ALICANTE. Antes de empezar la entrevista, repasan las diversas presentaciones literarias que se han acumulado en la ciudad en un par de días. La suya es dentro del ciclo de autores alicantinos de El sabor de las palabras. La escritora Elia Barceló lo usa para rechazar el tópico de que no hay actividad cultural. "Es muy agradable quejarse", comenta, "a la gente le gusta y dicen que el teatro se hunde y que la novela no funciona cuando hay mucha gente que hace cosas muy interesantes. Lo que falta es el tiempo".
Y tiempo es lo que ha ganado ahora Barceló (Elda, 1957). El 2017 terminó con su trabajo como profesora en la universidad austriaca de Innsbruck para centrarse en la literatura. En parte gracias al fenómeno de El color del silencio, que ya va por su novena edición. "Y en parte", matiza, "porque llegué a la edad en que ya podía si quería”. Atrás quedan los condicionantes familiares, con sus hijos ya crecidos, decidió “que 36 años enseñando en un sitio era suficiente y los otros cuatro antes de ir a Austria, más que suficiente”.
El 30 de septiembre fue su último día de trabajo. Y sonríe al hablar de la “libertad” que ahora disfruta, “para moverme sin permisos, sin tener que dar explicaciones. Porque, en general sí que te conceden los permisos pero luego has de recuperar la clase y, sobre todo, tienes que explicar por qué es importante ir a tal sitio”. Así que, ahora, es ya “un alma libre”.
Al terminar en Austria, empezará a venir más a España. En particular, su tierra, “porque esto es una maravilla de todo: clima, gente, comida…”. Eso sí, sabiendo que sus hijos y marido siguen haciendo vida allí, “entonces tampoco me puedo venir sin más”. “Mi idea es disfrutar de los dos, porque los dos son mi país, mi lengua, mi cultura. Yo soy europea”, sostiene.
Y eso lleva la conversación al tema de la identidad. Barceló afirma que le parece “de un retrógrado que en el siglo XXI, y teniendo la posibilidad de formar una Europa grande y unida, lo de ir al siglo XIX: a mi pueblecito, mi folclore, mis leyendas, mi comida… Eso me parece simple”. “Es ir a contracorriente de lo que deberíamos hacer en este planeta, que es ir siempre a más, a mayores unidades”, añade, "somos todos iguales".
Teniendo claro que “tú tienes tu lengua, tu forma de ver el mundo, y tu sentido del humor. Eso no te lo va a quitar nadie”. Pero, insiste, “es una tontería reducirse, en lugar de ampliarse”. “Espero que la cosa vaya a unidades más amplias y todo el mundo hable más lenguas o, al menos, las entienda. Y que todo el mundo se sienta en casa cuando esté en Estonia, Francia o donde sea. En lugar de decir, otra frontera más, otro pedacito más de un mosaico”.
En El color del silencio crea su particular mosaico con el retrato de tres espacios en tres épocas diferentes: las islas Canarias justo antes del golpe de Estado de 1936, el Marruecos de 1939 y el Madrid de la actualidad. "Siempre me ha interesado la historia, que he estudiado, y lo que me gusta mucho es pensar que estamos todos convencidos de que la historia existe en sí y no, existe el pasado que hemos vivido", razona. "Lo que luego queda, la historia, es lo que narramos", prosigue, "y hay cosas que contamos a nuestra manera. O porque no lo sabemos hacer mejor o porque nos conviene. La historia siempre es una ficción, una narración que se hace en el presente para justificar ciertas cosas que sucedieron en el pasado, para callarlas o apartarlas".
Ese es un tema que ha estado presente en “casi todas” sus 24 novelas “y en esta, muy fuertemente”. En ella parte de una familia, con sus secretos, para reflejar lo que sucede en un país “que barre ciertas cosas bajo la alfombra porque prefiere no pensar, con una enorme desmemoria voluntaria”. Su objetivo era contarlo de una manera amena y que el lector sintiera curiosidad por las diferentes épocas que narra. De manera, que se pueda leer “como un entretenimiento o ver los niveles profundos de la misma, según qué clase de lector seas tú”.
