“Se vuelve de todos los lugares, menos del ridículo; de ahí no ha regresado nadie”
Hace unos días, ese patio de vecinos gigante que son las redes sociales, llenas de finos francotiradores, irónicos intermitentes y algún que otro odiador profesional, resonaba con la penúltima ocurrencia de Justin Trudeau, el líder político más pop de los que pueblan el colorido universo de las jefaturas de Estado.
Para quiénes no estáis al tanto de la política canadiense - no os sintáis mal por ello, Canadá fue siempre un lugar más conocido por la Guardia Montada y el sirope de arce que por sus intrigas palaciegas - y para los que desconocéis la personalísima mise-en-scène que acompaña la trayectoria pública del primer ministro canadiense, el joven Trudeau, epítome de una dinastía política de profundo arraigo en aquel país, se ha convertido, por méritos propios, exceso de afición al selfie-stick y generosidad en el empeño, en carne de meme digital y motivo de debate (cuando no, de ensañamiento) para sus conciudadanos.
¿El motivo? su pertinaz y empalagosa sobre-exposición mediática que lo lleva, no pocas veces, y a lomos de una colorida estrategia de comunicación, a convertirse en centro gravitacional de todo acto o evento en el que participa por razón de su cargo, encontrando, allí donde otros líderes públicos titubean o se incomodan (desde un protocolario besamanos al Papa hasta el abrazo a un bebé aterrado en un mercado en plena campaña electoral) una oportunidad para presentársenos como una especie de yerno perfecto de la política, encarnación de lo mejor de una generación crecida al calor de la revolución digital.
Trudeau, un político cool y cercano, que canta, baila, corre, llora, ríe o abraza sin tasa.
Trudeau desayunando con los pobres.
Trudeau en un colegio infantil ayudando a los niños a ultimar un recortable.
Trudeau en mallas de correr esprintándole al mexicano Peña Nieto (otro Premier que da para un tratado de postureo gubernamental).
Trudeau luciendo calcetines con la cara de Chewbacca en una reunión con altos dignatarios de aspecto gris y caduco.
Trudeau vestido de Superman entrando en su despacho. Trudeau y el hockey, la pizza o las ballenas. Y así, hasta la náusea.
El Primer Ministro canadiense es, sin duda, un alumno aventajado (e intenso) de esa escuela de liderazgo selfie, fresco y atento a las cámaras y redes sociales que inauguró Blair, perfeccionó Obama (después de él parece que rompieron el molde) y que tantos otros han emulado después (Macri, Albert Ribera, Macron, Pedro Sánchez o la primera ministra neozelandesa, entre los últimos llegados) y que se caracteriza por la estudiada erosión de los límites entre la vida pública y privada del líder, la seducción permanente en formatos compartibles, la empatía a flor de piel o los recurrentes guiños a la cultura popular y de masas que los acercan y humanizan al electorado (mandatarios en jeans que disfrutan con las mismas series que todos nosotros) y, en suma, por la consolidación de una nueva ejecutoria política post-partidista y sin intermediarios, superficialmente auténtica y generadora de hilos, relatos y productos narrativos pensados para su consumo masivo en redes sociales.
La fórmula, en efecto, parece funcionar, aunque, al final del día, y como me suele recordar mi amigo Pacome desde su exilio asiático, como casi todo en la vida, lo mucho, cansa.
Así lo pudo comprobar recientemente nuestro carismático Justin Trudeau, que no sale a la calle sin su pelotón de fotógrafos de cámara y su corte de community managers, cuando decidió, con ocasión de una reciente visita oficial a la India, posar para la posteridad junto a su familia, disfrazado (sin matices) de hindú de manual, como recién sacado de una película de Bollywood o de un catálogo folklórico que celebrase usos y costumbres del bajo Punjab.
Cómo esos señores de mediana edad que acuden en tromba los viernes por la tarde al Decathlon más cercano, cargados de buenas intenciones y dispuestos a adquirir lo último en equipación deportiva para el fin de semana (útiles que serán carne de trastero), los Trudeau, que han hecho de la sobreexposición mediática uno de los factores de su popularidad, decidieron vestirse con coloridas ropas y exuberantes abalorios para mostrar al universo digital, su empatía y cercanía con el pueblo indio, para estupor de quienes asistían atónitos a tal espectáculo de superficialidad e impostura (postureo, lo llamáis algunos).
