BERLÍN. Lo que parecía en el minuto 89 como una fiesta, se acabó convirtiendo en un funeral en el 119. Mikel Merino, el centrocampista de la Real Sociedad, silenció en un segundo a los millares de alemanes que se congregaron en la emblemática Puerta de Brandenburgo y dejó a la hinchada lugareña tan fuera de la Eurocopa como a su selección.
Desde dos horas antes del choque, una inmensa hilera recorrió los nublados alrededores del monumental monolito, sede de la Zona Aficionados, de tal manera que la seguridad del recinto tuvo que desviar los accesos hacia otros puntos de entrada.
La mayoría, lógicamente, son alemanes, abarrotaban con entusiasmo el falso césped implantado frente a la gigantes pantalla colocada para alentar a la 'Mannschaft'. Bufandas, collares, banderas y demás parafernalia constituían el uniforme imprescindible para la épica confrontación.
Pero no estaban solos. Entre ellos se infiltraban múltiples grupos con la camiseta roja de España. Eran pocos, pero valientes. Los nombres de Morata, Nico Williams o Rodri se intercalaban entre las innumerables elásticas teutonas. Musiala y Toni Kroos eran sus dorsales más repetidos.
Frente a la pantalla que escoltaba al emblemático monumento se empezaba a sentir el griterío de los hinchas, que acompañaban las animosas incitaciones del presentador del evento previo.
Los abucheos irrumpieron cuando este preguntó al público si había gente de España y estos se convertían en estruendosos ánimos cuando se invirtió el destinatario de la duda. Juntos pero no revueltos.
Curiosamente la música que sonó para animar el ambiente no fue en la lengua de la afición mayoritaria… sino en de la esforzada armada hispana. Las canciones latinas amenizaron la incesante espera al encuentro.
Los silbidos retornaron al anunciarse los once elegidos por Luis de la Fuente para saltar al césped del MHP Arena de Stuttgart y, de nuevo, se transformaron en gritos de apoyos para acompañar a la alineación titular de Alemania. El presentador solo tuvo tiempo a pronunciar el nombre de los futbolistas de Nagelsmann. Los apellidos corrían a cuenta de la hinchada, con Jamal Musiala como el hombre más reclamado.
Llegó el momento solemne. La Marcha Real española transcurrió entre el respeto de los lugareños y el sonoro acompañamiento del enfervorizado público de rojo. A continuación, subieron los decibelios. Los eufóricos alemanes entonaron a capela y de manera emotiva su himno nacional, intentando que su eco se escuchase a 600 kilómetros de Berlín, donde tenía lugar la contienda.
Arrancó el duelo y el gentío se llevó su primer sobresalto con la ocasión inicial de Pedri. La tensión inicial subió cuando el canario recibió la falta de Toni Kroos, protestada por los pocos españoles que solicitaron infructuosamente amarilla para el exmadridista, y con la sufrida por Lamine Yalmal, con el mismo ejecutor de protagonista, instantes después. El tinerfeño fue el primer caído en combate y los alemanes de la Zona Aficionados lo despacharon entre irónicos gestos de despedida.
El ánimo de los hispanos, algo tocado por la sensación de injusticia, se vino arriba con las primeras ocasiones y la cartulina mostrada a Rüdiger.
La primera exaltación alemana se hizo derogar hasta los veinte minutos, cuando Havertz enganchó un claro testarazo que detuvo Unai Simón y que llevó las manos a la cabeza a los fieles teutones, que recrearon el gesto de orientarla hacia donde creyeron que debía hacerlo el delantero del Arsenal.
Ambos protagonistas repitieron escena un cuarto de hora después, con idéntico resultado pero distinto procedimiento: esta vez es un disparo raso. Las dos acciones inflamaron a los berlineses, que comenzaron a corear el grito de guerra nacional: "¡Deutschland, Deutschland!".
El ambiente se atemperó con el paso de los minutos. La esterilidad en cuanto a juego mostrada en el césped de Stuttgart no ayudó a la motivación del público congregado en la Puerta de Brandenburgo.
Llegó el descanso. Durante la tregua, el presentador trató de enardecer nuevamente al respetable con cánticos dedicados a los jugadores alemanes. Y este respondió con furor. Entre el público se dejó ver la ministra de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, luciendo su camiseta de la Mannschaft como una aficionada más.
La segunda mitad arrancó como la primera: otra ocasión hispana, esta vez de Morata, que avisó a los germanos.
La advertencia se convirtió en realidad pocos minutos después, cuando Dani Olmo, el reemplazo de Pedir y hasta ahora venerado en tierras alemanas, remató al fondo de la red el preciso centro del joven Lamine. Los pocos y valerosos españoles disfrutaron de lo acontecido en territorio comanche. Entre los alemanes creían los nervios. Alguno, incluso, no se tomó bien la celebración del tenía al lado.
Tras el desconcierto, la salida al campo del popular Füllkrug revitalizó a los petrificados teutones, que veían en él la esperanza para igualar el duelo.
Las continuas embestidas de los de Nagelsmann, frustradas entre Unai Simón y la eficiente defensa, impacientaron a la muchedumbre. El balón al palo del esperado Füllkrug volvía a desesperar el ambiente.
Los hinchas descargaron sus iras en Morata y Nico Williams cuando fueron sustituidos, a la vez que recibieron en honor de multitudes al veterano Thomas Müller.
Cuando todo apuntó a la tragedia, y como tantas veces ha hecho en su historia Alemania, Florian Wirtz finalmente atendió a sus plegarias. Llegó el éxtasis. La desolación se tornó en explosión de júbilo.
Volvía el color a la gris Puerta de Brandenburgo, que tembló ante la sacudida de la gente. Incluso las nubes se contagiaron del ánimo y se apartaron para que el sol saliera a relucir. Se lanzaban petardos y el ambiente se cargaba de un intenso olor a pólvora. La cerveza volaba y empapaba la Zona Aficionados. Los españoles, que se veían en semifinales, se arrinconaRON entre el alborozo reinante.
La prórroga se suponía una inyección de moral para el gentío, que vio en su rival, debilitado por las ausencia de sus dos incisivos extremos, a una víctima propiciatoria. De nuevo Wirtz estuvo a punto de erigirse en doble héroe, ante el clamor de los que ya vislumbraban su remate dentro de la meta. Los teutones enfurecieron cuando el árbitro ignoró la posible mano dentro del área de Cucurella.
Pero cuando todo parecía abocado a la agonía de los penaltis, emergió imperial Mikel Merino para fosilizar la silueta de Neuer y toda la Zona Aficionados. El desánimo cundía de nuevo. Los españoles se adueñaron de la escena. Alemania recibía de su propia medicina.
La Puerta de Brandenburgo no volverá a proyectar más partidos del equipo anfitrión durante la Eurocopa. Como ninguna pantalla volverá a hacerlo de Toni Kroos. España y su afición, en cambio, sí salieron por la puerta grande. Por la Puerta de Brandenburgo.