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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Espacios de otro mundo que sobreviven a la gran ciudad

23/01/2022 - 

VALÈNCIA. Estaba una tarde de esta semana pasada, enfrascado en la escritura de este artículo, cuando me llamó mi amigo Mon, con quien tengo el gusto de compartir las mañanas de los viernes en el espacio de Ramón Palomar en Plaza Radio, contándome con voz no exenta de emoción, que estaba en “una especie de casas de pueblo que había comprado un amigo suyo junto a la avenida del Cid”. Me lo hacía saber porque allí había trastos que los propietarios habían dejado abandonados y que quizás alguno podría ser interesante. Antes de colgar ya estaba de camino. No hay anticuario que se resista a una llamada de estas. Desconocía esas “casas de la calle Albaida” junto a la Avenida Pérez Galdós de corte racionalista con jardín delantero muy en el estilo de las casas de los periodistas del inicio de la avenida Blasco Ibañez, aunque a una escala menor. Eran las dos últimas, pareadas, quedaban en pie de toda una manzana que fue sucumbiendo a la especulación y al desarrollo urbanístico de las últimas décadas del siglo pasado. Las incluí de inmediato en ese catálogo mental de espacios de la ciudad, situados en zonas de gran desarrollo urbanístico, que gozan de la peculiaridad de subsistir como diminutas islas, convirtiéndose en testigos de una València que ya a penas existe, previa a la actual.

Calle Camarón

Hace unos años en un par de capítulos mostré un recorrido por lo que fueron antiguas alquerías que, tras la reconquista, ya en manos cristianas adquieren la cualidad de municipios independientes y finalmente son absorbidos por la gran urbe, conservándose milagrosamente varias calles de lo que fueron los antiguos centros históricos de aquellos emplazamientos de origen musulmán (Patraix, Campanar, Benimaclet, Fuente de San Luís etc). Hoy vamos a ir más al detalle e incluso penetrar de lleno en la ciudad. Vamos a lugares que siempre han sido València: unos en el centro hístórico, otros que quizás hacían frontera de la ciudad con un rural de acequias y caminos que apenas les separaban unos metros. Iremos a algunos espacios que pasan inadvertidos pero que transitarlos nos sacan de nuestra rutina diaria de ruido y frenética actividad, para sumergirnos en unos lugares de serenidad para permitirnos fantasear aunque sea por unos metros y unos minutos. Muchos son espacios que he ido descubriendo con el tiempo de forma casual, prácticamente dándome de bruces con ellos, y otros son más conocidos por todos.

Calle Juan Llorens/San Ignacio de Loyola

Casas de la calle Camarón (Velluters)

La escasamente transitada calle Camarón, en alusión el insigne pintor rococó, comunica Guillen de Castro con una plaza surgida en los últimos años por el derribo de unos edificios y que hoy acoge unos huertos urbanos. En dirección intramuros a la derecha la calle la conforma en un buen tramo una singular sucesión de viviendas de dos plantas de gruesos muros, ayunos en decoración, encalados y tejado del que sobresalen, avanzándose, las vigas de madera, lo que nos revela que nos hallamos ante construcciones de pleno siglo XVIII. No es nada habitual que varias de estas viviendas de esta factura tan popular, de pequeñas hechuras queden todavía en pie en València. Lo más frecuente es que, de esa época, sean supervivientes las casonas de corte palaciego de grandes dimensiones, pero las más humildes eran en su gran mayoría pasto de la piqueta. Por ello es milagroso que esta pequeña unidad de viviendas esté todavía en pie, aunque me temo que un tanto deshabitadas y dejadas de la mano de Dios. Urge su rehabilitación, pero para ello es conveniente que salgan de su ostracismo.

Vuelta del ruiseñor

Casas de la calle Juan Llorens

Este es un lugar verdaderamente sorprendente e inesperado. Si caminamos por la acera derecha de la calle Juan Llorens, dirección Santa María Micaela, vemos como de forma repentina llega un punto que la acera se ensancha hacia adentro sin mucha explicación, como si se abriera una calle peatonal. En apenas veinte metros hallamos la respuesta el al encontrarnos casi sin pretenderlo en una pequeña plaza que se abre en el interior de lo que sería en una especie de patio de manzanas. Lo verdaderamente peculiar es que uno de los lados de ese trozo de ciudad dentro de la ciudad, está ocupado por una sucesión de viviendas de rasgos populares, que podrían ser Cabanyal o de una de las poblaciones del área metropolitana, de una escala mucho menor que las fincas que las abrazan, y que podríamos datar muy a finales del siglo XIX o principios del XX. Todo un descubrimiento la primera vez que hace unos años accedí a aquel espacio un tanto irreal, que asemeja a un decorado donde ambientar una obra de teatro, congelado en el tiempo y milagrosamente respetado. Es más, cuando hace un tiempo fue urbanizado alguien con la sensibilidad que reclama el lugar tuvo la idea de instalar unos naranjos que todavía dotan a aquel minúsculo entorno entre grandes edificios de una cualidad de oasis todavía mayor.

Carrer vuelta del ruiseñor

Con este curioso nombre fue bautizada en su día una calle de innegable encanto rural por las viviendas que se disponen adosadas en el lado izquierdo que serpentea junto al Museo de Bellas Artes. Su inicio está en el mismo margen del cauce junto al comienzo de la calle Alboraya, un espacio de intenso tráfico rodado cuyo sonido se va apagando conforme nos introducimos en la sinuosa y tranquila calle, ocultándose, con cierto misterio hacia un costado del museo, finalizando en la valla norte de los jardines del Real. Al poco ya podemos vislumbrar el final pero mientras podemos fantasear con un mundo que se fue y que recogen los grabados que retratan el entorno de fin de la ciudad que envolvía al antiguo colegio de San Pío V, hoy museo de Bellas Artes.  

Calle de Entenza

Calle Viciana y calle de Entenza

Si desde la frecuentada por el tráfico rodado, calle Conde de Trenor nos introducimos por la calle del Salvador para ingresar en el centro histórico nace a la izquierda, en primera instancia, la calle Viciana junto a la maldita plaza (por su actual situación), cuyas ruinas, de origen romano, permanecen todavía valladas para la vergüenza de todos. A mitad de dicha calle a la derecha se abre una pequeña plaza con un pozo cegado en su centro y unas bonitas casas de sobriedad neoclásica. Al fondo de este recogido espacio, debido a la desaparición del edificio, un solar todavía no ocupado nos deja contemplar la esbelta cúpula de la capilla de la Facultad de Teología en ladrillo y con la característica teja vidriada en azul.

A pocos minutos, tras la iglesia del Temple y de su homónimo palacio hay dos o tres calles que se adentran hacia lo profundo del barrio de la Xerea y que son de las menos concurridas del centro histórico y no será por el encanto que encierran. Una de estas es la calle de Entenza estrecha y sin un final claro que parece un atzucat, pero no lo es, está llena de encanto popular y de una tipicidad que nos evoca a las también cercanas callejuelas del barrio de Sant Bult

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