A vueltas con la nueva ‘Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo’ del Gobierno de España
No, no voy a hablaros de miopía, por más que me cueste, a veces, reconocer de lejos una cara amiga a la caída de la tarde. Tampoco de súper-poderes, por más que la nómina de mandatarios internacionales que creen tenerlos crezca día a día. No, hoy vamos a hablar de Poder, de Gobierno y de herramientas para hacerlo más eficaz y útil para los ciudadanos.
Estamos viviendo unos días interesantes en España, una vez que el primer Gobierno de coalición (moderado, progresista, de izquierda radical y bolivariana, según la cabecera que uno elija para informarse) ha echado a andar, con el nombramiento de Ministros y de cuantos escalones descendentes conforman la escalera del poder del Estado, un proceso de casting y perfilado que nos ha dejado un multitudinario primer Consejo de Ministros que pide a gritos una mesa más grande para acoger a los 22 responsables de las áreas en las que ha quedado distribuido este segundo Gobierno de Pedro Sánchez.
Mientras el Presidente pide con urgencia soluciones logísticas y organizativas para gestionar esta multitud a los padres de familia numerosa de su entorno más inmediato o mientras llega el Apocalipsis que anuncian los más pesimistas, el goteo de nombres y cargos para el Gobierno que se estrena, nos entretiene y estimula, dando material para el endoso gubernamental, el meme o la indignación desgarrada, también la de aquellos (cada vez más abundantes y menos discretos en las redes sociales) que se creían predestinados a tan alta representación ejecutiva y que no obstante las piruetas para llamar la atención del Jefe de Recursos Humanos de Moncloa se han quedado de opinadores rasos en sus perfiles digitales. Tragedias contemporáneas que se repiten cada 4 años.
Fue Marcel Proust quien escribió aquello de que “el único verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en hacerlo con nuevos ojos” y a eso parece que quiere dedicarse en parte, esperemos que más allá del mero ejercicio poético, el nuevo Gobierno de coalición de España, que acaba de iniciar su mandato hace unas horas, en este mes de enero de 2020.
Mantiene mi amigo Nacho, que en Londres hizo un viaje de ida y vuelta de los que te cambian la vida, que vivimos una época en la que toda actividad pública está en permanente estado de observación y en la que los sabios de la tribu han sido sustituidos por una legión de todólogos que abandonaron las barras de los bares para hacerse fuertes en sus poliédricos perfiles digitales.
Insiste Nacho, y yo no tengo argumentos para llevarle la contraria, en que poco nos quejamos de que se nos hayan llenado las ciudades y las televisiones de sagaces cuñados con respuestas y soluciones integrales para todos nuestros problemas civilizatorios -desde el cambio climático hasta la alternativa a la Nocilla con aceite de palma- y de que algunos de ellos hayan llegado a fundar y mantener partidos políticos de éxito aparente, pese a no atribuírseles ni una idea propia u original, o como acuñó para la posteridad el emérito locutor deportivo José María García, no conocérseles ni una mala palabra ni una buena acción.
Todo está, en suma, sometido a un escrutinio superficial que condiciona, y mucho, no sólo la manera de gobernar sino la puesta en escena de la acción política. (Me divertí mucho contándolo para este mismo medio aquí).
De lo que no hay duda es de que ya tenemos Gobierno, y al margen del inevitable ruido partidista, del natural disenso ideológico y de la sonoridad de las tribunas vociferantes, y con independencia de la suerte que haya deparado a unos pocos el reparto de carteras y el destino de los cesantes (nadie como el galdosiano cesante Villaamil en su novela MIAU para recordarnos las enseñanzas del Conde Lucanor sobre la fugacidad de la vida, también de la vida pública), todos, desde el Presidente, la pareja Vicepresidencial y hasta el más humilde asesor ministerial, terminan encontrando acomodo y encaje en este Leviathan (Victor Lapuente dixit) semi-organizado que es el poder del Estado, y que reconstruye sus tejidos, tendones y sus relaciones de confianza legítima para mantener el ritmo de la carrera del poder durante el mandato que ahora se inicia.
