VALÈNCIA. El pasado mes de agosto, la empresa AVS (Added Value Solutions) anunciaba a bombo y platillo el lanzamiento al espacio del primer satélite 100% vasco bautizado con el nombre de LUR-1. Más que en el lanzamiento, la noticia radica en el propósito de la misión dado que el desarrollo está concebido para captar imágenes de alta definición de la Tierra, en principio solo en el área geográfica del País Vasco al objeto de observar la evolución del litoral, analizar controles de plagas y ríos o gestionar la distribución de cultivos, entre otros.
Aunque la noticia copó numerosos titulares, lo cierto es que no era el primero ni el único. España es uno de los países más activos en cuanto al lanzamiento de satélites al espacio de todo tipo, desde los destinados a la mejora de las comunicaciones hasta los que se orientan a la observación de la tierra, la navegación, científicos, pedagógicos o en misión militar. En lo que va de año, ya son 6 los satélites nacionales que se han situado en el espacio y, de cumplirse las previsiones, se sumarán otros 7 antes de que finalice 2024.
Entre las empresas llamadas a expandir su constelación, está FOSSA Systems, startup especializada en la provisión de servicios espaciales aplicados a soluciones integrales de Internet de las Cosas (IoT). Aquí desarrollan un ecosistema global de comunicaciones basado en la conectividad satelital. Fundada por el joven Julian Fernández a la edad de 18 años, en FOSSA diseñan, comercializan y lanzan picosatélites al espacio. Otro de sus hitos lo alcanzaba hace unos meses tras conseguir una inyección de capital de 6,3 millones de euros en una ronda de financiación de Serie A.
Hisdesat y Sener son otras dos empresas nacionales que no paran de poner sus ingenios en el espacio.
Que España tiene especial interés en ganar peso en esta industria lo pone de manifiesto la creación reciente de la Agencia Espacial Española (AEE). Desde aquí se aúna y coordina el potencial del sector con la misión de promover la investigación científica y la industria, representar a España en foros internacionales y coordinar a las instituciones nacionales en este ámbito.
Según este organismo, empresas españolas como GMV y DEIMOS marcan “el liderazgo y la capacidad técnica de España en el ámbito espacial, posicionando al país como un actor destacado en la navegación por satélite y aplicación de tecnologías espaciales de vanguardia”.
Otra iniciativa de envergadura corresponde al proyecto Constelación Atlántica de Satélites con el que España y Portugal quieren crear una red de satélites de observación de la Tierra que permitirá compartir los datos obtenidos entre las agencias espaciales participantes. Según declaraba el director de la AEE, Juan Carlos Cortés, en el quinto encuentro de agencias espaciales del G20 celebrado en la ciudad brasileña de Foz de Iguazú la semana pasada, “el espacio es una herramienta formidable, global, para gestionar problemas como el cambio climático, el impacto meteorito, o la gestión de los recursos naturales, para tomar decisiones políticas basadas en conocimiento científico”. El proyecto contempla el lanzamiento de 16 satélites destinados, sobre todo, al monitoreo del cambio climático.
Sin poner en entredicho el valor científico y social de todas estas misiones, lo cierto es que la euforia satelital se ha convertido ya en un problema. Algunos datos recientes calculan entre 7.000 y 8.000 el número de satélites en órbita alrededor de la Tierra. Se incluyen tanto los que están en activo como los no operativos. Entre todos, convierten el cosmos en un vertedero que da lugar a lo que se conoce como síndrome Kessler.
No hablamos solo de satélites, sino también de fragmentos de antiguas misiones espaciales, algunos de tamaño muy pequeño, pero con riesgo de ocasionar un gran impacto al colisionar con otros objetos dada la velocidad de cerca de 28.000 kilómetros por hora a la que se mueven. Asimismo, el tiempo, el número, la masa y el área de estos residuos es cada vez mayor, lo que supone un riesgo para las misiones en funcionamiento y futuras.
Para solucionar el desaguisado, los reguladores europeos y los estadounidenses, dictan directrices en materia de reducción de desechos espaciales, tanto en el diseño como en las operaciones de las naves, y se plantean medidas como la obligación de desorbitar los satélites de órbita terrestre baja a los cinco años de su vida útil, en lugar de los 25 años que se permiten en la actualidad.
Aquí es donde ha encontrado una oportunidad de negocio la startup Persei Space la cual se proponen desorbitar satélites con una tecnología basada en un sistema de amarras electrodinámicas que fuerza su reentrada en la atmósfera terrestre para la desintegración.
Por su parte, Kreios Space está desarrollando un sistema de propulsión eléctrica para satélites que les permitirá establecerse más cerca de la Tierra sin necesidad de utilizar combustible, reduciendo costes, daño medioambiental y aumentando su rendimiento. El pasado mes de julio la startup anunciaba el cierre de su ronda de financiación pre-seed, alcanzando un total de 2,3 millones de euros en capital privado y público. Kreios Space ha recibido también apoyo de ENISA, a través de un préstamo participativo, y del CDTI, a través de la subvención Neotec 2023.
La misma tecnología de amarras electrodinámicas sirve para impulsar satélites abriéndose así la posibilidad de operar en otra industria en auge denominada In Orbit Servicing (Servicio en Órbita). Se trata de mandar al espacio pequeños satélites que se encargarían de realizar tareas de mantenimiento, reparación, inspección o abastecimiento de otros satélites ya en órbita. Se estima que para 2030, solo el mercado europeo de servicios en órbita alcance más de 5 mil millones, con una tasa de crecimiento del 11,5 por ciento anual.