Mañana se celebran las Elecciones Presidenciales de Estados Unidos. No sólo Presidenciales, pues también se renueva el Congreso, un tercio de los puestos del Senado y una miríada de gobernadores de los Estados y puestos locales. Pero los focos están puestos, como es normal, en quién ostenta el puesto de presidente de los Estados Unidos durante los próximos cuatro años.
Ambos candidatos, la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump, han llegado hasta aquí tras un camino particularmente accidentado. Harris comenzó su andadura como vicepresidenta con grandes expectativas, tanto por su perfil (la primera mujer que ostentaba el cargo) como por el del presidente Joseph Biden, cuya avanzada edad y declaraciones previas hacían pensar que no se presentaría a la reelección y dejaría el testigo en manos de Harris. Sin embargo, luego Biden cambió de opinión, para finalmente tener que abandonar ante las evidencias de que su edad y sus lapsus cada vez más habituales podrían ser un problema infranqueable para los demócratas. Así que Harris, que estaba en segundo plano e incluso se especulaba con que no repitiese como candidata a vicepresidenta, acabó haciéndose con la nominación con la dudosa legitimidad de no ser Biden y estar por ahí en el momento en que había que sustituirle.
Por su parte, Donald Trump es una persona que ha sido condenada por la justicia; que además instó a sus afines a que llevaran a cabo un surrealista asalto del Capitolio en los días previos a su sustitución por Biden; que se hizo sin dificultad con la nominación republicana a pesar de que la mayoría de voces "sensatas" en su partido intentaron evitarlo por todos los medios (y, de hecho, muchos de ellos van a votar a los demócratas); y que ha sufrido varios intentos de asesinato. Y ahí está, aparentemente invulnerable, presentándose como candidato outsider de "la gente" contra el establishment elitista (recordemos que Trump es un millonario de Nueva York que se movía como pez en el agua en ese establishment y como celebrity).
Ambos se juegan la presidencia en unos pocos Estados, como consecuencia del sistema electoral de Estados Unidos, donde los delegados que eligen al presidente se nombran en cada uno de sus cincuenta Estados y en el distrito federal de la capital, Washington. Como además el sistema es mayoritario, esto significa que quien vence en un Estado se hace con todos sus delegados. Lo cual, a su vez, conlleva que unas elecciones igualadas lo estén no necesariamente en todo el país, sino en aquellos Estados donde los dos candidatos puedan ganar. Lo cual, a su vez, provoca ciertas disfunciones. Por ejemplo, desde el año 1992 los republicanos sólo han vencido una vez en el voto popular (Bush en 2004), pero han logrado la presidencia en tres ocasiones (Bush en 2004 y 2008 y Trump en 2016), porque ganaron en los Estados necesarios para obtener la nominación, sobre todo en los Estados donde la votación estuvo más igualada.
Estos Estados decisivos también han ido cambiando con el tiempo. En 2000, por ejemplo, se organizó un recordado follón en Florida, que repartía entonces 25 delegados para elegir al presidente, porque el recuento no fue capaz de aclarar si había vencido George W. Bush o Al Gore. Finalmente, el Tribunal Supremo de EEUU dictaminó que no se podía repetir el recuento, como querían los demócratas, asignándole así la presidencia a Bush. Desde entonces, y salvo en los dos mandatos de Barack Obama, Florida siempre ha caído en manos republicanas. En cambio, determinados Estados del sur de Estados Unidos tradicionalmente republicanos, como Georgia o Arizona, cayeron en 2020 en manos de Biden, cimentando su victoria.
Según las encuestas, nos encontramos con un panorama igualadísimo, incluso en el voto popular, lo cual no es una buena noticia para Harris, porque, como ya hemos comentado, los republicanos suelen rentabilizar mejor que los demócratas sus votos al tenerlos mejor distribuidos en los Estados (sobre todo a causa de la clara ventaja de los demócratas en California, el Estado más poblado).
Si nos fijamos en las encuestas por Estados, las elecciones probablemente se diriman en dos grupos:
- Al norte, el "Rust Belt" (Cinturón del Óxido), un grupo de Estados que rodean los Grandes Lagos (Ohio, Michigan, Illinois, Pensilvania, Wisconsin, ...), con una fuerte base industrial centrada en el sector del automóvil y en la industria pesada (acero y carbón). Estos Estados, tradicionalmente demócratas, llevan décadas sufriendo las consecuencias de la reconversión industrial, con pérdidas de empleo y de población, y son muy sensibles al discurso proteccionista de Trump, dado que achacan (con razón) parte de sus males a la globalización. Dentro de este "Cinturón del Óxido" habría, fundamentalmente, tres Estados en juego: Wisconsin (10 delegados), Michigan (15) y sobre todo Pensilvania (19). Los sondeos, en líneas generales, dan pequeñísimas ventajas a Harris en los dos primeros e igualdad absoluta en Pensilvania.
Al sur, tenemos el "Sun Belt" (Cinturón del Sol), los estados de EEUU donde hace más calor, que han vivido el proceso contrario: incrementos de población y de la prosperidad. El Estado más importante, California, es nítidamente prodemócrata, pero todos los demás (Arizona, Nevada, Nuevo México, Luisiana, Alabama, Misisipi, Georgia, Carolina del Sur, y sobre todo Texas y Florida) suelen votar republicano. Pero esto está cambiando en las últimas dos décadas, merced tanto al crecimiento de las ciudades y la diversificación de la economía y la sociedad con sectores más afines a los demócratas y, en particular, por efecto de la inmigración latina, especialmente fuerte en el caso de los Estados fronterizos con México.
Por ejemplo, un análisis de los votos en Texas (donde siempre ganan los republicanos) muestra cómo los condados fronterizos, bastante poblados, están decantándose por los demócratas, al igual que las grandes ciudades, mientras que el resto es republicano de forma aplastante. Esto podría constituir, a su vez, una metáfora de la distribución del voto en Estados Unidos en su conjunto: el voto urbano suele irse con los demócratas y el rural con los republicanos, y esta tendencia se acentúa también si tenemos en cuenta el factor de la cercanía al mar (las dos costas tienden a ser demócratas y el interior, republicano), entre otros factores porque (como sucede en muchos países) la población tiende a concentrarse en torno a la costa y disgregarse en el interior.
Dentro de este "Cinturón del Sol", las encuestas muestran que habría cuatro Estados en juego: Nevada (seis delegados), Arizona (11), Georgia (16) y Carolina del Norte (16). En general, parece que Trump cuenta con pequeñas ventajas en todos ellos.
¿Qué puede pasar el martes? Ninguna predicción resiste el contacto con la realidad, pero en general parece probable que quien gane en Pensilvania se haga con la nominación. No sólo porque es el más grande de los Estados donde hay mayor incertidumbre respecto del resultado, sino también porque, a su vez, es donde las encuestas dicen que las cosas están más igualadas. Si Harris logra mantener los tres Estados del Rust Belt, Pensilvania incluida, se haría con la nominación por los pelos. Si Trump mantiene los estados dudosos del Sur y además consigue cualquiera de estos tres Estados (Wisconsin, Michigan, Pensilvania), ganará la nominación. Pero las cosas están tan ajustadas que realmente podríamos encontrarnos cualquier combinación en estos Estados. La respuesta la sabremos, como pronto, en la madrugada del miércoles.