Paladín del buen rollo – algo que parece en alza entre nuestros políticos patrios también- Trudeau decidió, horas después, mover las caderas interpretando durante una cena en la embajada canadiense en Nueva Delhi, un baile brahmánico que fue recibido como una explotación ridícula e inoportuna de los clichés de la India, y que terminó por empañar, amén de otras torpezas diplomáticas, su visita de Estado al país asiático.
Nos gusta ver que los políticos son personas reales, con hipoteca y mascota, que vibran con su club de fútbol y saben de música indie o se emocionan con la versión del himno nacional dramatizado por la penúltima Marta Sánchez.
Somos duros con ellos, con sus privilegios y prebendas. No podemos con su incapacidad para resolver de manera sencilla problemas complejos que cualquier cuñado solventaría sin despeinarse. No soportamos que no hayan trabajado en otra cosa ni aceptamos que sean una casta no programada para alcanzar acuerdos en beneficio de todos. Pero nos enternecemos cuando se esfuerzan por jugar al dominó, cuando hacen la compra en el supermercado o cuando nos interpelan con ocasión de alguna catástrofe nacional. Son, al fin y al cabo, como nosotros, aunque con la obligación de soportar nuestras invectivas y desaires, que para eso los hemos elegido. Quizá por eso, y porque nos necesitan, tratan de tender puentes afectivos con nosotros.
Pero, ¿dónde está el límite? ¿vale todo para conectar con un electorado escéptico y desencantado? Si atendemos a episodios como los descritos más arriba, parece que sí.
Más allá de la estrategia de relaciones públicas y de los planes de contingencia y hojas de ruta de los asesores, la ejecutoria comunicativa nuevo liderazgo político, antaño predefinida por manuales de estrategia y años de experiencia de spin-doctors, ha terminado por ceder ciertos espacios de libertad y espontaneidad para el líder y su equipo más cercano, que la utilizan indiscriminadamente para presentarnos la versión más genial y auténtica del personaje político, con una vocación por trascender e impactar en un mundo global y conectado 24 horas al día, con los peligros que ello conlleva.
Esto coincide, además, con la irrupción de aquello que algunos han caracterizado como la era de la post-política, en la que a la pérdida de legitimidad y capacidad de intermediación de los partidos políticos, convertidos en monolíticas maquinarias electorales, se une la arribada del líder independiente y sin ataduras que está de paso por la política y que es capaz de transmitir la ilusión de un proyecto de país, basado, a partes iguales, en la promesa de regeneración de un sistema caduco que hace aguas y en la proyección de su magnetismo personal, empezando a perfilar un horizonte de una verdadera política sin partidos.
El caso de Trudeau, cuyas genialidades y permanente presencia en los medios ha terminado por difuminar el mensaje y labor del Partido Liberal al que pertenece, o los más peculiares episodios de Trump y Macron, dos líderes sin partido ni intención de tenerlo, ponen de manifiesto la emergencia de una nueva franquicia política electoral que se construye sobre la figura de unos personajes independientes, preparados, resueltos y en su mejor momento vital, capaces de rodearse de los mejores talentos de los que pueda disponer una nación, y de apelar a la sociedad sin utilizar emisarios o estructuras.
Populismo, posverdad, propaganda, bots, lobbies o tecnología han llegado a la política para quedarse y tenemos la necesidad de entender su alcance y efectos, más allá de tópicos y lugares comunes. Nosotros, desde GlobalGOV, el Aula de Gobierno y Relaciones Institucionales y Empresa del Foro Global Territorio que tengo el honor de dirigir, lo vamos a intentar, programando en los próximos meses el Ciclo de encuentros “What’s Next?: Democracia, Poder y Ciudadanía”, en la Comunidad Valenciana, en el que esperamos contar con vuestro apoyo y atención. Nos jugamos mucho. Todos.