¿Y dónde está el dinero? Pensamos al acercarse el final de mes. Quizás los números no, pero este cuento seguro que lo conocen y su bolsillo, también.
La mayor parte de nuestros ingresos los destinamos al consumo, aproximadamente el 5% de nuestra renta disponible la destinamos al ahorro, el 6% a inversión en vivienda, y el restante 89% a gasto, a consumir. El gasto está gravado por los impuestos indirectos, entre otros, por el IVA y el impuesto TPO. Los pagamos cada vez que consumimos, y aquí está la sorpresa, los diferentes Gobiernos, los diferentes políticos, han incrementado los tipos impositivos de los impuestos al consumo durante este periodo (2010-2018), un 31’25% el IVA (pasando el tipo general del 16% al 21%), y un 42% el Impuesto TPO en la Comunidad Valenciana (tipo para la adquisición de inmuebles que pasó del 7% al 10%). Y eso sin hablar de los Impuestos Especiales, sobre las labores del tabaco, sobre el alcohol y bebidas alcohólicas, sobre la electricidad, …
En 2010, un contribuyente que cobraba el salario medio pagó 6.180€ en impuestos (IRPF e IVA sobre su consumo al 16%), es decir, un 25% del importe bruto, mientras que en el año 2018 fueron 7.354€, casi el 28% y sobre 1.173€ más. La crisis provocó una reducción de los sueldos, y el aumento de los impuestos. Con el paso del tiempo, los sueldos volvieron a equipararse, los impuestos, subieron para quedarse… Además, existe esa sensación de que los organismos encargados de recaudar los ingresos del Estado están incentivados y derrochan un afán recaudatorio descomedido, rozando en ocasiones la inmoralidad, como si no hubiera un mañana, y los ingresos tributarios del Estado en máximos.
El aumento de la recaudación se gasta, en ocasiones, en los sueldos a los señores diputados por cinco meses de legislatura siendo dos de verano, en la indemnización económica por disolución de las Cortes, en las subvenciones a partidos políticos para la celebración de elecciones, y en el millonario coste de engranar, de nuevo, toda la maquinaria electoral. La deuda pública en máximos, y vamos a por las cuartas elecciones generales desde el año 2015.
No me desagrada pagar impuestos, pero cuando se cumple el objetivo de redistribuir la renta, de mejorar los servicios públicos, no cuando se despilfarra el dinero que tanto cuesta de ganar. De nuevo tenemos elecciones, por favor, señores políticos, sus decisiones como representantes públicos tienen mucha relevancia para los ciudadanos, piensen bien en que gastan o derrochan el dinero recaudado y en las deudas que dejan. A nosotros sí nos importa, y el libre albedrío, para su vida y con sus bienes.
Juan Antonio Martínez Núñez.
Economista. Socio de SOLGIA.