VALÈNCIA. La vida de Charlotte Gainsbourg siempre ha estado marcada por la influencia en la cultura popular de sus progenitores. Quizás por eso, la hija de Jane Birkin y Serge Gainsbourg siempre ha intentado distanciarse de su convulsa herencia familiar. Hasta ahora. En 2017, en su último álbum de estudio, Rest, el más personal de su carrera musical, incluía una canción, Kate, dedicada a su fallecida hermana y a todo el dolor que le generó esa pérdida. Ahora le toca el turno a su madre, con la que reconoce que ha tenido una relación conflictiva y a la que ha querido dedicar una carta de amor en su etapa de senectud.
El proyecto pasó por diferentes fases. Al principio quiso seguirla por una gira con orquesta sinfónica que las llevó a Japón. Pero enseguida llegaron las preguntas incómodas. “¿Por qué no me has tratado igual que a mis hermanas?”, pregunta Charlotte. Birkin no quiso escarbar en temas dolorosos y la filmación se detuvo. Años más tarde accedió a continuar. Quizás era el momento de abordar los silencios que se habían perpetuado entre ellas.
Así, Jane por Charlotte nos sumerge en la más profunda intimidad madre e hija, situándonos en un terreno casi confesional para exorcizar los demonios y curar las heridas. Por eso resulta al mismo tiempo tan desolador como reconfortante. En ocasiones resulta incómodo, porque ninguna de ellas se pone límites al hablar de sus fantasmas, pero también hay lugar para el acercamiento a través del diálogo y las palabras.
Una madre y una hija hablando, intentando entenderse y reconocerse la una a la otra en ese momento de sus vidas. Un mecanismo que interpela al espectador, más allá de que en la pantalla aparezcan Jane Birkin y Charlotte Gainsbourg, y que nos permite reflexionar en torno a las relaciones que hemos establecido con nuestras propias progenitoras, sobre todo a medida que vamos creciendo y envejeciendo con ellas.
La sombra de la pérdida, del duelo, de la vejez, se cuela por todas las esquinas. Birkin dice que ya no es capaz de mirarse en el espejo porque no se reconoce, pero no ha sucumbido a los retoques estéticos y su madurez resulta de lo más luminosa e inspiradora, aunque se establezca un inevitable paralelismo entre los años de gloriosa juventud y la resignación que se impone al entrar en la tercera edad.
En ese sentido, resulta inevitable la referencia al documental que Agnès Varda dedicó a Jane Birkin cuando cumplió cuarenta años, Jane B. por Agnès V. así como a Kung Fu Master, ambas filmadas en 1988. La crisis de la edad ya estaba presente, pero Charlotte Gainsbourg se aleja del retrato de la fallecida directora. Su propuesta es totalmente distinta, no hay atisbo de experimentación, aquí lo importante es la intimidad, el retrato delicado de dos mujeres que tanto como madre como hija aprenden a cerrar heridas.
La figura totémica de Serge Gainsbourg también se encuentra presente, tanto en imágenes documentales o en vídeos y fotografías caseras. Pero alcanza un extraño poder en el momento en el que ambas visitan la casa donde vivió el cantante y que Charlotte está conservando para abrirla al público como museo. Todo parece suspendido en el tiempo, hay latas caducadas en los estantes, todavía permanecen intactos los perfumes que utilizaba Jane durante su vida en común en ese espacio, 12 años. El pasado golpea el presente de una extraña forma, revelando la futilidad de los recuerdos.
Es Jane por Charlotte mucho más que una película biográfica sobre dos mujeres que han vivido sometidas al peso de la fama. Es un abrazo de reconciliación muy hermoso.