Desde que salió en mayo, El color del silencio se ha convertido en su particular liberador, "se ha vendido a cuatro países y supongo que irán cayendo más. Estoy muy contenta porque este tipo de éxito no lo había tenido en España”. Un factor en el que cree ha pesado el haber estado viviendo en Austria, “la mayor parte de los escritores que están aquí, a lo largo de su vida profesional, van creando redes y es mucho más fácil desplazarse a cualquier sitio y estar presente en la mente de periodistas y lectores”. "Cuando vienes a España una semana al año, aunque hagas muchas actividades, es solo una semana", indica, "el resto del año se olvidan de ti. Y es lógico. Hay mucha información".
"Sé que va a sonar muy ingenuo lo que voy a decir", confiesa, "pero yo siempre estuve convencida cuando empecé en esto que un escritor escribe: mandas tu manuscrito y si a la editorial le parece bien, lo publica. Y tú te pones a otro". Un pensamiento que, según lamenta, poco tiene qué ver con la actualidad. "Yo no sabía nada del circo mediático, de verdad. No sabía que uno tenía que convertirse en estrella del vodevil, menos cantar y bailar. Y si te prestas, también. Tienes que estar haciendo cosas en público siempre y, además, las redes sociales. Para que la gente tenga presente que existe tu nombre y tu forma de ver el mundo, tus novelas. No lo sabía, en serio. Y al parecer, en el siglo XXI, eso forma parte del concepto de ser escritor. Espero que no siga adelante porque conozco gente que dice que los escritores tendremos que poner música e imágenes a nuestras novelas. Y, mira chico, a tanto no llego. Eso sería una mujer orquesta. Yo escribo novelas y cuentos".
Ahora sus escritos tienen éxito. Un logro en el que dice que influye de gran manera la suerte. "He escrito la mejor novela que he podido escribir, en eso he puesto de mi parte, pero he escrito 24 novelas y no todas han tenido el mismo éxito", dice. Con las ventas, su editorial, Roca, se plantea reeditar algunas de ellas. "Pero si tienes la mala suerte de que una editorial no hace promoción… Soy consciente de que la gente no puede comprar algo que no sabe que existe, se lo tienes que enseñar". Lo que viene después es que "tienes que enseñar quién eres tú a ver si les gusta tu forma de ver el mundo".
¿Debemos valorar la persona o la obra? “La obra, para mí está muy claro. Lo que pasa es que es mucho más fácil cuando la persona murió hace 300 años porque entonces no sabes qué clase de bicho era”. En los que están vivos, "si les conozco personalmente y me doy cuenta de que lo que leo en sus textos y su forma de comportarse en la vida no van juntos, pienso que es un mentiroso y que su obra no es sincera ni honesta. Y dejo de leerlo. Lo siento".
“Siempre cuento con el lector porque entre los dos construimos la novela y eso es lo bonito”, sostiene. El encuentro con los lectores, como el de esta cena, “me encanta”. No solo porque el trabajo del escritor sea siempre muy solitario sino también porque espera que le digan qué les ha gustado y qué no, “eso siempre me ha aportado mucho”. “Cuando escribo la novela lo hago para mi yo lector, pensando qué me gustaría que pasara ahora”, explica. Y en ese diálogo acaban produciéndose discusiones, “porque hay veces que no le das lo que quiere. Por ejemplo, dejas un capítulo en un momento en que el lector querría saber lo que pasa. Pero piensas que mejor vas a otra subtrama. Y eso crea una tensión”.
Sobre ese suspense que crea a sus lectores ha podido hablar en la cena literaria que la trae a Alicante, dentro del ciclo El sabor de las palabras. Un sistema en el que no había participado hasta ahora. Y asegura sentirse ilusionada por conocer su funcionamiento. “A ver si me dejan comer”, bromea, “porque con lo que me gusta hablar, me pongo y ya no como”.