vals para hormigas / OPINIÓN

Juego de izquierdas

2/08/2017 - 

La mayor diferencia entre la derecha y la izquierda es que la primera sabe que no tiene por qué jugar. En la oca del Partido Popular, solo hay una casilla entre el uno y el sesenta y tres, la que obliga a elegir líder. Una vez resuelto el color de la ficha, con la siguiente tirada ya se puede alcanzar la meta. En el otro lado del tablero, sin embargo, está el parchís de la izquierda, al que como mínimo se presentan cuatro jugadores con más afán de comer una y contar veinte que de alcanzar la casa en la que reposar cuatro años de un tirón. Si añadimos que cada izquierda presenta sus propias reglas, la confusión puede alcanzar proporciones homéricas, de tal manera que uno saca ficha con el seis y el siguiente pide el quesito naranja. Da igual. Al final, lo que cuenta es el resultado, como en los equipos de Mourinho, y en la política, la regla de las sustituciones a mitad de partido es mucho más permisiva.

Así, mientras en el PP valenciano tratan de decidir si juegan con Isabel Bonig o la agitan en el cubilete de los puestos de consolación, el PSPV se ha empeñado en copar todo el tablero antes de que empiece la partida. La jugada es evidente, se trata de agotar las existencias de banderas en las tiendas de los chinos para demostrar que nadie siente los colores como ellos. De esta manera, abren agujeros bajo los pies de Compromís, con la esperanza de poder arrebatarles el sentimiento patrio y las migajas de lo que pueda venir del norte de Vinaròs. Los socialistas tienen un serio problema de orientación. Cuando quieren virar al centro, se vuelven de derechas y cuando el viento sopla hacia la izquierda, se convierten al chauvinismo. Que es lo mismo que hacen los peronistas en Argentina, pero con mucho más rédito electoral y bastantes menos complejos. Ahora que nos hemos quedado sin Jeanne Moreau, el mundo se ha hecho mucho más difícil de entender. Pero lo de que el nacionalismo forme parte de un tiempo a esta parte del ajuar de la izquierda es un enigma que ya venía de antes.

A todo esto, llega agosto e impone su tiranía centígrada y su chicharreo de aires acondicionados. Estaría bien que en los círculos de poder de la izquierda tricolor valenciana -que no siempre coinciden con los photocall de las administraciones- aprovecharan las vacaciones y el ecuador de la legislatura para replantearse lo que están haciendo. Y, sobre todo, lo que no. Las últimas elecciones llevaban como nota a pie de página que el pacto, el acuerdo y el consenso marcaban la fecha de caducidad del apoltronamiento del PP. Y da la impresión de que lo único que se ha trazado hasta ahora es la vía rápida y las repeticiones del ejercicio continuado del codazo en el costado, para ver quién se posiciona mejor en los próximos comicios. Con un verano en el que la página de deportes ocupa la sección de tribunales, la página de nacional tiene como capital Caracas y la página de política es en realidad una radiografía de los intestinos, no es fácil centrarse y escapar de la bruma. Pero a la izquierda le conviene aplicarse, porque las vacaciones de verano duran menos que un alto cargo en la administración Trump. Y como dicen nuestros abuelos, después de agosto, no queda nada para Navidad.

@Faroimpostor