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socialmente inquieto / OPINIÓN

Espectacular batalla naval en el puerto de Alicante

12/04/2021 - 

Cuando hace unos años leí en la novela “Trafalgar” (1873), la primera de los Episodios Nacionales del escritor Benito Pérez Galdós (1843-1920), la impresión de Gabriel cuando veía los buques de la Armada española fondeados en la bahía de Cádiz, pensé qué suerte la suya de tenerlos tan cerca. Y poderlos ver desde tierra y desde el mar, aunque en esa ocasión estuvieran a punto de zarpar a la batalla de Trafalgar, que ya sabe cómo acabó, dirigidos por un Vicealmirante francés aliado, pero también inapropiado para esta contienda. Pero permita que vuelva a Gabriel y reproduzca aquí su admirada sensación, que bien merece leerlo. Dice así: “Entre las impresiones que conservo de mi niñez, está muy fija en mi memoria el placer entusiasta que me causaba la vista de los barcos de guerra cuando fondeaban frente a Cádiz o San Fernando”.

Se preguntará qué tiene que ver Gabriel y los buques de la Armada con Alicante. Le comento que mucho. La misma impresión de Gabriel pudieron tenerla los alicantinos a finales del siglo XIX, en reiteradas ocasiones. Si me pusiera en su piel, y me pongo, a mí me pasaría lo mismo que a Gabriel, disfrutaría entusiasta de esos barcos de altos mástiles, largas esloras y miles de millas cuyos acontecimientos quedaron redactados en sus cuadernos de bitácora. Navegaban allende los mares manteniendo la paz y haciendo la guerra, si no había más remedio, defendiendo a su Rey, su patria y su bandera, que también eran y son los nuestros.

¿Por qué multitud de buques de guerra de la Armada española estaban fondeados en la bahía de Alicante? Porque usaban la bahía de la capital alicantina como mar de operaciones donde probar sus buques, sus armas, y sus sistemas de navegación. ¿Se imagina? Había otros puertos militares como Cartagena o Cádiz, pero ninguno de ellos estaba tan cerca de Madrid, ni ninguno tenía en aquellos años conexión directa por ferrocarril con la capital de España.  Y por tenerla, la Reina Isabel II –que inauguró la línea férrea Alicante-Madrid el 25 de mayo 1858–, así como miembros del Gobierno y autoridades civiles y militares de Madrid, tenían fácil el viaje a Alicante. El puerto de la capital alicantina era el de la Corte y de la meseta en el levante mediterráneo español desde la edad media. Además, entre los años 1858 y 1862 la Armada española hizo del puerto alicantino el lugar donde mostrar su nuevo y renovado potencial.

Ya verá. A finales de mayo de 1858 se congregó en la bahía alicantina una escuadra de la Armada para una revista naval, primera gran demostración pública de la Armada isabelina. Participaron la fragata de hélice Petronila, las de vela Perla e Isabel II, y los vapores Pizarro, Lepanto, Santa Isabel, Castilla y General Liniers. Hizo de buque insignia el navío Rey Francisco de Asís donde embarcó la Familia Real. Este buque continuó travesía hasta Valencia, escoltado por la escuadra. En esta travesía, la Reina Isabel II firmó un Decreto nombrando Guardiamarina a su hijo D. Alfonso, Príncipe de Asturias, que tenía seis meses de edad.  

Se realizó otra revista naval en septiembre de 1860. En esta ocasión la fragata de hélice Princesa de Asturias fue donde se produjo el embarque regio. Acompañado del navío Rey Francisco de Asís, de la corbeta de vela Mazarredo, de los vapores de ruedas Liniers, Lepanto e Isabel II, y los transportes de hélice San Quintín, San Francisco de Borja y General Álava.

