Nadie dijo que la cosmología fuese fácil. Pese a ello, a pesar de las dificultades casi insalvables a las que esta rama de la ciencia se enfrenta a diario, hay quien cree posible condensar el estado actual de la cuestión en una pieza de divulgación lo suficientemente sencilla —dentro de la extrema complejidad del asunto— para que sus congéneres no versados en las dimensiones extrañas de la física puedan iluminar las zonas más oscuras y fundamentales del existir. En ese sentido, el alguien que hoy nos atañe se llama Tony
Rothman, cuya obra El pequeño libro del Big Bang ha llegado traducida por Miguel
Paredes
Larrucea al catálogo de Alianza Editorial, donde ya figuran algunos de los mejores títulos de la divulgación científica de vanguardia, como Las olas del espacio-tiempo, de Matteo
Barsuglia. El reto, como decíamos, no es ninguna broma: hablamos, nada más y nada menos, del origen del universo que habitamos y de las condiciones que han llevado a que se haya podido escribir este libro, y este es uno de los mayores misterios: pequeñísimas desviaciones en el desarrollo de los acontecimientos habrían generado universos radicalmente distintos en los que ya no la vida, sino las galaxias no habrían sido posibles. Rothman presenta lo que sabemos hasta la fecha con gran honestidad, evitando perseguir los traicioneros espejismos de la especulación, aun cuando la ciencia hoy día, en su durísimo viaje en pos de las explicaciones en la frontera de lo que es posible comprender y probar, debate si reconsiderar los estándares tradicionales por medio de los cuales se acepta algo como verdad.
Por ejemplo: ¿qué significa que el universo se expande, y cómo puede ser eso de que no tiene centro? Rothman es capaz de explicarlo e ilustrarlo: “La idea se hace aún más clara si imaginamos una serie de galaxias pegadas en la superficie de un globo. Al hinchar el globo, todas las galaxias se alejan de todas las demás, y todas ellas se alejan de sus vecinas al mismo ritmo. Esto es exactamente lo que quieren decir los cosmólogos cuando hablan de la expansión del universo. De manera que la respuesta a la primera pregunta formulada al término de la conferencia, la de si estamos en el centro del universo, es que no. Cabría objetar que el globo tiene un punto central, en su interior. Aquí es donde falla la analogía del globo. El globo es una superficie bidimensional en nuestro espacio tridimensional, y una hormiga situada en esa superficie puede mirar hacia el espacio circundante. El universo en el que vivimos tiene tres dimensiones espaciales y no hay ningún espacio circundante al que mirar. El universo real es un espaciotiempo cuatridimensional, no rodeado de nada más. […] Al tratar de imaginar un universo en expansión, la gente ve a menudo con el ojo de la mente una lámina de goma elástica que tiene un borde y que se expande. Tan pronto como ponemos un borde, estamos suponiendo que existe algo exterior, lo cual no es cierto. Tan pronto como ponemos un borde podemos localizar un centro, que tampoco existe. Lo mejor es imaginar una lámina sin borde que se extiende infinitamente en la distancia”. Citando al astrofísico y divulgador Neil
deGrasse
Tyson, el universo no tiene ninguna obligación de tener sentido para nosotros, no obstante, desde nuestro punto de vista antrópico, el hecho es que no podemos evitar tratar de dar respuesta a la cadena de sucesos que ha permitido que una especie al menos de las incontables que habrán existido, existen y existirán en este universo se pregunte, precisamente, cómo puede ser esto, todo esto. Cómo. El cómo es el porqué.