Cada verano tras las fiestas de Elche se reactiva en la ciudad una vieja polémica. Cuando llega el 15 de agosto se cierran los comercios y la hostelería del centro. En Italia se produce el mismo fenómeno y trae idéntico debate, pero allí tienen una palabra preciosa para definirlo: Ferragosto.
Cierra todo y en casi todo el país por una festividad pagana que data del emperador Augusto y que lanza a los italianos a las playas o el campo. Se van de vacaciones todos juntos en una tradición que podría calificarse de provinciana y que los empleados de las empresas internacionales observan incrédulos a pesar de que forma parte de los manuales de "acogida" italiana que reciben cuando se trasladan allí. Los norteamericanos o los brasileños no tienen nada parecido y hasta que le cogen el aire al Ferragosto se encuentran con muchas situaciones imprevistas en ese mes, que nadie les puede resolver porque está "cerrado por vacaciones".
En Elche este debate existe desde hace más de 20 años. La ciudad se para desde mediados de agosto a finales de mes arrastrada por la dinámica del sector calzado y sus ritmos. Hace tiempo que el calzado cambió esos ciclos y ya no hay dos temporadas, pero la costumbre sobrevive y se hace trasversal. Es cierto que en unos barrios se nota mucho más que en otros. En el casco histórico irónicamente, donde más.
Desde que en Elche se tomó consciencia de que el turismo era un sector económico que no debía pasar de puntillas por la ciudad, se establecieron las primeras medidas encaminadas a aprovechar el tirón playero de nuestro entorno para que esos veraneantes eligieran Elche también para pernoctar, comer, cenar o hacer compras.
Antonio Martínez, el redactor del primer Plan Estratégico de Elche, sabe de lo que hablo y en los 90 lo empezaron a planificar. En ese momento la ciudad, creo recordar, tenía dos hoteles, el Huerto del Cura y el Don Jaime, ahora TRYP, y un par de hostales.
Con algún impulso de promoción y la puesta en marcha de pequeñas infraestructuras turísticas empezaron a llegar poco a poco más visitantes pero con ellos llegó el problema. ¿Quién no ha pasado un agosto por el centro y le han parado un grupo de turistas preguntando dónde pueden ir a comer o comprar zapatos? A mí me ha pasado en un par de ocasiones y no he sabido qué decir.
Esto ocurría hace 20 años. Se realizaban campañas desde la concejalía de Turismo y desde Comercio para promocionar y premiar al que se quedara, pero las características familiares de estos negocios hacen difícil la rotación de los empleados.
Las tiendas y restaurantes eran, y muchos aún son, negocios pequeños y los llevaban familias con dos o tres personas al frente y como mucho, algún empleado o empleada. Es difícil organizar turnos de vacaciones en esas condiciones. De esta manera solo hay dos posibilidades, o no cerrar y quedarse sin descanso o cerrar a pesar de todo. El problema es que cerraba casi todos los establecimientos y aun hoy, paseando por el centro hay dos comercios cerrados por uno abierto, dos cafeterías cerradas por una abierta.
Alguno de estos negocios, con buen ánimo incluso, lo han aprovechado. Me contaban en una pizzería regentada por una familia de Georgia que viven en Elche décadas, que como todos los restaurantes de su calle cierran, (una vía de las más transitadas por visitantes porque es el acceso entre la Glorieta y la Basílica de Santa María), ellos han optado por ser los únicos en abrir y recogen esa clientela. Belgas y suizos son los que han entrado este año.
Un comercio de jamones propiedad de dos hermanos también estaba abierto en pleno centro. Uno de los hermanos se va la primera quincena de agosto y el otro la segunda. La librería está cerrada, la dueña es la empleada y es la única manera de tener vacaciones.
En cualquier caso, incluso antes de coronavirus la ciudad había iniciado un cambio hace años con respecto a los usos y costumbres del verano y las vacaciones. Hace 30 años mucha gente, incluso de clase media baja, tenía una "faeneta" en el campo como vía de escape o un pequeño apartamento en la playa. Se la habían "hecho casi a mano" o comprado con mucho esfuerzo y mucha hipoteca en el caso de las playas y entonces se viajaba menos.
Ahora las jóvenes parejas o los singles prefieren dinero al bolsillo y cada verano según venga el viento marchar a un sitio u otro. Además, algunos se van a vivir a urbanizaciones con piscina, con lo que se aseguran el refresco en nuestro largo verano.
Yo paso agosto trabajando, aquí me leen, y hace algunos años, unos pocos como yo colonizábamos el Elche del Ferragosto. Los cambios sociales y ahora el virus le han dado al asunto una nueva vuelta de tuerca.