Cualquier cambio de Gobierno viene acompañado de un periodo de inquietud, curiosidad y de cierta tregua política oficiosa –los famosos 100 días para “actuar y actuar ahora” que pidió F.D. Roosevelt para su Gobierno del New Deal en 1933 - que permite intuir el sentido de la ejecutoria gubernamental, genera un interés evidente en la opinión pública y que es utilizada con astucia e intencionalidad por el nuevo ejecutivo para definir y marcar una agenda pública para el ejercicio político.
Son estos mensajes gubernamentales germinales, este relato explícito e implícito que se lanza y comparte durante los primeros días del mandato, son estos gestos estudiados (en un momento en el que a la maestría de los gestos en política, un verdadero arte históricamente al alcance de unos pocos, le ha sucedido la puesta en escena de la política como gesto permanente, accesible a cualquier líder con perfil en redes sociales y una legión vociferante de seguidores digitales) los que terminan inyectando confianza en los mercados, sosiego (o desazón) entre el cuerpo electoral y alegrías y penas en casa de los llamados (y los relegados) a los altares gubernamentales. Del exabrupto al mohín más recatado del líder político, en las primeras horas de esta democracia pop que vivimos, todo cuenta y nos cuenta algo.
Así, y más allá de los ritos y protocolos que nos acercan, como ciudadanos, a la sustancia de la democracia y a la ejecutoria del gobierno, y que nos reconcilian, tras las sacudidas y la pedrea electoral con nuestro sistema político y con sus actores principales (desde los juramentos y promesas ante el Jefe del Estado del Presidente y sus Ministros/as hasta los vistosos traspasos de carteras ministeriales entre los llamados a ejercer (y abandonar, tempus fugit) tan altas magistraturas políticas), el nuevo ejecutivo de Pedro Sánchez (el primero de coalición en nuestra democracia) empieza su mandato con algunos mensajes interesantes en cuestiones que apuntan a la organización del Gobierno, los retos nacionales en materia de digitalización, emergencia climática y competitividad, así como en lo que se refiere a la necesaria modernización de estructuras gubernamentales y administrativas, que tendremos que seguir de cerca.
Es verdad que la democracia, ese artefacto humano del que Churchill dijo que era “el peor sistema de gobierno inventado por el hombre, con excepción de todos los demás”, ha establecido sus propios mecanismos de afirmación y de auto-defensa narrativa, que se activan con toda pompa y circunstancia cada vez que se renueva, tras las elecciones, el mandato de los ciudadanos y que contribuyen a proyectar una benéfica pátina de sobriedad y perenne gravedad sobre esos organismos que nos representan y nos gobiernan, más allá de la genialidad, el acierto y las capacidades coyunturales de la clase política que las ocupa temporalmente.
En este sentido, y ya desde el primer momento de su mandato, el Gobierno electo, con su Presidente a la cabeza, empieza a administrar el relato que ha de marcar la agenda y la ejecutoria de aquél, por más que algunos líderes, en las distintas escalas funcionales y territoriales en las que se organiza el poder constitucional en nuestro país, renuncien, sin ambages, a marcar decididamente esta agenda política, exangües, tal vez, tras las recurrentes campañas electorales (hemos vivido 4 en un año y medio) o simplemente cómodos y conformes, por el hecho de haber ganado las elecciones y enfrentar un horizonte de trabajo de 4 años, que, a decir de los que saben, pasan pronto y rápido.
Quizás por ello, y cuando pretendes seguir ejerciendo el mismo poder que te arrogabas como Presidente, aunque lo repartas entre oficinas y ministerios de nombres larguísimos con fuerzas afines y/o coaligadas, y una vez superado el impacto del anuncio de las 4 vicepresidencias que estrena el país, el Presidente del Gobierno Español, lábil como pocos, ha apostado, con buenas dosis de pragmatismo, por reforzar su núcleo duro de poder político presidencial con el fortalecimiento de su Gabinete de Gobierno, con el anuncio de una serie de decisiones políticas y organizativas que a buen seguro incidirán, y mucho en el ámbito de las policies (o políticas públicas) gubernamentales.
