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vals para hormigas / OPINIÓN

El cuento de Navidad del sueco Klaus

22/12/2021 - 

Lo primero que pensé cuando lo vi fue por qué no. Parece que estemos en la era de los descreídos, de los negacionistas, de las mentiras y los bulos. En realidad, es todo lo contrario. El planeta nos está diciendo que ya podemos creer en cualquier cosa. Es la tóxica herencia que estamos dejando a nuestros descendientes. Así que si un Papá Noel de larga melena amarillenta, cerca de dos metros de altura y una espalda tan grande como una decepción infantil estaba cargando una bombona de butano en una gasolinera de Torrevieja, solo cabía pensar en que su trineo necesita combustible extra por si desfallece alguno de los renos. Se giró hacia mí, que ya volvía al coche después de comprar la barra de pan y el periódico del domingo, y sonreí. Esa barba y ese mostacho, poblados e igualmente amarillentos, no crecían en un día. Papá Noel me saludaba junto a un coche pequeño, no soy muy bueno para las marcas automovilísticas, azul, amortizado y con matrícula de Suecia.

Parecía preocupado, pero no por eso pude dejar de sonreír. Se acercó y, con ese acento cargado de erres y de frases coloquiales que gastan los noreuropeos, me pidió que saliera del coche. Me he perdido, dijo. Aquello era más de lo que mi capacidad de asombro podía soportar y solté una carcajada. A menos de una semana de la Navidad, el personaje que recorre el mundo entero en una sola noche estaba perdido. Perdona, le contesté, antes de explicarle el arrebato. Ahora me dirás que te llamas Klaus, añadí. Pues sí, creo que era inevitable que acabara así, contestó, palpándose el disfraz, aunque no pudo dibujar más que media sonrisa. Tengo que llevarle la botella, explicó, señalando la bombona, a una amiga que tiene un bar aquí cerca, pero no sé por dónde ir. Me dio el nombre del local y lo reconocí. Me viene de paso, le comenté, sígueme.

Ya al volante, no pude dejar de reír. Miraba por el retrovisor y me sentía como el reno Rudolph guiando el trineo, un turismo azul y cansado de iteuves, demasiado pequeño para el gigantón Klaus. Si no lo conoces bien, el itinerario es imposible de imaginar, pero estábamos a menos de cinco minutos de lo que en realidad era un pub irlandés. Llegamos enseguida. Te invito a una cerveza, me propuso. Y acepté. Descargamos la bombona y nos sentamos en una terraza. Me contó que trabajaba de guarda forestal en un bosque sueco, entre la primavera y el verano. Y que el resto del año lo pasaba en España. Me corto el pelo y me afeito cada 26 de diciembre, continuó, y luego lo dejo crecer para disfrazarme cada Navidad, porque me encanta ver la ilusión de los niños. Si les dices que está pasando un dragón por delante de sus ojos, son capaces de decirte de qué color es y si está escupiendo fuego o no.

Cayó una segunda cerveza en la que le comenté a qué me dedico, un oficio que se presta a opinar sobre todo lo que pasa en la actualidad. Con la jarra ya vacía y el mundo a medio arreglar, me levanté y me despedí. Si esto fuera una película de sobremesa, tuve que explicarle lo que significa sobremesa, tú serías el verdadero Santa Claus. Bueno, aquella bicicleta que pediste y nunca te regalaron sigue en mi fábrica de Laponia, con tu nombre. Entrecerré los ojos. Me vino la imagen de mi yo de niño, esperando descubrir una bicicleta junto al árbol que nunca apareció. Hubo regalos mejores, incluso, fui un niño feliz, pero un año, especialmente, estuve seguro que iban a traerme la bici y me llevé una decepción tan grande como la espalda de un gigante sueco. En ese momento, habría levantado una ceja si supiera hacerlo. Todos pedimos una bici que tarda en llegar, no, pregunté. Puedes creer lo que quieras, contestó. Esta vez, el de la carcajada fue él.

Feliz Navidad.

@Faroimpostor

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