Los tenderos de la zona están encantados; no caben en su asombro de que esa chiquilla a la que veían comprar en sus comercios desde pequeña acompañada de sus padres sea ahora candidata a Bellea del Foc. Ponen en la tienda un cartel con la foto de la elegida de su barrio; a plena vista para que todo el que entre vea lo guapa, elegante y apuesta que es. Están todos emocionados, sus vecinos y familiares perciben a esa criatura como algo a lo que hay que adorar, mitificar, engalanar. En redes sociales se ve a unos y a otros compartir las fotos de su belleza vestida con sus mejores galas. “Diosa”, “diva” ... No caben tantos calificativos. Son el centro de los gozos, de las alegrías; toda gira en torno a ellas, son las grandes protagonistas. Lo mismo ocurre en València con las falleras, la capital del Turia se para alabando a sus protegidas.
Sé que mi integridad física corre peligro por lo que escribiré a continuación, es más, creo que la redacción del periódico va a tener que blindarse ante posibles huevazos de los festeros adictos. Nunca me ha gustado la ostentación, creo, que como escribió Marta D. Riezu en su aclamado libro Agua y jabón, lo llamativo nunca es elegante; ese decoro se encuentra en lo sencillo. Lo que me echa para atrás de esas galas, las de bellezas y falleras, es precisamente ese alarde de autosuficiencia, de hermosura; atractivo que se evapora cuando se llenan esos eventos de tanta parafernalia y pompa innecesaria. Ya escribí una vez, que las mujeres que de verdad son guapas, son las que lo son, pero no lo saben. Sin alardes, con humildad, pasean sus atributos con sencillez sin creerse más que nadie. El problema que tengo con esas noches estrelladas faranduleras es precisamente que se les da demasiada importancia. Posados, vestidos de diseño, miles de ojos observándolas, unas personas que comentarán y valorarán a cada una de ellas por su planta, belleza y elegancia; no he visto cosa más machista, por cierto. Se quejaban porque en los grandes premios de Fórmula 1 había azafatas, pero les da igual que sigamos teniendo determinadas tradiciones que en cierta manera cosifican a la mujer. ¿Qué criterio hay para elegir a la Fallera Mayor y a la Bellea del Foc más allá de un juicio superficial basado en el físico? Solo les importan las matemáticas con perspectiva de género y otras ocurrencias varias.
Ese tipo de celebraciones, en ocasiones, provocan una sobredosis de narcisismo a las protagonistas. El hecho de ir tan engalanadas, de estar tan mimadas por la atmósfera, ejerce un efecto tóxico en ellas. Se puede percibir ese chute de ego en las imágenes que comparten en las redes sociales, parecen divas; estiradas como si estuviesen empaladas, levitan por doquier observando con cierto aire ensoñador. Conozco a algunas chicas que han sido candidatas en alguno de estos certámenes y uno siente que se les ha subido a la cabeza. Esa experiencia les marca de tal manera que se puede sentir cómo respiran adrenalina. Ojo, no es culpa suya, sino nuestra; les tenemos en un pedestal, no dejan de ser unas chicas que se han presentado a un concurso. Esto es como si el que gana 3.000 euros en La Ruleta de la Suerte se creyese famoso. No deja de ser un participante más, uno de tantos que le han dado la mano a Jorge Fernández. Lo mismo pasa con las bellezas y falleras, no son más que otras muchas que han participado desde sus inicios; no hay motivo por el que sentirse importante. Me viene a la mente un conocido que fue al concurso Un príncipe para Corina que se lo cuenta a cada persona que conoce. Recuerdo que en las elecciones de 2019 un partido político presentó a varias candidatas en Alicante y València con el aval de que habían sido Belleza y Fallera respectivamente; enhorabuena, ¿unas de cuantas?
Es aquí donde entra, por desgracia, el uso político de las fiestas. Farándula que en muchas ocasiones es utilizada como trampolín para ocupar unas listas electorales o ganar votos a costa de la celebración. He visto a políticos valencianos alzar más la voz porque Á Punt no iba a echar en un principio la Gala de las Belleas que por que Alicante sea la provincia más infra- financiada en los Presupuestos Generales; luego se extrañan que la movilización de la Cámara de Comercio fuese un fracaso. Pan y circo; vamos de culo, cuesta abajo y sin frenos, pero lo que nos importa es que televisen la gala. Los que dieron la cara criticando a la televisión pública valenciana, han agachado la cabeza ante la discriminación a nuestra provincia. Se ríen de nosotros, se tronchan a sabiendas de que hay mucha gente que les vota por que les dejen irse a tomar unas cervezas.
Tenemos que aprender a relativizar, a equilibrar la defensa de las tradiciones con dar a las cosas y a las personas el valor que tienen. Está claro, que como decía Andy Warhol todos tenemos derecho a nuestros 15 minutos de gloria, pero en ocasiones, ese tiempo se eterniza de por vida. Tengo la sensación de que conocemos mejor a las Belleas y Falleras que a personas de nuestra tierra que han hecho méritos para ser recordados, como el científico alicantino Francis Mojica o el historiador Emilio La Parra; nos llenamos la boca con la meritocracia pero nos gusta más la pompa que el mérito.
Se quedan sin palabras al explicar estos primeros momentos en el cargo de Bellesa del Foc, adulta e infantil, que definen como «algo indescriptible», pero esto solo acaba de empezar. Ahora darán rienda suelta al mejor año festero de sus vidas