Imagine juntos semejante número de buques de altos mástiles. Deje que sea Gabriel de nuevo quien nos diga qué impresión se llevó al acercarse y subir a la cubierta del Santísima Trinidad, entonces el mayor navío de línea del mundo que, aunque terminara su servicio en 1805, nos ayuda a imaginar a estos colosos del mar y de la Armada. Gabriel nos manifiesta que “figúrense ustedes cuál sería mi estupor, ¡qué digo estupor!, mi entusiasmo, mi enajenación, cuando me vi cerca del Santísima Trinidad, el mayor barco del mundo, aquel alcázar de madera que, visto de lejos, se representaba en mi imaginación como una fábrica portentosa, sobrenatural, único motivo digno de la majestad de los mares. (…) Pero cuando subimos y me hallé en cubierta se me ensanchó el corazón. La airosa y altísima arboladura, la animación del alcázar, la vista del cielo y la bahía, el admirable orden de cuántos objetos ocupaba la cubierta. (…) Me sorprendió de tal modo, que por un buen rato estuve absorto en la contemplación de tan hermosa máquina”.

En Alicante estuvo amarrado en el puerto una mala reproducción del Santísima Trinidad como sala de fiestas flotante. Y digo que estuvo, aunque aún esté arrumbado en un muelle esperando remolcarlo hasta Cabo Verde o dejarlo hundirse en la bahía como arrecife artificial. Si fuera este su último destino, solicito a las autoridades locales que guarden su precioso mascarón de proa con el león rampante con corona, propio de los buques de la Armada española hasta 1793, y lo expongan en un nuevo Museo del Mar, que he reivindicado en otras ocasiones, que Alicante tiene contenido de sobra para contar, compartir y enseñar en sus salas museísticas sobre el mar y todo lo que tiene que ver con la navegación en relación con esta ciudad mediterránea.

Permita que vuelva al siglo XIX y a ese Alicante que fue puerto de la Armada. El 4 de agosto de 1860 se probó en su puerto un prototipo de submarino, el de Cosme García; el 7 de marzo de 1861, Narciso Monturiol probó su nuevo submarino. De ambos escribí en este periódico la crónica que tiene por título “Alicante, cuna del submarino”, que le invito a que lea si tiene curiosidad.

Sigamos, que hay más. En 1862 hubo otra revista naval en la bahía. Y algo más, tan llamativo por el ruido, el humo y el olor a pólvora; por la estrategia de cada buque, por las órdenes dadas y por las recibidas. Por lo que pudo ser y por lo que fue, tan sólo un simulacro de una espectacular batalla naval. Así nos lo cuenta el historiador Vicente Ramos al afirmar que “el 8 de junio de 1862 el pueblo de Alicante pudo contemplar una brillantísima revista naval en su puerto integrada por 19 buques”. Nada menos. Fondeados ya sería por sí solo un espectáculo. Imagine en acción.

Estos buques fueron el navío de vela Reina Isabel II; la fragata de vela Esperanza; las corbetas de vela Ferrolano, y Colón; las fragatas de hélice Carmen, Resolución, Nuestra Señora del Triunfo, Princesa de Asturias y Blanca; las goletas a hélice Consuelo, Ceres, Concordia, Edetana, Buenaventura; los vapores de rueda Colón, Vasco Núñez de Balboa, Vulcano, General Liniers y Alerta. “Todos navíos de guerra”, resalta Vicente Ramos.

Posterior a esa batalla naval, se realizaron maniobras de la Armada por las aguas cercanas a Alicante. “Fue entonces cuando comenzaron a verse los primeros resultados prácticos de los créditos extraordinarios aprobados por las Cortes en 1859 y 1861 para el desarrollo de la Armada que iban a permitir la adquisición de numerosos buques y de maquinaria y de elementos de trabajo para los Arsenales”, según palabras manifestadas en “Buques de la Armada Española a través de la fotografía (1849.1900)”, de Juan Luís Coello Lillo y Agustín R. Rodríguez González.

Hoy podemos rememorar esa revista y batalla naval mencionada gracias a algunas fotografías en blanco y negro y al cuadro del pintor Domingo Gallego y Álvarez que reprodujo este “Simulacro realizado por el Almirante Pinzón con su escuadra ante la Reina Isabel II en Alicante en el momento en que la fragata Nuestra Señora del Carmen fuerza la línea de defensa (1862)”. Este cuadro forma parte de la pinacoteca del Museo Naval de Madrid.

En tierra, numeroso público miraba y admiraba a esa Armada que velaba –y vela- por la paz y la integridad del territorio nacional y sus costas. Pasaron más cosas en el puerto de Alicante en esos años, pero me los reservo para contárselo en otra ocasión.

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