En la película 13 campanadas (Xavier Villaverde, 2003), un joven escultor llamado Jacobo interpretado por Juan Diego Botto descubría que su cerebro había borrado una hora entera de su memoria para protegerle de un trauma, y de ahí que la campanada de la una de la madrugada se hubiese sumado en su recuerdo a las doce de la medianoche anterior. Este mecanismo de bloqueo, ampliamente estudiado en psiquiatría, se ha llevado al cine en otras muchas ocasiones que probablemente sean más recordadas, al estar protagonizadas por miembros del star system como Robert de Niro (en El escondite, de 2005) o un increíble Jim Carrey en la magnífica El número 23, de Joel Shumacher (2007).
Algo parecido a la hora de vida 'perdida' de Jacobo/Juan Diego Botto le ha debido suceder al molt honorable, Ximo Puig, con el 1 de marzo de 2021. Pues en puridad, y ateniéndonos al decreto de restricciones del 12 de febrero, publicado en el Diari Oficial de la Generalitat Valenciana (DOGV), la validez de dichas medidas se prolongaba hasta las 23.59 horas del primer día de marzo, según su disposición adicional única. No seré yo quien niegue lo traumático de la pandemia (en lo personal y en lo económico, que es de lo que se ocupa esta columna) y de las consecuencias que para mucha gente tienen restricciones como las reflejadas en dicho decreto. Pero no se si tanto como para que en el cerebro del presidente y los miembros de su gabinete las doce campanadas del 28 de febrero se hayan unido con la una de la madrugada del 2 de marzo. La campanada número 13.
Más allá de disquisiciones legalistas que podrían, llegado el caso, llevarnos a terminar en un contencioso administrativo, las implicaciones de esas 13 campanadas valencianas son palpables en el bolsillo de los sufridos administrados. Como todos ustedes ya sabrán, tanto si son propietarios, empleados o usuarios de algún establecimiento hostelero (es casi imposible que no estén en alguna categoría), y Alicante Plaza les ha contado este mismo lunes, las terrazas han podido reabrir el 1 de marzo, al tiempo que el comercio podía volver a abrir hasta las 20 horas y se levantaban los confinamientos de fin de semana a grandes municipios. Una buena noticia, dirán. Sí y no, según se mire. Porque esas 24 horas 'borradas' del decreto de restricciones previo suponen también para los autónomos del sector hostelero renunciar a entre 750 y 1.100 euros, según el caso. Y no está la pandemia como para ir perdonando opciones.
La clave del asunto está en el marco legal estatal diseñado por el Gobierno de Pedro Sánchez para dar algo de oxígeno a los trabajadores por cuenta propia, que se están llevando la peor parte en esta película de terror psicológico. Primero: si el autónomo pasa un solo día del mes en cuestión cerrado, se le perdona la cuota de autónomos de dicho mes y del siguiente. Segundo: si está percibiendo la prestación por cese de actividad (el "paro de autónomos"), tiene derecho a percibirla hasta el mismo mes en que decaiga la prohibición administrativa que le impedía trabajar. Si las restricciones del Consell hubiesen decaído a las 23.59 horas del 1 de marzo, como establecía el decreto anterior, y no a la misma hora del 28 de febrero, como ha sucedido finalmente, los 50.000 autónomos que se dedican a la hostelería en la Comunitat Valenciana habrían estado obligados por la autoridad competente a estar cerrados un día en marzo, y por tanto habrían conservado ambos derechos.
Pero no ha sucedido, porque quizá llevado por las prisas por dejar atrás otra etapa traumática de la era postcovid, pensando además (supongo) en lo mejor para sus conciudadanos, o quizá cayendo en la trampa mental de dividir en quincenas un mes que no las tiene porque sus mitades son de 14 días, Puig ha decidido que el 1 de marzo esos 50.000 hosteleros estuvieran abiertos. Y de no tener que pagar 300 euros en abril y cobrar 472 euros en marzo, se ha pasado a la situación totalmente inversa. Puede que los algo menos de 800 euros que hacen la diferencia para la mayoría (los que pagan la cuota mínima) no parezcan demasiado escritos en estas líneas, pero a estas alturas del thriller, pueden suponer para alguien la diferencia entre pagar la hipoteca este mes o no, o poder ir al supermercado o no.
Dudo mucho de que con los cafés y las cañas que hayan podido servir todos esos establecimientos este lunes (los que tienen terraza, porque además hay 8.000 locales que en teoría no están obligados a cerrar pero no tienen terraza que abrir) hayan facturado los 800 euros que les cuesta no haber estado cerrados un día más. Esperemos que al menos esta nueva desescalada, la vacuna y el buen tiempo les permita recuperar poco a poco el volumen de negocio perdido, y que no tengan que echarlos de menos.
Ha sonado la campanada número 13.