El próximo sábado se cumplen 40 años de la invasión de las Islas Malvinas decidida por la Junta Militar Argentina, que para elevar su popularidad trató de recuperar por las bravas el archipiélago ocupado por el Reino Unido 160 años antes. Margaret Thatcher, una de las pocas mujeres en la historia que ha llevado a un país a la guerra, envió a la Royal Navy y, con el apoyo de los Estados Unidos de Reagan y de otros países, ganó fácilmente la contienda. Hubo cerca de mil muertos. Los españoles, lógicamente, íbamos con nuestros hermanos argentinos, coreábamos aquello de "Gibraltar español, Malvinas argentinas" y más de uno vio la oportunidad de recuperar el Peñón aprovechando que la pérfida Albión no podría ocuparse de dos frentes a la vez.
Los españoles íbamos con Argentina, pero el Gobierno español no. En una calculada ambigüedad que mantuvo durante todo el conflicto, el Ejecutivo de Calvo Sotelo (UCD) condenó tanto el uso de la fuerza como el colonialismo, para decepción de los argentinos, que esperaban un apoyo como el que sí recibieron de la mayoría de países de Latinoamérica.
Igual que el corazón tiene razones que la razón no entiende, la diplomacia tiene razones que el corazón no entiende. La respuesta oficial tan alejada del corazón de los españoles se debió a que en aquella época España negociaba su entrada en la CEE –hoy UE– y en la OTAN, organizaciones que cerraron filas a favor del Reino Unido, miembro destacado de ambas. Se debió, en resumen, a la realpolitik, la política real, la pragmática, la hipócrita, la de obrar por conveniencia por encima de la moral y de la justicia.
Para ejercer la realpolitik hacen falta gobernantes democráticos sin escrúpulos y sin principios a los que mueva el interés del país al que representan por encima de cualquier otra consideración e ideología. Los hay en distintos grados. Mi generación tiene como máximo exponente a Henry Kissinger, quien lo mismo blanqueaba a la China criminal de Mao que organizaba desde sus embajadas golpes de estado en países latinoamericanos –un chiste decía que en EEUU nunca ha habido un golpe de Estado porque en Washington no hay embajada de los EEUU– o rechazaba, en 2014, las sanciones a Putin por la invasión de Crimea por la sencilla razón de que íbamos a necesitar a Rusia para arreglar lo de Siria. America first, que diría Trump.
Debido a la realpolitik nuestros gobiernos son amigos de dictaduras lideradas por tiranos con petróleo. O son enemigos, como pasaba con Venezuela hasta que EEUU fue el otro día a rendirle pleitesía a Maduro porque lo necesita para no depender de Putin. Que el mundo da muchas vueltas, como la vida, lo saben los dictadores y también los gobernantes demócratas que en no pocas ocasiones los sostienen.
La realpolitik es el motivo por el que Pedro Sánchez ha decidido, en solitario, dar la puntilla a las agonizantes aspiraciones del pueblo saharaui de poder decidir el futuro de su territorio en un referéndum. En contra de los sentimientos de la mayoría de los españoles, de los militantes de su partido y del programa electoral del PSOE, Sánchez, 'asesorado' –por decirlo suavemente– por el Departamento de Estado norteamericano, ha puesto a España en el lado que más le conviene desde el punto de vista material, junto a EEUU, Francia y la OTAN, que hace años que eligieron a Marruecos como aliado en el norte de África.
Las razones de tal viraje, según el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, son que se acaba con un problema que dura 46 años y se garantiza la integridad territorial de España que, al parecer, estaba en peligro. Una muestra de debilidad ante el chantaje de Mohamed VI, que es tan poco de fiar como el propio Sánchez. Ese chantaje comenzó en diciembre de 2020 cuando Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara –a cambio, Marruecos reconoció el Estado de Israel– y nuestro vecino respondió declarando que Ceuta y Melilla son "ciudades marroquíes ocupadas". Lo de Trump lo secundaron Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, lo que lleva a pensar que cuando todo el dinero está de una parte, a la otra solo le queda llorar. Que se lo digan a Felipe González, el primero que se cambió de bando por un puñado de convicciones.
El daño causado a los saharauis y la indignación de los españoles son "daños colaterales", como diría un asesor de la Embajada de EEUU en Madrid. Lo mismo que el daño causado al exmilitar argelino Mohamed Benhalima, que había pedido asilo político en España tras denunciar la "corrupción" de la cúpula militar de su país y que, reclamado por Argelia, fue oportunamente deportado en avión el pasado viernes desde València y abandonado a los pies de los caballos.
De paso, se espera que más pronto que tarde Sánchez pueda hacerse su ansiada foto con Biden igual que Aznar pudo poner los pies encima de la mesa de Bush cuando implicó a España en una guerra en contra de los sentimientos de los españoles, incluida la mayoría de sus votantes. Un acercamiento a EEUU que, pasado el cabreo, le habría ido bien a España si no lo hubiera estropeado el desnortado Zapatero con su gesto de dignidad a destiempo al retirar de Irak las tropas españolas, siendo España uno de los países causantes del desastre. Zapatero también se ha pasado ahora al bando marroquí.
No hay que minusvalorar ese interés personal de los mandatarios a la hora de valorar la realpolitik. En otro nivel, también afecta a las ministras y ministros –no nos moverán– de Unidas Podemos, corresponsables en las últimas semanas del envío de armas a Ucrania, del aumento del gasto en Defensa y del abandono del pueblo saharaui por parte del Gobierno español. ¿Qué tiene que hacer Sánchez para que se vayan del Gobierno? ¿Reconocer Kosovo? ¿Trasladar la Embajada de España en Tel Aviv a Jerusalén como hizo Trump con la americana? ¿Renunciar a Gibraltar para solucionar un problema que dura no 46, sino 309 años? A todo esto, ¿qué piensa el ministro Garzón de Ceuta y Melilla, que Izquierda Unida propuso devolver a Marruecos hace 30 años?
Cuando España quedó aislada del bloque occidental después de la Segunda Guerra Mundial por mantener un régimen fascista –por cierto, con Argentina como uno de los pocos países hermanos que ayudaron a sobrellevar la hambruna–, Estados Unidos rompió el bloqueo mediante un acuerdo win win con Franco culminado con la célebre visita de Eisenhower, a quien en su lista de contrapartidas se le olvidó incluir la democracia. Pura realpolitik.
El día que acabe la guerra de Ucrania y entierren a los muertos, contaremos los días que pasen hasta que nos tengamos que poner otra pinza en la nariz cuando el primer dignatario occidental, probablemente el canciller alemán Olaf Scholz, viaje a Moscú a estrecharle la mano a Putin y decirle que pelillos a la mar, que empieza una nueva etapa... Esa mierda.