VALÈNCIA. En los últimos años el sector editorial y algunos de sus críticos de cabecera se han visto envueltos en una discusión: ¿se publican demasiados libros? Un asunto enmarcado en el mismo género que el de “opinamos demasiado / hay demasiada gente en todos los sitios / hay demasiadas series/ hay muchos podcasts”.
La aceleración de los ciclos editoriales, con mayor presión en el lanzamiento de novedades y una duración más breve, contribuye a la percepción de que todo el tiempo se está publicando. Todo son autores. Todo el mundo publica su libro. ¡Más libros que hijos, casi tantos libros como perros!, parecen recriminarnos los adversarios de la publicación masiva.
El reverso de la discusión implica una cierta tirria a la democratización del sector o a la facilidad para que cualquier hijo de vecino pueda escribir. La proliferación de autorías puede ser vista como una banalización de lo sagrado, llenar de populacho el templo, pero sobre todo es algo más sencillo: la derivada de una forma de comunicar y consumir, acorde con las leyes digitales, en los que se requiere más con mayor frecuencia. Los periódicos tienden a publicar mayores contenidos de manera más acelerada. La moda rápida introduce prendas diariamente. El cine se ve obligado a una rotación de películas más alta que nunca. La llamada de la dopamina. La industria de lo nuevo. Sector tras sector. Libro tras libro.
También es consecuencia de un tiempo en el que el propio ‘yo’ del autor se ha visto reforzado, tras una primera época estrenada en el que muchas voces han conseguido amasar su comunidad, a través de las redes. Un acontecimiento que ha servido para impulsar proyectos editoriales, a modo de espaldarazo, y encontrar un nicho personal. Es lógico que, quien tiene a diario un grupo nutrido de usuarios que le leen, desarrolle la tentación de ponerse a prueba con una obra.
En ese escenario, la valenciana ha sido la única autonomía que en 2023 tuvo un incremento en la publicación de libros en papel, de 3.491 a 3.557 (títulos distintos con ISBN). Un leve repunte pero que contrasta con la caída en la mayoría de territorios. Proporcionalmente no son datos especialmente relevantes. Aunque en bajada, Andalucía publicó 10.406, Catalunya 15.940 y Madrid 17.055. En España fueron 87.122.
En la evolución histórica, más que un incremento notable en la publicación de títulos, lo que ha habido han sido espasmos. Por ejemplo, de 78.000 títulos en 2020 se pasó a 92.700 en 2021, una senda parecida a la que recorrió la Comunitat Valenciana: de 6.122 a 7.886. Además, coincidió con la generalización de las empresas editoras de edición que, a cambio de una cantidad pagada por el autor, registran e imprimen su libro.
El editor Alberto Haller (Barlin Libros) considera que “la percepción acentuada de que cada vez es más fácil publicar un libro” es real “en comparación con cómo lo era antes. Las editoriales tenían el monopolio de decidir quién publicaba y quién no, ahora ya no es así por la proliferación de empresas de servicios editoriales. Pero el problema es que son empresas que no viven de vender libros, sino de hacerlos. Son libros que no tienen una distribución. Pagas por hacer un libro, no por publicarlo. Es un truco. Por tanto los datos se computan en base al ISBN, el DNI de los libros”. Una variable que abulta las cifras.
La editora Raquel Bada (Bamba Editorial) considera que, “aunque la lectura debería invitar a lo lento, es difícil como industria no sucumbir a los ritmos. Recibimos presiones de muchos sitios (distribuidoras, el propio lector, la prensa…). Quizá los libreros también abogarían por una producción más lenta, teniendo en cuenta que el 60% de los libros se destruyen. Es una cadena muy difícil de romper”.
El escritor y crítico editorial, Eduardo Almiñana, amplía la visión. Se refiere a los libros como una “necesidad ante tiempos inciertos: necesitamos dar explicaciones a los que nos rodea y a lo que sentimos, en estos contextos”. Como reacción, “muchas editoriales han hecho de esto su bandera, es una pulsión por contar historias”.
El análisis sobre el crecimiento en el ritmo de la publicación se produce en base a otro sesgo: la sorpresa ante las profecías equivocadas. Si los oráculos anunciaban que el libro en papel estaba abocado a la decadencia, las cifras dicen lo contrario. La noticia es que no ocurrió lo que parecía que iba a ocurrir. El supuesto exceso de novedades editoriales no es más que un ajuste adaptado a su nuevo marco, las necesidades del mercado y la transformación de sus canales. Lo sentimos: el próximo año también te llegarán decenas y decenas de invitaciones para asistir a la presentación de un libro.