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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV 

Hair metal, posiblemente el género musical más impresentable, pero el más divertido

El libro ‘Nöthin’ but a good time’ ha sido convertido en un documental de tres episodios que relatan el auge y caída del Hair metal en tres actos. Un género musical con muchas paradojas, mientras que los músicos iban con un aspecto andrógino con peinados imposibles de señora mayor de los 80, eran extremadamente sexistas, aunque andróginos. Quizá por esa pinta la naciente MTV se enamoró de ellos y el público cautivo de la cadena lo premió con ventas millonarias de discos

5/10/2024 - 

VALÈNCIA. Hace dos años, la editorial Neo-Sounds tradujo uno de los libros sobre música más divertidos que se acababan de publicar en Estados Unidos, Nöthin’ but a good time. Siguiendo la misma estela que el clásico Por favor mátame, que retrataba el nacimiento del punk y la nueva ola en Nueva York y Londres a través de los testimonios orales de sus protagonistas, este volumen, obra de Tom Beaujour y Richard Bienstock, ha hecho lo propio con el Hair metal, también llamado glam metal, hard rock angelino, sleaze rock y un largo etcétera. 

Un servidor, a finales de los 80 y principios de los 90, no sentía prácticamente ningún entusiasmo por esta escena. Sin embargo, a mediados de los 90, buscando en las cubetas de segunda mano algo más interesante que las letanías que había en el mainstream, me empecé a aficionar casi sin quererlo. Primero, porque las pintas que llevaban eran asombrosas, inconcebibles en el momento en el que estábamos viviendo y no había internet para tener el pasado tan presente como ahora. Cada elepé era una joya de museo por las permanentes y los detalles que llevaban en los looks. Y luego porque la música era divertida, tenía buenos hits, especialmente las baladas, y era anacrónica e imposible de encajar en ningún ambiente de los noventa. Era un refugio emocional ante la que estaba cayendo esos años, la gran estafa del rock and roll, la mayor contradicción de la historia: que lo alternativo fuese mainstream. Una bomba termonuclear de grima. 

En esos años me dio tiempo a hacerme con una buena colección de vinilos muy baratos, pues nadie quería comprar semejantes engendros, y a profundizar en cierto conocimiento sobre la escena, un saber inútil delicioso. Luego, con el revival ochentero que empezó sobre el año 99 o 2000, la cosa tomó más vuelo, se pudo oír alguna reivindicación de algún grupo, pero poca cosa. Todo muy tímido. Nunca he visto a nadie joven volverse loco con Poison a estas alturas de la vida. No obstante, en Estados Unidos caló más fuerte, porque ahora el libro se ha convertido en una serie documental de tres capítulos de Paramount Comedy. 

Es interesante la presencia de Steve-O entre los fans del género entrevistados. En esa época, era un crío de 14 años. Si hay algo que marcó el auge y caída de esta música, en mi opinión, es que la absorbieron los adolescentes en su momento y, cuando dejaron de serlo, la dejaron atrás, como se hace en Estados Unidos con las modas: sin contemplaciones. Los grupos de Hair metal, al contrario que muchos otros, no evolucionaron con su público porque, sencillamente, era inviable conceptualmente y, sumado todo ello al advenimiento de Nirvana, el chiringuito cayó estrepitosamente en 1992. 

Por eso no se lo ha tomado nunca nadie en serio. Ni siquiera sus propios protagonistas, lo cual es de agradecer, porque, tal y como estamos acostumbrados en España, aquí cada vez que pasa una moda y alguien deja de vender discos, la culpa siempre es de otro, incluso de conspiraciones que involucran a la OTAN. En este documental hay juego limpio, fueron desplazados por el grunge y el rock alternativo y lo encajan bien. Cuentan riéndose que salieron de los escenarios, la televisión y la purpurina para irse a las obras a pedir trabajo. El de Tuff, por ejemplo, está orgulloso de “haber llegado”, aunque luego saliera de Los Angeles con una mano delante y otra detrás. 

Esa parte, la económica o social, que es la que más me interesa y en el libro se trata profusamente, en estos documentales casi ni se menciona. Pero la desindustrialización llevó a miles de jóvenes del Medio Oeste y otras áreas deprimidas, eso que ahora se dice que son los caladeros de votos de Trump, a California. Buscaban lo que fuese para huir de los trabajos mal pagados que dejaban atrás y muchos eran músicos expulsados de las salas donde trabajaban tocando en directo cuando se subió la edad para consumir alcohol, lo que impidió que fuera el público al que le gustaba el hard rock (el de los críos). Eso juntó a tanto músico en Los Ángeles intentando grabar un disco o ser actor.

