Primero fue el teletrabajo, después, la necesidad de ganar espacios públicos, y el tercer cambio que nos lleva a esta crisis es la necesidad de dotar a las ciudades con herramientas tecnológicas para la gestión de la movilidad en todos sus ámbitos. Las playas se van a convertir en la palanca de movimiento para que las ciudades acaben de implementar sus soluciones inteligentes y se conviertan en verdaderas smart cities. Es su momento.
Es verdad que hay ciudades que tiene proyectos más avanzados que otros. València, Benidorm y Alcoy quizás sean la vanguardia autonómica, sin olvidar a otras. Por ejemplo, Alicante sigue teniendo en barbecho un proyecto interesantísimo para la gestión del tráfico. Hay otros consistorios con medidas concretas, y muy eficientes, o proyectos atractivos, pero en fase muy embrionaria. Aunque parezca quizás un atrevimiento decirlo, que una ciudad cuente con un proyecto de smart city implementado puede darle un plus para una decisión de futuro, incluso un elemento de lucha contra el cambio climático; un hecho diferencial para que un turista la elija para visitarla; para que acoja un evento de gran impacto, o para que se ubiquen determinadas empresas.
Sólo hay que comprobar que todas las soluciones tecnológicas que durante estos días van a incorporar hoteles o nodos de transporte -como los aeropuertos o las estaciones- son susceptibles de ser incorporadas por un ayuntamiento para la gestión de múltiples variables: tráfico, playas, instalaciones deportivas, actos religiosos, fiestas, etc... La gestión de datos no sólo es una herramienta para la toma de decisiones de los poderes públicos. No sólo supone acceder al qué de las ciudades, sino dotarlas de un cómo que ofrece -y obliga a- una mayor agilidad a la hora de disponer de ese qué. Supone ponerse las pilas.
Ahora, con los cambios que nos está imponiendo la pandemia, suponen dar un paso más: soluciones para la democratización de las decisiones de los propios individuos. Posiblemente, sean más necesarias o efectivas en las grandes ciudades, o en zonas de aglomeración. Es posible que sean hasta recomendables para zonas vulnerables a las catástrofes climatológicas. Por ejemplo, ¿se imaginan ustedes que en septiembre de 2019 hubiera existido una aplicación que estableciera el momento en el que se tuviera que haber evacuado a los vecinos de los municipios afectados por la DANA de la Vega Baja o aquellos emplazados junto al cauce de un río? Y que esa misma aplicación hubiera establecido unos umbrales de caudal del río que hubieran recomendado sacar coches de la vía pública o garajes y situarlos en zonas de resguardo? Posiblemente, de haber existido, y haber sido probada con éxito en otras ocasiones, se hubieran evitado muchos daños materiales.
Está claro que no sé puede comparar la elección de un destino turístico con una catástrofe natural, pero en ambos casos el uso de la tecnología puede ayudar, y mucho, en la toma de decisiones. En un casos de seguridad personal; en otros, de una mejor experiencia. Por ejemplo, con los protocolos de seguridad que se implantarán este verano, un turista alojado en un hotel puede decidir, además de la hora a la que va a desayunar o se baña en la piscina del hotel en función de su capacidad, a qué playa puede ir porque podrá aparcar sin problemas; qué itinerario elige; la temperatura del agua; la velocidad del aire, si tiene hamacas disponibles, si sale a correr por un paseo marítimo, etc... Todo ello va a poner a los destinos en ventaja. Los especialistas en turismo lo saben y por ello estos días se afanan en buscar soluciones para sus instalaciones. Los gobernantes, también. Lo veremos con la gestión de las playas.
Pero al igual que ha pasado con el teletrabajo o la ampliación de espacios públicos, además de evitar aglomeraciones, poner en marcha soluciones tecnológicas para la gestión de espacios y movimientos debe servir para dotar a las ciudades -sobre todo, a las del litoral- de medidas que permitan una mejor gestión de las masificaciones, y eviten las frustraciones de no poder ir a una zona de baño, un museo o a un evento. Si tenemos, o vamos a tener, un nuevo marco de convivencia, debemos tener mecanismos para arbitrarlos. La empresa privada, como casi siempre, se dará esos mecanismos con agilidad porque su negocio va en ello. Pero ello no debe ser excusa para que los políticos también lo hagan con la gestión ciudadana. Si han sabido habilitar espacios para pasear, correr o ampliar terrazas, que menos que incorporen a sus propias ciudades herramientas que ayuden a lograr una ciudad amable, limpia, bien comunicada, con una buena de red de transporte público. Ahora más que nunca, crecimiento y servicios deben ir a la par. Una cosa sin la otra sólo puede generar malas experiencias. Y esto parece que ha llegado para quedarse. Y ojo, como los hoteleros, esta inversión que ahora nuestros representantes públicos deben hacer no es algo puntual, les puede generar retorno, eficiencia y pedagogía de la racionalización. Que lo valoren. Es el momento de la smart cities, aunque sea martillazos.