En este contexto, tal vez sea el anuncio de la creación de una Oficina de Prospectiva integrada en el Gabinete del Presidente del Gobierno la que más interés y opiniones ha concitado, por razones no necesariamente vinculadas a la originalidad de la propuesta, su alcance y recorrido y las intenciones que subyacen a la decisión de crear en nuestro país de la primera oficina gubernamental de Strategic Foresight o de “Previsión/Prospectiva Estratégica” en castellano, como unidad de inteligencia y análisis vinculada a un gobierno de la nación.
Puede que, tras el anuncio presidencial de crear una unidad especializada en Moncloa que ayude al ejecutivo a gobernar con las gafas de mirar de lejos, una buena parte del análisis sobre la creación de esta Oficina de Prospectiva no vaya más allá de un mero discernimiento superficial alrededor de la figura y la eventual influencia, en términos de poder, de su coordinador, Iván Redondo, Jefe de Gabinete del Presidente Sánchez, y sobre el que recae la tarea de organizar y dirigir esta unidad de especialistas al servicio de la acción de gobierno.
No en vano, y en un esfuerzo no ocultado de pedagogía pública en tiempos convulsos, la nueva unidad se va a llamar “Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo”, para descargo de urgencias, solaz de poetas y regocijo de advenedizos y de cuantos resultadistas menudean en nuestras tertulias políticas y redes sociales. Vale que lo de Redondo y su concentración de poder es algo así como la emanación de un sueño erótico y recurrente para la menesterosa (no hay, ni de lejos, trabajo para todos) legión de consultores políticos en nuestro país, declarados fanáticos de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca o de la danesa Borgen, pero en la Carretera de la Coruña en Madrid.
¿Qué hacen los Ivanes Redondo dispersos en la geografía del poder en España? ¿Cabe una unidad de prospección e inteligencia gubernativa en otros órdenes de Gobierno territorial? La respuesta no es sencilla, unívoca ni tan proclive a la ensoñación de la figura de un gran visir palaciego que le susurra al líder político, pues la verdad, los Gabinetes de Gobierno en nuestro país son muy distintos entre sí, pivotan alrededor de la figura y el estilo del mandatario y el de su Gatekeeper (Jefe de Gabinete) y están, en general, mal dotados económica y personalmente y muy expuestos a la cambiante agenda del día a día. Preguntados por la cuestión, en distintas instancias y territorios, varios Jefes de Gabinete políticos confirmaron mi diagnóstico.
Un Gabinete de Gobierno eficiente y operativo es un lugar en el que rigen cuatro principios que lo sostienen y alientan, como son, la relación de confianza extrema entre el líder y el Jefe de Gabinete (y en menor medida, su equipo colaborador), que les permite decirse, sin necesidad de protector de estómago, lo que piensan en cada momento más allá del ambiente de Mr. Wonderful que proyecta el universo de cargos de confianza alrededor de todo mandatario político, una la lealtad recíproca inasequible al desaliento, un pacto de sangre por la discreción extrema y la capacidad de acceder y disponer y anticiparse a cuanta información resulte útil para gobernar y de distribuirla convenientemente transformada en canutazos, notas de prensa, declaraciones off-the record o alambicadas estrategias de comunicación de la acción de gobierno en un escenario de rampante transparencia institucional y de creciente pulsión por los liderazgos personalísimos y la ejecutoria presidencialista.
Por este motivo, la reciente decisión de Pedro Sánchez de concentrar todas las actividades esenciales en su primer círculo de confianza en La Moncloa, ponen de manifiesto no sólo la eventual desconfianza del Presidente hacia sus socios de Gobierno, sino, a lo que interesa a este análisis, la asunción, por Sánchez y sus consejeros áulicos de la idea de que Comunicación, Inteligencia (Análisis) y Estrategia son funciones esenciales de un Gabinete de Gobierno contemporáneo y competitivo, y especialmente útiles cuando se combinan con habilidad al servicio de la acción de un gobierno de coalición, en el que la univocidad del mensaje gubernamental puede desdibujarse por la capacidad de los distintos Ministros y sus unidades gubernamentales de llegar – casi, sin intermediarios- a la opinión pública de manera permanente y redundante, generando una cacofonía gubernamental que es altamente desgastadora y nociva para el poder en ejercicio.
