VALÈNCIA. Para José Luís Díez, uno de los grandes estudiosos del arte español del siglo XIX, Eduardo Rosales (1836-1873), es “cumbre absoluta de la pintura española de la historia del siglo XIX, que marcó la definitiva transformación del género y una de las piezas capitales de toda la historia del arte español”. También el pintor Ramón Gaya, afirmaría ante la contemplación de una de sus obras: “...caí en la cuenta, no sólo de su evidente modernidad, sino que venía a explicarme lo que la modernidad... es”. Revolucionario, moderno, visionario son palabras que pueden leerse en los estudios sobre el arte de Rosales.
Hay que decirlo sin rodeos y congratulándonos: “Desde el fondo del alma al papel” es la única exposición dedicada al gran pintor español del siglo XIX conmemorativa del 150 aniversario de su fallecimiento y es Valencia la ciudad que la acoge. De hecho, fue inaugurada el pasado día 8 de junio y estará abierta, con entrada libre, hasta el día 24 de septiembre. Se lleva a cabo en la cuarta planta del Casino de Agricultura situado en la Calle Comedias 12 y no, como sería lo natural, en su ciudad natal, Madrid y donde también falleció. Tampoco ha sido una institución pública la organizadora del evento, sino una fundación privada, que no es otra que el Secreto de la Filantropía, y por empeño personal y me consta que no sin gran esfuerzo de su factótum, Luís Trigo.
Se trata de una magnífica muestra compuesta por sesenta dibujos y acuarelas de quien fuera el “padre artístico” e intelectual de muchos pintores del siglo XIX, entre ellos algunos de los artistas valencianos más importantes del momento que todavía eran muy jóvenes, como el caso del mismo Sorolla, quien le pintó un retrato conservado en el Ateneo de Madrid, pero que reconocieron en Rosales uno de sus maestros y el primer pintor español de la modernidad. De hecho, el propio Pinazo acudió a Madrid a portar el féretro del pintor madrileño. Conviene señalar que Eduardo Rosales, tristemente fallecido con apenas treinta y años por un proceso de tuberculosis, nace cuando hace apenas diez años que ha fallecido Goya y cuando lo hace Vicente López, un pintor a caballo entre el Neoclasicismo dieciochesco y el Romanticismo, Rosales ya tiene catorce años. De ahí la importancia de Rosales, junto con Fortuny, uniendo dos mundos, dos épocas de la pintura española e iniciando el camino a la modernidad que se irá desarrollando a lo largo del último tercio del siglo XIX.
Nuestro pintor, a pesar de su desafortunada vida, fue un artista reconocido en vida recibiendo la medalla de oro de la Exposición Universal de París de 1897 y Caballero de la Legión de Honor otorgada por Napoleón III en 1870 o académico de San Fernando. Es un dato revelador que con el citado Mariano Fortuny sea el único artista del siglo XIX al que el Museo del Prado le dedica toda una sala. Recibió encargos y se relacionó con los artistas más importantes del momento quienes le protegieron y apoyaron, pero, por otro lado, nunca pudo evitar los problemas económicos, turbulencias sentimentales y, por encima de todo, la enfermedad que le impidió al final de su vida ocupar cargos del máximo rango, como director del Museo del Prado, que le habrían dado una existencia más tranquila, financieramente hablando. Por extraño que parezca, muere prácticamente en la pobreza y sus obras fueron subastadas a su muerte para sufragar gastos y deudas que había dejado. La exposición ha traído también objetos que tienen que ver con aquella subasta post mortem, pero mejor que los descubran por ustedes mismos.
En la muestra podemos disfrutar del primer acercamiento al dibujo del Rosales joven cuando ingresa en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, los apuntes sobre personajes conocidos por estar representados en célebres obras maestras del Renacimiento italiano, así como una selección de retratos femeninos “romanos” realizados en sus estancias en la ciudad eterna. Especial interés tienen los bocetos preparatorios de sus obras de gran formato que podemos ver en el Prado. Destaca el boceto de su obra maestra “Doña Isabel la Católica dictando su testamento”. Finalmente completan la muestra otros trabajos de pequeño formato, sobre papel, de tema paisajístico realizados en sus estancias en el Balneario de Panticosa o en Murcia.
La dedicada a Eduardo Rosales la tercera muestra desde que la fundación desembarcara en el Casino de Agricultura tras las que han tenido como objeto el retrato femenino y a José Segrelles como ilustrador. Incido en ello porque hay algo que no se nos puede pasar por alto: la iniciativa de la exposición es privada, pero además las obras proceden íntegramente de una colección particular, la del arquitecto madrileño Rafael Gil, circunstancia que además del interés que tiene el que podamos acceder a un conjunto de obras, casi inéditas, porque no están a la vista en instituciones públicas, este dato nos manda un segundo mensaje: el coleccionismo y la iniciativa cultural privada como labor esencial para la reivindicación, estudio y conservación de un legado histórico, artístico de nuestro país como es, en este caso, la obra artística de Eduardo Rosales, aunque podría ser la de cualquier otro artista relevante. No nos cansaremos de reivindicar el coleccionismo artístico como una labor, una tarea esencial para construir y mantener la memoria intelectual de un país, que personal y socialmente nos enriquece a todos y que, paradójicamente, hasta hoy, no ha sido suficientemente estudiada, valorada y reivindicada por mucho que todos sepamos en qué consiste.
Me gustaría aprovechar esta llamada a visitar esta magnífica exposición para referirme a algo que hoy en día está por todas partes: las exposiciones inmersivas. No seré quien en esta ocasión las critique, de hecho, acercan el arte a mucha gente, pero sí que quiero valorar otra clase de inmersión que debería acompañar más a menudo a la obra artística expuesta. Se trata de la inmersión a través de los documentos originales, o de los objetos que rodearon la vida del artista y que explican su forma de trabajar o la relevancia e influencia que el dedicatario de la muestra tuvo en su época. En esta ocasión la obra de Rosales va acompañada de documentos y objetos de esta naturaleza que ilustran a la perfección su personalidad, la relevancia, la huella que dejó entre sus contemporáneos. Una inmersión real que requiere algo más de esfuerzo por nuestra parte que las pantallas de píxeles, pero que en mi opinión conecta más intensamente con el visitante.