vals para hormigas / OPINIÓN

En buenas manos

6/02/2019 - 

Llevo unos días encerrado en un bucle que me impide prestar demasiada atención a lo que sucede a mi alrededor. Estoy enganchado a la actuación de Rosalía en la gala de los Goya. Una y otra vez. En espera de que la cantante catalana reúna alientos al final de Me quedo contigo, de los Chunguitos, para exhalar con suavidad y dominio del tempo que es muy feliz. La ceremonia fue una de las más defendibles de los últimos tiempos, en parte porque Andreu Buenafuente y Silvia Abril consiguieron ser como son. Justo lo contrario de lo que pasó el año pasado con Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, que se vieron obligados a disimular su modus operandi. Además, la gala contó con el despojado e importante discurso de Jesús Vidal tras recibir el premio a Mejor Actor Revelación. Disculpen el inciso, pero cualquier cosa relacionada con la diferencia y la visibilidad de la discapacidad es imprescindible. Y punto.

Pero la interpretación de Rosalía fue una obra de arte. Aún no me había puesto a escucharla. Había demasiado revuelo mediático y demasiadas críticas furibundas desde el lado del purismo como para tener la cabeza clara a la hora de dictaminar por mi cuenta. Su irrupción del sábado pasado me pilló con el pie cambiado. Y me deslumbró, como quizá no me había pasado desde la primera vez que escuché el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick en una casete y tuve que salir a la calle a comprar el CD. Dio la impresión de ser una versión muy trabajada, casi milimétrica. Y al mismo tiempo, un despliegue de suficiencia, casi de displicencia. Esto es lo que sé hacer. Trá, trá. La platea y la audiencia de casa, empotrados contra los respaldos de sus asientos. Conscientes, la mayoría, de que ahí había pasado algo difícil de explicar. Casi tanto como el duende. Casi tanto como la magia. Casi tanto como que los algoritmos que pretenden saberlo todo de nosotros no nos representan.

En cuanto pueda, profundizaré más en la música de Rosalía. De momento, me quedo con lo que se sabe de ella. Deslumbrante y polémica a sus 25 años. Es el futuro. Ojalá sea el futuro. Es catalana y flamenca y ni catalana ni flamenca, una joven que sabe mirar atrás sin dejar de caminar hacia delante. Tiene talento y descaro. Tiene las cosas claras. Desafía las imposiciones a partir de las reglas del juego establecidas. Es el triunfo del mestizaje, del esfuerzo, de sacarle partido a la calle, de no dar nada por sentado, de no dejarse arrastrar por quienes solo piensan en clave inamovible. De hecho, es la diana de quienes tratan de apropiarse de lo que creen que es suyo. Como si hubieran inmatriculado el flamenco. Como si el flamenco fuera la Mezquita de Córdoba. Es la diana de quienes enarbolan a Camarón olvidándose de La leyenda del tiempo. Rosalía está al otro lado de la brecha digital y las mujeres como ella tienen que hacerse cargo del salto definitivo.

Si no la vieron, busquen la actuación. Basta con una canción para disipar muchas nieblas. Hay muchachas así, con talento, determinación, ideas y una tolerancia de amplio espectro. Pronto estaremos en buenas manos.

@Faroimpostor