, que la realidad nos quiera devolver a un tiempo anterior. Aquellos años en que todavía no asistíamos a un momento histórico tras otro. Tan 1979 como 2019. Aquellos años en que las guerras las comandaban siniestro espías con parche en el ojo, las vacunas las recibíamos en una sala de estar del colegio y todavía no nos habían estafado con el pufo millonario de Ciudad de la Luz.

Nunca creí demasiado en el proyecto, pero, con todo, la herida de Ciudad de la Luz sigue avisándome de que llegan días como estos, en el que el tiempo no sabe si regar o sembrar un bancal de alcachofas. La pérdida de la ilusión de un cinéfilo es como el reuma en los huesos. Uno acaba acostumbrándose, pero el dolor no desaparece. Ayer, Ximo Puig anunció que Europa ha sacado el loco proyecto de Berlanga del rincón de pensar, en el que los estudios aguardaban de rodillas, con los brazos en cruz y las manos llenas de gavillas de facturas falsas, subvenciones ilegales y adjudicaciones anómalas. Y pese a la sorpresa inicial, antes de volver a ilusionarme en cinemascope, saco todo mi arsenal de rencores y resentimientos, que son muchos. El cine, sobre todo en su versión de sala oscura, es mi inhalador contra el asma que producen estos días de ambiente irrespirable. Dejé una novia a la que no le gustaba el cine, perdí un diente porque una pandilla me quiso robar el dinero para la entrada, robo horas a lo básico para poder ver a Norma Desmond bajar la escalera de su mansión. Una y otra vez. Cualquier ataque que recibe el Séptimo Arte lo tomo como algo personal.

En Alicante, como en casi todas partes, hemos cambiado las salas por supermercados. En Alicante, como en casi ningún sitio, la programación de la Filmoteca ha desaparecido porque siempre fue una burbuja de gas. En Alicante tenemos un festival que siempre llega mal y a contratiempo. Y el fantasma del Ideal. Tuvimos la oportunidad de ser grandes cineastas o intérpretes de alfombra roja, de participar en el montaje de nuestros sueños, de escribir las historias de los demás, de ser carpinteros, electricistas, scripts, críticos o investigadores. O solo simples espectadores que se emocionan de reconocer alguna localización en la pantalla, algún nombre en los créditos del final. Nunca se ha tratado bien al cinéfilo de la cuarta o quinta, depende de Málaga, provincia en número de espectadores, la que más cines por cabeza exhibía en las gráficas nacionales. Tocaría, con la vuelta de Ciudad de la Luz a su ser primigenio y audiovisual, que esta vez la idea de Berlanga la desarrollara un buen guionista. No hace falta que sea Rafael Azcona. A veces tan solo necesitamos ver que hay historias que acaban bien.

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