A estas tres virtudes teologales de un Gabinete de Gobierno funcional en la Europa de 2020 debería añadirse, para alegría de los teóricos más solventes del país y los observadores y analistas de sistemas políticos comparados (y advierto de que conozco a unos cuantos), la voluntad política para la provisión de un armazón de estructuras y métodos que permitiesen medir y evaluar los efectos de la toma de decisiones públicas y su impacto sobre la realidad del país, como último eslabón de una cadena inteligente al servicio del buen gobierno de la cosa pública y una herramienta útil para el ejecutivo de turno y el cuerpo de servidores públicos del Estado, sus Comunidades Autónomas, Diputaciones Provinciales y Ayuntamientos.
En todo caso, la nueva Oficina de Prospectiva y Estrategia pretende, a decir del texto publicado por instancias gubernamentales, “pensar estructuralmente en la España de los próximos 30 años” y “trata de aportar una mirada transversal, con metodología y a largo plazo, que contará con un comité de expertos de la sociedad civil y que elaborará una estrategia nacional”, algo inédito en nuestra estructura de poder, especialmente en su derivada territorial, con algunas excepciones como pudiera ser – y está por demostrar aun su efectividad sobre el terreno- la reciente creación en el marco de la Presidencia de la Generalitat Valenciana de una Dirección General de Análisis y Políticas Públicas, coordinada por la alicantina Ana Berenguer, y que podría asemejarse a esta Ofi-Prospekt en algunas de sus competencias y planteamientos.
Por debajo de este rango, la Strategic Foresight o Visión Prospectiva gubernamental (como agregado de pensamiento estratégico, inteligencia analítica y proyección de escenarios posibles para la ayuda al buen gobierno) permanecen inéditos en nuestro país. Es fácilmente comprobable que cuando más se desciende en la escala de distribución territorial del poder en España –gobiernos regionales, provinciales y Ayuntamientos, los recursos humanos y económicos integrados en los Gabinetes gubernamentales ocupados en esta labor de inteligencia al servicio de la acción del ejecutivo son pocos y mal dotados y no parece que la cosa vaya a cambiar.
Esta ausencia de unidades especializadas implica, a la larga, un deterioro de las capacidades de anticipación del Gobierno, una ausencia de diagnósticos útiles al servicio de la acción pública y el interés general, y lo que es igual de nocivo, una pérdida de iniciativa política y capacidad de generar y proyectar mensajes coherentes y creíbles hacia la ciudadanía (los tristes no ganan elecciones) que termina volviéndose contra el Gobierno, enterrado en la gestión circular de la cotidianeidad.
Es verdad que en muchos casos la rotundidad de esta afirmación depende, en buena medida, del tipo de liderazgo que ejerza el mandatario a la cabeza del equipo (Presidente, Gobernador o Alcalde), -más o menos asambleario o independiente y autónomo en su proceso de toma de decisiones- y de sus cualidades y habilidades naturales o adquiridas para liderar el ejecutivo, pero la odiosa dictadura del tiempo real que marca el día a día, la hora a hora de nuestras democracias tecnologizadas y desintermediadas (eso que ahora se llama el empoderamiento ciudadano y digital) y el frenesí con el que se trabaja en los Gabinetes de Gobierno (todo es urgente y para ayer) afectan de manera ciertamente onerosa a la capacidad de nuestros gobernantes de acertar en la toma de decisiones, para perjuicio de la comunidad y jaleo de la oposición política.
No tengo duda. La gente se sorprendería al comprobar cómo (y a qué velocidad) se toman determinadas decisiones que afectan de manera trascendente a nuestras comunidades, y cómo el mérito del acierto y la autoría del error en este proceso complejo –gobernar no es fácil – debería reconocerse y, en su caso, no pocas veces perdonarse a nuestros mandatarios, que trabajan en condiciones de urgencia permanente, presión acuciante y con escaso margen de maniobra política, gestionando agendas que otros poderes les marcan y les imponen.
