vals para hormigas / OPINIÓN

La Alcaldía maldita

29/11/2017 - 

Uno ya no sabe si está maldita, si es mala suerte o si lucimos una medalla de latón a los méritos desaprovechados. El caso es que la Alcaldía de Alicante empieza a parecer el garito en el que envejecen los candidatos a Gran Hermano que fueron eliminados a la primera y se buscaron un acomodo a la altura de sus capacidades. De Lassaletta no puedo hablar más que de oídas, porque estrené los pantalones largos durante las revueltas que provocó Ángel Luna al adelantar el cierre de los pubs del Barrio a las 3.30 horas, justo cuando acababa el porno codificado del Canal Plus y empezaban los partidos de la NBA de Michael Jordan. Tras él, quienes esperaron una legislatura del PP tras otra a que el trono se tapizara de distinto color tuvieron que conformarse con el presunto socialista Gabriel Echávarri, que no ha hecho más que confirmar que Ángel Franco es el director de casting que propuso a Ronald Reagan para el papel de Rick en Casablanca, solo por joder.

Entre medias, la factoría del Partido Popular testó los límites de nuestra paciencia. Luis Díaz Alperi, a quien mi maestro Adrián López calificó una vez de alcaldoble, rompió el botón de eyección nada más ponerse al volante de la ciudad. Allí siguió durante dos décadas, con el joystick de mando en una mano, mientras con la otra acariciaba un gatito de villano de James Bond, el pelo de una concejal o la combinación de la caja fuerte en la que guardaba nuestro dinero. Nadie lo echó, lo cual dice bastante de un pueblo que se cegaba cada vez que Alperi pisaba la lona y repartía mamporros electorales con su oratoria de barrio y su manual de gestor manchado con la grasa de un pincho de tortilla y el rodal de una caña bien tirada.

Alperi era un trapisondista con unos bolsillos que no le cabían en el pecho, pero solo cuando empezaron a apretarle las hechuras de los escándalos dejó que le sucediera Sonia Castedo. Todavía no había cerrado la puerta de su antiguo despacho en la Concejalía de Urbanismo y Sonia ya estaba en cabeza de una manifa en favor de los obreros de Alcoa, aunque luego supimos que el sindicato que comandaba era solamente de ámbito íntimo y familiar. Castedo era una gangsta de extrarradio a la que le gustaba jugar a las casitas, una macarra del hipódromo, calificativo que ya le ofendió una vez y que me dejó sin cobrar la paella que aún me debe por no haber sabido rescatar al cine Ideal del iceberg de sus propietarios.

Lassaletta supo ganarse el recuerdo untando la recién estrenada democracia con esencia de coca amb tonyina. Luna era un pitagorín con telescopio y el pasaporte siempre en el bolsillo. Alperi podía vender bufandas en el Caribe sin soltar el cubata ni abandonar la partida de dominó. Castedo quiso ser la popular del instituto y se hizo muy amiga de sus amigos gracias a su caja de rotuladores. A Miguel Valor más vale no mezclarlo con según qué compañías. Solo nos quedaba padecer a un incapaz, a un maquiavelo de cartón y sin ingenio, al resentido al que alguna vez debieron dejar atado en el patio del colegio, al suspenso en Matemáticas, al loco que se cree Napoleón sin estar loco ni llevar corona, a la nada hecha alcalde que llegó al cargo por descarte y porque los votantes confundieron a Guanyar con el Podemos que llegó a la semifinal de la Champions.

Puede que la Alcaldía de Alicante esté maldita. Puede que tengamos mala suerte. Puede incluso que nos merezcamos un alcalde como Echávarri. Más vale que vayamos pidiendo cita con el psicólogo o con un exorcista. O asilo en Sebastopol.

@Faroimpostor