El autor de Zipi y Zape, Escobar, estudió de niño en una escuela progresista sin castigos ni memorización de materias áridas. Eso quiso plasmar en sus personajes, lo que él había logrado dejar atrás. Para el escritor Vázquez Montalbán, esas viñetas hablaban más y mejor de España durante la dictadura que los cronistas, por eso dibujaron unas páginas de Zipi y Zape en 1988 en la revista Tiempo en las que arremetieron contra la Transición, líderes como Felipe González, la Iglesia y las divisiones absurdas de la izquierda
VALÈNCIA. Hace escasas semanas los hermanos Zipi y Zape cumplieron 75 años y el año que viene, en el mes de marzo, se cumplirán treinta de la pérdida de su autor, Escobar. Como con tantos otros, la biografía de este autor hay que leerla en clave de "qué habría pasado sí" como consecuencia de la dictadura. Quizá se hubiese dedicado todavía más al humor blanco y se hubiese hecho millonario, pero también puede que hubiésemos gozado de la creatividad de un genio de los lápices.
Como contamos en este espacio, Escobar, aunque se pagó la manutención con un puesto de trabajo en Correos, se inició dibujando en todo tipo de revistas de su época, de conservadoras a algunas que tenían sus más y sus menos con la censura por sus referencias sexuales. En el momento del estallido de la guerra, en 1936, militaba en el Sindicato de Dibujantes Profesionales (que estuvo dominado primero por la CNT y luego por UGT) y pasó a colaborar con L'Esquella de la Torraxa, un semanario republicano y anticlerical de gran éxito. En plena Guerra Civil, sus chistes fueron antimilitaristas y antifascistas.
Si hilamos fino, como explicó Fernando Diaz-Plaja, su humor tenía una vertiente contra los excesos revolucionarios en el campo republicano del agrado de un público republicano, catalanista, pero liberal y autonomista. No obstante, como es conocido, el régimen de Franco no se andaba con sutilezas y el dibujante fue directo a la cárcel.
Escobar estuvo preso 19 meses. Según el investigador Joan Manuel Soldevilla Albert, todavía se conservan tiras cómicas que dibujó entre rejas para sus compañeros de celda en La Modelo. Comentó Manuel Espín en El Siglo que tuvo fortuna de no que no se pudieran encontrar todos los ejemplares de la revista, porque eso podría haberle costado la vida. Escobar, por su parte, se rió de su suerte en El País, porque al perder su empleo en Correos, en la dictadura no le quedó más remedio que dibujar para ganarse el pan. Así nació Carpanta, del que se ha dicho en no pocas ocasiones que fue una crítica velada al régimen y la patética situación, de pobreza y miseria, en la que había sumido a la sociedad.
Su historia con Bruguera y la aventura de Tío Vivo son bien conocidas. La cuestión es que sus personajes retrataban la sociedad de su época. Es ahí donde entra la figura del escritor Manuel Vázquez Montalbán, que aseguraba que la sociedad de la dictadura se podía conocer con mayor profundidad en sus tebeos que por sus cronistas o estudios académicos, en clara referencia a los personajes de Escobar y de Bruguera. Hubo un flechazo por la fuerza de los hechos.
Zipi y Zape estaban inspirados en The Katzenjammer Kids, personajes del dibujante alemán Rudolph Dirks, que con siete años se había trasladado a Chicago con su familia. Él, a su vez, había tomado la idea de los hermanos Max y Moritz, de Wilhelm Busch. Ya en el siglo XIX, sus historietas eran bastante violentas. Los niños se dedicaban a hacer bromas tales como introducir pólvora en lugar de tabaco en la pipa de un adulto, al que le quemaban toda la cara. Y las venganzas contra ellos eran similares, un panadero burlado les podía meter en el horno, otro hombre los muele y hace picadillo. The Katzenjammer Kids llegaron a España como El Capitán Corretón y sus chicos Tin y Ton en los años veinte en la revista Chiribitas. Aunque no fueron la única influencia de Escobar, también estaban Quick & Flupke, en España Las hazañas de Quique y Flupi, del famoso autor belga Hergé, también padre del archiconocido Tintín.