El resultado fue una explosión de grupos con tendencia al glam y el shock rock de los 70, hijos todos ellos de Alice Cooper como eran, que no se habían adaptado a la Nueva Ola y estaban haciendo, como se hace siempre, un revival de la música de hacía una década, la de su adolescencia o niñez. Como daban en cámara con esas pintas, la MTV se enamoró de ellos y el resultado, con el público cautivo de aquellos años, fueron millones de discos vendidos, lo que llevó a todas las discográficas a buscar grupos del ramo como locas hasta saturar el mercado con una oferta muy poco variada y en la que los propios ejecutivos de los sellos tenían problemas para distinguir quién era quién. 

Los valores que tenía la escena se reducían al cliché por el cliché. Ahí estaba la gracia y por eso gusta tanto disfrazarse y homenajear todo aquello desde la ironía actual. El problema es que la mayoría de estos grupos no tenían coartada intelectual, eran así realmente. Tenían el ego de concursantes de Gran Hermano, la politoxicomanía de Ángel Cristo y la conducta sexual de Pajares y Esteso, por expresarlo en términos patrios.  

Es en este punto donde más aficionados a la música han expresado sus reparos. Por un lado, hay que entender que la música rock ha tenido un fuerte componente alienante en múltiples generaciones que se creían que sus gustos hablaban sobre ellos y su personalidad, en lugar de ser meros espectadores de las ficciones que interpretan los artistas. Nadie quiere tener nada que ver con horteras si eso va a ir luego en contra de su prestigio como consumidor, algo que para muchas personas significa la vida misma. Antes del auge de las ultraderechas y los extremismos y sus locas teorías, la gente joven pensaba que su identidad como persona era un CD que se estaba comprando. 

Pero el tiempo lo perdona todo. Luego pasan los años y te ocurre como está pasando ahora con el AOR west coast, que se han empeñado en llamarlo Yatch rock, que se ha convertido en un género con encanto, supongo que por la estética y por fin se ha entendido como un pop depurado y sofisticado. Hace veinticinco o treinta años, eso era considerado escoria. Mierda pútrida. Soy testigo. Sin embargo, actualmente, todos aquellos que se mofaban de eso, nos lo tienen que explicar. 

El problema con el Hair metal, en cualquier caso, va más allá. El documental de Penelope Spheeris The Decline of western civilization II: The metal years mostró el sustrato que había detrás de toda esta escena: un machismo rampante. Incluso ella se pregunta en este documental cómo es que las chicas se prestaban a todo ese juego voluntariamente. Ella no lo entendía, pero lo rodó. 

El resultado no está lejos del fenómeno yanqui del Spring Break, las fiestas de estudiantes que son genuinas bacanales en las que se cometen no pocos abusos e incluso violaciones. Esa locura está insertada en la cultura estadounidense y el Hair metal fue un excelente reflejo de toda ella porque se prestaba perfectamente. Era música de fiesta para estar de fiesta y esto es lo que entienden allí por fiesta, dirigida además a adolescentes. 

Dicho lo cual, es gracioso cuando uno de los entrevistados dice que todos estos grupos han vuelto a salir de gira en Estados Unidos a partir del siglo XXI “por la ultracorrección”. Sostiene que la gente acaba agotada de expresiones tan reprimidas y añora el pasado edénico de estos grupos, cuando todo era más sencillo y divertido. Es comprensible. La paradoja es que hubo chicas en el Hair metal, como las grandiosas Vixen, pero, como bien explican, no tenían tanto favor del público. No se puede decir que se las ignorase, ¡tienen dos discos grandiosos! pero su éxito no se puede comparar al de los chicos. 

El poder de las chicas estaba en el público. De hecho, los capos de las discográficas fichaban a los chavales que metían chicas entre el público en sus primeros bolos antes de tener un disco. Eso medía la calidad. Es más, este género musical si algo se consideró ya en aquel entonces fue que era “de chicas”. Si se piensa en perspectiva, un concepto basado en príncipes azules que no tienen miedo a maquillarse y le cantan a la fiesta y al amor no es tan exclusivo de ese género y de esos días. Forma parte del más de lo mismo. 

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