El decreto ley es un procedimiento legislativo de urgencia del que abusan todos y cada uno de los Gobiernos que ha habido en democracia. Todos prefieren aprobar las cosas primero y preguntar al Parlamento después, amparándose en la supuesta urgencia con la que hay que aprobar las medidas dispuestas en el decreto. Dichas medidas a veces son realmente urgentes; otras no. En todo caso, el decreto tiene la ventaja de que el Gobierno puede ahorrarse el farragoso y complejo procedimiento legislativo habitual, con sus votaciones, sus debates y sus plazos, y agilizar las cosas en el sentido deseado. El Gobierno puede, efectivamente, gobernar "por decreto".
Pedro Sánchez, innovador en tantas cosas en la política española (primero en volver al liderazgo de su partido tras ser expulsado del mismo; primero en ganar una moción de censura; primero en obtener una investidura sin ser el líder del partido más votado), también ha innovado aquí, por la vía de extremar un procedimiento que también suele ser habitual en la convalidación de decretos ley: convalidarlos todos a la vez, mezclando churras con merinas, para que no solamente haya votaciones parlamentarias semanas o meses después de aplicarse el decreto y sus disposiciones; sino para que, además, haya el menor número de votaciones posible. De ahí la desafortunada denominación de "decreto ómnibus", decreto que contiene literalmente cientos de decretos dentro, todo mezclado, churras y merinas de toda clase, disposiciones aprobadas por el Gobierno en distintos momentos y que afectan a políticas muy diferentes, como si se tratase de un Gobierno que no tiene que rendir cuentas a nadie ni necesita el apoyo de nadie.
Pero, precisamente porque esto no es cierto, porque el Gobierno tenía una mayoría muy endeble en el Parlamento de la que actualmente, tras la defección de los diputados de JuntsxCat, ya no dispone, cuando llega la hora de votar es muy tentador intentar colar todas las medidas de una sola vez. ¿Para qué votar cien veces si podemos votar solamente una? Y, sobre todo, que ese es el principio motor del ómnibus: ¿por qué no juntarlo todo para que se combinen nuestras políticas con medidas con las que tradicionalmente hay un gran consenso político, como la subida de las pensiones, ayudas a los damnificados por la Dana de Valencia o rebajas en el transporte público?
El truco es clamoroso y vergonzoso a partes iguales. Desvirtúa totalmente la política parlamentaria y busca chantajear a los "socios" y a la oposición para que traguen con todas las decisiones gubernamentales. Pero esta vez no ha colado. El PP, Vox y Junts han votado en contra. Y como entre los tres suman mayoría absoluta han dejado al descubierto, una vez más, la extrema debilidad de este Gobierno, que está desunido, afectado de problemas serios que aquejan a todos los socios, incluido el PSOE, no tiene mayoría parlamentaria ni Presupuestos y si hubiera elecciones mañana, muy probablemente, no sería capaz de revalidar los resultados de 2023 (sólo Carlos Mazón podría impedir hoy por hoy una victoria de PP y Vox en la que la suma de ambos superase la mayoría absoluta).
Tras la derrota, el Gobierno ha pasado a preocuparse por lo de siempre: el "relato". Este es un Gobierno que de vez en cuando gobierna y toma decisiones, pero, sobre todo y por encima de todo, está constantemente preocupado por explicarnos el por qué de sus decisiones. No tanto los hechos, cuanto el "relato" de los hechos. Un relato que siempre explica lo mismo: puede que este gobierno tenga problemas, sea inconsecuente, no haga las políticas que te gustan, etc., ¡pero todo vale si se trata de parar a la extrema derecha fascista de PP y Vox!
Este es un argumento que le ha reportado victorias al PSOE y a sus socios durante estos años, o al menos les ha permitido permanecer en el Gobierno, no sólo por los votos que reciben de los ciudadanos para que no gobiernen los otros, sino por la posición de fuerza en la que se producen las negociaciones parlamentarias con los socios eventuales del Gobierno, sobre todo los partidos regionalistas y nacionalistas que cimentan su mayoría en el Congreso. Les funciona tan bien que lo aplican constantemente y en toda circunstancia. El riesgo es que algún día, tarde o temprano, el argumento pierda eficacia, que es lo que ha sucedido con JuntsxCat.
Entonces vemos la debilidad de la segunda parte del argumento del "relato", la del "o todo o nada" que hay detrás del decreto ómnibus: si no lo apruebas todo es porque no quieres aprobar ninguna de las medidas del decreto, que misteriosamente, según destila el "relato" del Gobierno, sólo son válidas y aplicables si se aprueban todas a la vez y con una única votación, que eso sí que es democracia antifascista de la buena, sin que se puedan debatir y dirimir las medidas por separado. Un argumento tan endeble que se desmonta casi solo. Han tardado poco el PP y Junts en invitar al Gobierno a presentar por separado las medidas no aprobadas en el ómnibus que supuestamente no dejan dormir a Pedro Sánchez (la principal, la subida de las pensiones, pues no olvidemos que casi la mitad de los votantes del PP son pensionistas).
Sinceramente, no creo que esta vez el "relato" cale demasiado, ni siquiera en los muy convencidos. La oposición no tiene por qué votar las medidas del Gobierno en los términos que marque el Gobierno, sobre todo si dichos términos consisten en una mezcolanza impresentable y antidemocrática para pasar por el Parlamento lo menos posible. Porque el Gobierno es débil, cada vez más, y estas estratagemas sólo sirven para evidenciar su debilidad y sus dificultades para llevar adelante sus políticas, por mucho relato de épica lucha contra el fascismo (que pretende votar las medidas por separado y con debates específicos) que desarrollen para envolver los hechos.