Emprendemos una expedición por los asuntos que invaden de forma recurrente la mente (y el corazón) de nuestros agentes culturales
VALÈNCIA. Hace unas semanas, los misteriosos senderos de las redes sociales se vieron inundados por un debate sobre la supuesta asiduidad con la que los ‘hombres’ (así, en general, con esa brocha gorda que exige la hipervelocidad 2.0) pensaban sobre el Imperio romano. En poco tiempo, la conversación se desplazó hacia costas más personales: por aquí y por allá distintos usuarios empezaron a compartir cuál es su ‘Imperio romano’ particular. O dicho de otro modo, qué cuestiones se apoderan de su espíritu de manera recurrente, qué fijaciones les acompañan día a día y forman parte de su manera de estar en el mundo. Tras otear el fenómeno, y con nuestros gorros de antropólogo calados hasta las cejas, en Culturplaza nos hemos lanzado a averiguar qué rincones mentales visitan obsesivamente los profesionales de la creatividad con los que compartimos latitud.
La primera monomanía cultural de Raquel Bada, directora de Bamba Editorial, fue la escritora estadounidense Joan Didion (una santa a la que le rezamos mucho por estos lares): “cuando comencé a trabajar como periodista, intentaba proponer como fuera piezas sobre la autora o relacionadas con ella. Quería una excusa justificada para explorarla, leerla e investigarla”. Así, relata cómo en sus primeras fases de inmersión en la galaxia Didion repasaba su imaginario, “el impacto cultural de sus escritos, su estilo depurado e inquisitivo, sus temas fetiche, su figura como icono cultural… Quería entender la decadencia del sueño americano a través de sus ojos”. Y aquí, una llamada a la audiencia de este periódico, a ver si algún lector puede brindarle una pista: Bada lleva años rastreando “una copia original de su primer artículo en Vogue, cuando publicó el ensayo On self respect. De vez en cuando entro a ‘bichear’ webs de subastas, por si acaso alguien tuviera esa revista olvidada sin conocer su valor”.
Los ‘Imperios romanos’ del escritor y periodista Jorge Salas se mueven con dos ritmos distintos: “si contesto lo primero que se me pasa por la cabeza, sería, sin duda, Wallapop y los gatetes. Si reposo un poco la respuesta, diría que es el capitalismo en todas sus formas. Soy el meme del señor que se parece a Maduro y juega a las cartas, el de «el problema es el capitalismo» en cualquier conversación casual. Todo el rato”.
Seguimos con las dicotomías, pues las obsesiones de Manuel Garrido (ilustrador, gestor cultural y librero en Bartleby) también corresponden a dos categorías taxonómicas diferentes: están aquellas que “reaparecen cíclicamente” y otras que “nunca se van del todo”. De los intermitentes, destaca “la Danza Macabra —un tema poético y pictórico tardomedieval en el que se representa a la muerte como un esqueleto que baila alrededor de los humanos de toda clase y condición— y la operación de salvamento del patrimonio artístico durante la Guerra Civil —un episodio poco conocido y menos aún reconocido, en el que gobierno republicano consiguió trasladar las obras del Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y otras instituciones en un loco periplo de Madrid a València, Barcelona, Figueres y Ginebra, hasta regresar tras el fin del conflicto”. Respecto al cajón de filias de hoja perenne, cree que no ha pasado una semana en los últimos veinte años “sin haber escuchado, tocado o cantado alguna canción de Georges Brassens. Tampoco me resisto a perseguir y coleccionar libros, obras de arte, obra gráfica y objetos relacionados con el arte outsider, la gráfica popular o el juguete”. ¿Algunas de sus últimas peripecias? Comprar “18 cabezas de títeres napolitanos del siglo XIX o buscar por todas las librerías de París una edición concreta de un libro de los años 60 dificilísimo de encontrar ¡y encontrarlo!”.
Y ahora, algo completamente distinto, pues pocas cosas existen en esta vida más íntimas que las monomanías. En ese sentido, la mediadora cultural y fundadora de la compañía La Matallina, Elisa Matallín, tiene muy claro cuál es el elemento que enseña las orejas en casi todos sus montajes escénicos y proyectos: “siempre acudo a esos primeros cuentos que escuchamos en la infancia, como las nanas, y que al crecer olvidamos. Para recordarlos debemos preguntar a otros, investigar, buscar recopilaciones escritas… En mi pueblo viven muchas personas extranjeras y, en cuanto tengo ocasión, me encanta averiguar cuáles son esas canciones típicas de su lugar de origen”.
Esbozado el inventario de querencias, toca poner la lupa en los motivos. ¿Por qué nos obsesiona ese fragmento de la existencia y no cualquier otro? ¿Qué enredaderas mentales recorren nuestras filias más obstinadas? Según Garrido, en ellas hay “algo de lugar seguro, como ver varias veces la misma película que ya sabes que siempre te satisface. Cuando se trata de una fijación por sujetos concretos, existe algo de aspiracional. Por ejemplo, la admiración idealizada por alguien intelectualmente atrayente y con cuyos intereses me identifico, como era el comisario Carlos Pérez, me llevó durante años a comprar los catálogos de sus exposiciones”. También considera que esa inmersión temática supone “una manera de retirarse a los cuarteles de invierno y disfrutar como un ermitaño de una burbuja que siempre te da la razón. Pero como veo el peligro de convertirme en uno de esos individuos que desprecian todo lo nuevo, me esfuerzo en dejar entrar el aire y mantenerme al día en asuntos culturales, sociales y políticos que desempolvan en uno la conciencia de clase y el espíritu crítico”.