La interpretación de este modelo de Escobar vio la luz en la revista Pulgarcito en 1948. Su premisa era la atemporalidad, Zipi y Zape siempre eran niños. El factor más importante era el padre, Don Pantuflo, catedrático de Filatelia y Colombofilia, que tenía más características del oropel universitario decimonónico que de la posguerra. Al igual que Don Minervo, el profesor que insistía en que se aprendieran la lista de los Reyes Godos, eran dos estereotipos grotescos que ya en su día resultaban anacrónicos. Es probable que Escobar, que se educó en una escuela de vanguardia, sí que tuviera presente las monstruosidades educativas del pasado que se querían dejar atrás en los albores del siglo XX.
Inicialmente, la serie era tan extrema que a los niños se les torturaba. Parece que fue la propia censura franquista la que tuvo que poner coto a esas salidas y ahí apareció el famoso cuartos de los ratones, el cuarto oscuro o los castigos físicos como permanecer con los brazos en cruz frente a la pared sosteniendo gruesos libros con las manos. Aunque no hubiera arquetipos sociales de la dictadura en una historieta tan disparatada, sí que había unos valores que se transgredían. Los niños se enfrentaban al poder represivo de la escuela y la familia, siempre pendía sobre ellos la posibilidad de recibir un correctivo injusto, un duro castigo desproporcionado. Eso sí se parecía más a la realidad de las escuelas, donde se golpeaba a los alumnos sin compasión. A su vez, el programa que tenían que aprenderse era plúmbeo y absurdo. Todo estaba lejos de la utilidad de una verdadera educación.
La historieta llegó a tener un éxito de primer orden. La generación que tuvo el hábito de leer tebeos antes de que los videojuegos y la televisión coparan todo el ocio de los niños recuerda a Zipi y Zape como un clásico de primer orden. Si ya estaban dislocadas de la realidad social estas historietas cuando surgieron, en los años 80 pertenecían a otro planeta, sin embargo, era fácil acoplarse a ese mundo, como a tantos otros a los que remitía Bruguera, sin necesidad de nexos identificables con el momento actual. Cualquiera que haya sido niño puede divertirse con las aventuras de otros niños bajo las amenazas y los peligros del "mundo de los mayores" en cualquiera que sea el contexto.
La parte menos conocida de este desenlace es que en los años 80, Escobar, por fin liberado de toda censura, puso sus lápices a disposición del entusiasta de sus viñetas Manuel Vázquez Montalbán. Fue en la revista Tiempo, entre el 11 de julio y el 7 de noviembre de 1988. 18 entregas de dos páginas, en total 36. Aunque han circulado por Internet, ahora solo se pueden consultar en Humoristán o cortesía de algunos usuarios de redes sociales como @capolanda.
Para el que consumiera Zipi y Zape de niño estas viñetas, aunque resulten anecdóticas al lado de toda la obra completa, son un shock. Don Pantuflo quería iniciar una carrera política. Su idea era presentarse como un candidato de centro, pero eso le lleva a visitar a la Iglesia para ser portavoz del tradicionalismo. Obviamente, la visión del centro de Vázquez Montalbán no era muy favorable.
De hecho, el escritor volcó sus obsesiones en estos personajes. La más célebre, su crítica elitista a la Transición, siempre desde la frustración del hundimiento del Partido Comunista en los años 80. No podía quedar más claro en una viñeta en la que Don Pantuflo decía que la gran lección de la Transición era "temer lo detestable para saborear lo mediocre".
Así, el famoso desencanto se hacía ver en comentarios como "estoy más deprimido que el sector siderúrgico", o que Don Pantuflo, para hacer carrera política, tuviera que estudiar "postmodernismo, postmarxismo, postmaoísmo, posterrorismo, postfelipismo, postpujolismo y postabaquismo". Cuando se encuentra con Anguita, se comenta que gracias a las divisiones de los comunistas, "ahora somos el país del mundo más céntrico, centrista y centrado", mientras el cordobés daba una clase de "marxismo leninismo sin burbujas y sin aditivos". Pese a todo, las partes más graciosas son las más punk, cuando por ejemplo Don Pantuflo y sus hijos, que uno va a ir para el PSOE y el otro para banquero, le dicen a una mujer que está pidiendo en la calle que se matricule en un curso para mayores de 25 años. Ahí es fácil conectar con esa versión ochentera de Escobar y Vázquez Montalbán, puesto que la psicopatía social neoliberal, el haberstudiao, sigue presente cuarenta años de democracia después. Actitudes más crueles que aquellos cuartos de los ratones.