Fue Michael Bloomberg, hoy flamante aspirante a batir a Donald Trump en las próximas elecciones de los EEUU, quien, durante su etapa como Alcalde de la ciudad de Nueva York, afirmó, frente a quienes le urgían soluciones rápidas y poco convencionales para los problemas de la Gran Manzana que es imposible gobernar para los próximos 5 minutos, (el tiempo medio de vida de un hashtag en RRSS) y que por mucho que las redes sociales, parezca en no pocas ocasiones, que marcan el tiempo y la acción de la política, las agendas públicas para la toma de decisiones obedecen a esquemas y métodos más complejos y racionales, o al menos así debería serlo para el bien de las comunidades y del buen gobierno de éstas.
Sin embargo, asumido este presupuesto sobre la complejidad y heterodoxia de la materia prima a la que se enfrentan nuestros gobernantes cada día, lo que ya no genera tanta indulgencia es que, allí donde se puede crear y utilizar –por rudimentarias que sean- estas Unidades de Strategic Foresight, -porque exista presupuesto, visión o voluntad política- se termine relegando al cuarto de atrás de la ejecutoria política al pensamiento prospectivo y a esta idea de la visión gubernamental anticipatoria nacida del análisis sereno y profundo, sustrayendo recursos organizativos a esta tarea cada vez más esencial para la Gobernanza de nuestras instituciones.
La creación de esta Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo, apunta, tal vez, al progresivo abandono de la trayectoria gubernamental española de externalización profesional de la Alta Consejería Política, encomendando su misión de “identificar los posibles retos y oportunidades (demográficos, económicos, geopolíticos, medioambientales, sociales o educativos) que España tendrá que afrontar en el medio y largo plazo” a una unidad in-house especializada en La Moncloa, huyendo del recurso al outsourcing académico o institucional (lo habitual en términos de inteligencia y análisis prospectivo de escenarios de futuro gubernamental) que termina produciendo informes que luego han de ser leídos e interpretados – si el tiempo y las circunstancias lo permiten- en el seno de los propios gabinetes de gobierno, por aquellos encargados (no hay voluntarios para esta tarea) de administrar estas píldoras de inteligencia gubernamental externa al líder político, haciendo bueno aquello de matar al mensajero, o el aforisma latino que afirmaba que “traductores, traditores sunt”.
Dicen los conocedores de los arcanos gubernamentales, un engorroso encargo para algunos miembros de estos equipos de confianza que los hace portadores de malas noticias, termina por convertirse en un obstáculo creciente para la propia toma de decisiones por los líderes políticos, que acaban viendo en estos reportes (y en sus intérpretes) un recuerdo de la insolente tecnocracia, de ese acechante gobierno de los expertos que amenaza la discrecionalidad, la genialidad y la autonomía decisoria del poder del gobernante salido de las urnas, y así hasta la creciente ensoñación presidencialista que termina aislando a no pocos mandatarios en la cúspide formal del armazón democrático constitucional, como aquel tenaz monje sirio Simeón el Estilita que pasó más de 30 años de su vida subido a una columna, alejado del tráfago del mundo y de las cosas del Siglo.
Bienvenida sea la Oficina Nacional de Estrategia de España, en un momento de retos climáticos, demográficos y políticos, y de demandas de transformación de la sociedad que requieren de respuestas ágiles, informadas y acertadas. No le haremos ascos a la captación y disfrute del talento al servicio del gobierno de todos, ni a la nómina de cabezas pensantes y opinantes que ayuden a discernir – sin sesgos ni voluntad de agradar al poder- los escenarios y claves de la Gobernanza de España, con transparencia, objetividad y altura de miras.
Esperemos que cunda el ejemplo y que la organización territorial del poder en nuestro país pueda ser cada vez más inteligente y que tal vez, un día, con la ayuda de nuevas herramientas como el GOVTech, y con lanaturalidad de las cosas que todos asumimos como deseables, podamos llegar atener, como Suecia, un Ministerio del Futuro o almenos, unas solventes unidades gubernamentales de Strategic Foresight como las que disfrutan desde hace años en Singapur, Francia, Finlandia o el Reino Unido.