Seguir de forma constante la estela de Didion, para Bada tiene “mucho de proyección. Al final, estos ‘Imperios romanos’ propios no nos generan culpabilidad, no nos sentimos mal por ser reiterativos. Al contrario, hay mucha recreación en esa búsqueda continua de estos personajes y artefactos culturales”. Respecto a su propia monomanía, Salas señala una evidencia que nos atraviesa: “el capitalismo es algo que impregna todos los estratos de una vida. Sé que no estoy solo en la chapa anticapitalista, como sé que no hay un minuto que el capitalismo no me persiga, igual que la piedra rodante persigue a Indiana Jones en En busca del arca perdida. En cierto modo, el capitalismo es más Imperio romano que el Imperio romano. Ya le hubiera gustado al Imperio romano ser el capitalismo”.
En el caso de Matallín, la clave está en las sensaciones, en el impacto sentimental más íntimo: “a mí las nanas me emocionan mucho, así que creo que esa filia viene de haberlo vivido en mí misma. También existe un punto de placer al cantarlas y ver el impacto que producen en la audiencia, hay un gozo ahí. Además, soy muy despistada, tengo mala memoria: mi hermano recuerda detalles de toda su infancia, mientras que yo no recuerdo mucho. Siempre me ha preocupado mi falta de memoria y, con la edad, siento que olvido cosas con más frecuencia”.
Tenemos el minuto y resultado de estas hiperfijaciones, pero todo estudio en profundidad exige ir a los orígenes, a la raíz de la obsesión. Para sorpresa de casi nadie, la inquietud de Salas respecto al capitalismo como trituradora de carne humana surgió al adentrarse en los terroríficos laberintos del trabajo asalariado. “A principios de siglo conseguí mi primer empleo con un señor mayor que me gritaba todos los días. Desde entonces, he ido encadenando trabajos y preguntas que desembocan todas en el capitalismo –relata—. Es muy interesante cómo hemos comprado este sistema a pesar de que sabemos que no funciona, que es la raíz de todos nuestros problemas y que probablemente nos matará. Trabajamos cinco días a la semana para llegar al fin de semana tan cansados que qué más da. Trabajamos para poner lavadoras y compadecernos de nosotros mismos. Pero ahí seguimos, agotados, sintiéndonos culpables por no haber aprovechado los únicos dos días de que disponemos para vivir”.
Y de la (auto)explotación al hedonismo explorador. La directora de Bamba descubrió a Didion preparando un viaje por California: “quería sumergirme en el paisaje y la cultura de la zona, entrar de lleno en ella. Así llegué a la escritora y su Los que sueñan el sueño dorado (Literatura Random House). Con eso empezó todo”.“La cuestión de la universalidad de la muerte es muy atrayente. Enfrentarlo como una contemplación gozosa o lúdica le resta importancia al tiempo, lo que me da una cierta concepción disfrutona de la vida que tiene algo de Peter Pan y su ‘morir será una aventura maravillosa’. El desastroso tema de la Guerra Civil y, en concreto, la oportunidad truncada que fue la Segunda República va más allá del caso de las obras de arte. A menudo imagino cómo podría haber sido este país social y culturalmente y no puedo evitar sentir rabia y tristeza”, explica el librero de Bartleby. En cuanto a Brassens, relata que llegó él “en una escalada metafórica buscando el referente del referente: en una época estaba obsesionado con Joaquín Sabina —supongo que buscando un modelo de conducta que, por suerte, no cuajó—, de él salté al gran Javier Krahe y de este al genial cantautor francés y su humor socarrón, su antimilitarismo, su defensa de los oprimidos y su pensamiento libertario”.
Dedicándose al negocio editorial, quedar fascinada por una autora puede ser a la vez fuente de entusiasmos y de frustración. De hecho, Bada admite que, en cuanto la querencia por Didion fue calando bajo su piel, se puso a investigar “si había algo de ella sin publicar en España. Ojalá estemos a tiempo de que aparezca algún manuscrito”. Y de una hiperfijación con posibles repercusiones literarias a otra. En su primera novela, Estoy tan cansado que las ovejas me cuentan a mí (Editorial Pie de Página), Salas incluyó “casi una decena de referencias explícitas a la palabra ‘capitalismo’. En la que estoy escribiendo ahora tardo cinco líneas en mencionarlo”.
También Manuel Garrido es consciente de cómo sus filias se van colando en su rutina profesional: “no es raro que aparezcan referencias en alguna de mis ilustraciones o en mis textos o incluso en mis recomendaciones en la librería, de manera más o menos explícita. Sobre todo se refleja en un aura de cierta nostalgia por momentos del pasado, de admiración por la capacidad imaginativa del ser humano y su búsqueda del juego, de atracción por la imperfección, el azar y el accidente, todo ello con una mezcla de desazón y fascinación, de pesimismo y curiosidad”.
De igual manera, si vas a un espectáculo de Matallín, hay altísimas probabilidades de que una nana te arrulle en algún momento: “aunque no tengamos esas piezas presentes, cuando las canto, noto una emoción muy fuerte en el público. Trabajo mucho con audiencia infantil y familiar y el lenguaje corporal me dice más que el verbal. Incluso cuando es una nana extranjera que sé seguro que no conocen, hay algo en su sonido y en su ritmo que conmueve. Se crea una energía latente que, como contadora, me resulta muy estimulante. A veces digo ‘ay, lo he vuelto a incluir’, pero es que me gusta mucho ver el efecto de los cuentos en el auditorio, notar el antes y el después”.
Al fin y al cabo, la vida es menos vida si una no cuenta con un puñadito de asuntos en los que sumergirse obsesivamente hasta convertirlos en parte fundamental de su pajarería interior.