Elche es una de las plazas fuertes de la Comunidad Valenciana en las que gobierna la coalición Compromís con dos ediles que completan la mayoría absoluta junto a los 12 regidores del PSOE encabezados por el alcalde Carlos González. La gran plaza fuerte en el plano municipal es desde luego València, con Joan Ribó al frente: un inmenso laboratorio de experimentación para poner en práctica políticas medioambientales y eco-socialistas, incluida su férrea oposición al proyecto de ampliación del Puerto. En Elche, elecciones de 2019, había muchas expectativas y de hecho el cartel electoral lo encabezaba Mireia Mollà, con una más que notable protección en la política autonómica ya desde los tiempos en los que hizo tándem camisetero con Mónica Oltra, con el PP en la Generalitat, cuando Alberto Fabra suplió a un Francisco Camps enfangado por los casos de corrupción. La apuesta de Compromís se quedó en medias tintas ya que a la mínima de cambio, a los dos meses de los comicios locales, junio de 2019, Mollà abandonó el Consistorio ilicitano para convertirse en consellera de Agricultura, Desarrollo Rural y Transición Ecológica.
Pronto se cumplen tres años de mandato municipal y hay un sentir generalizado en Elche de que Compromís, con sus dos concejales, Esther Díez y Felip Sánchez, también han intentado, a su manera, convertir Elche en un laboratorio de prácticas eco-sostenibles y la punta del iceberg, la más gráfica de todas, es la instauración del carril-bici por toda la ciudad con desigual respuesta por parte de los ciudadanos, y con planes de extensión a polígonos industriales, incluida la conclusión con el parque empresarial de Torrellano. Elche, víctima del desarrollismo salvaje de los años 70, tiene peculiaridades urbanísticas y sociológicas que aconsejarían tomarse con cautela este tipo de cosas. Cautela, no más. O prudencia. Quieran o no quieran, los dos ediles citados pasarán a los anales de la historia de la crónica local como los del carril-bici hasta en la sopa. Ello, en el contexto de una ciudad con altos índices de desestructuración social, agravados por la pandemia, y con un gran área urbana, Carrús, y especialmente Carrús-Este, a falta de una actuación integral seria y contundente que colea desde hace demasiados años: por haber, hay hasta infra-barrios que están fuera de ordenación urbana.
La última cruzada, o cruzadita, de los concejales de Compromís ha sido la del empeño de que el Ayuntamiento, el equipo de Gobierno, solicitara casi dos millones de euros de los fondos europeos Next-Generation, para eliminar el hormigonado del cauce del río Vinalopó en pro de la renaturalización del cauce. Asunto al que el PSOE se ha negado en redondo. Y en cuadrado. El encauzamiento del río se hizo en los años sesenta precisamente para evitar los efectos devastadores de las riadas: la rambla de Elche dejó de ser una rambla natural, un profundo barranco, en aras a evitar males mayores. Del mismo modo que Alicante encauzó el barranco de las Ovejas, ya en los noventa, con Luis Díaz Alperi de alcalde, tras el infausto recuerdo de algunas de las riadas que se produjeron en los ochenta, muertos incluidos. O las obras que a trancas y barrancas se están ejecutando en la Vega Baja para el desbroce y encauzamiento de escorrantías naturales tras los devastadores efectos de la DANA de 2019.
Como no soy técnico en la materia no voy a caer en la trampa de aportar argumentos que en mi boca serían pseudo-científicos. Lo que me faltaba, Pero bueno, las cosas están más o menos bien como están con solo apelar al principio mínimo de la lógica: si se quita el hormigonado, se repuebla la zona de juncos y plantas autóctonas, se restablece el tránsito de ratas y culebras.....¿Qué garantía hay de que eso no se convierta en un letal embudo cuando la gota fría haga una de las suyas? Además, ¿Qué pasaría con el proyecto Víbora del artista Juan Llorens que convoca cada 6 ó 7 años a pintores de medio mundo para grafitear el hormigonado a través de un inmenso hapening que ya sale en el Guiness? Lanzo esta broma por relajar el ambiente.
Felip Sánchez y Esther Díez se han tirado al monte del romanticismo político para dibujarnos una ciudad ideal, un Edén ambiental en pleno corazón de la ciudad. Pasando de puntillas que afloran socavones de tomo y lomo por las laderas del río; o sobrevolando la urgentísima necesidad de una acometida de tronío sobre el barrio Porfirio Pascual (La Rata), en plena ladera: en el Edén también viven personas, y ciudadanos con el agua al cuello. Eso es lo que convierte de cara a la galería el romanticismo de doña Díez, y del señor Felip, en insensibilidad, en un vivir en el limbo. Nadie podrá dudar de su buena fe. Como nadie debiera dudar, yo por lo menos no lo hago, de las iniciativas que se han emprendido desde la Generalitat para la preservación total del Fondet de la Senyeta, en los aledaños del Clot de Galvany, para despejar cualquier conato de depredación urbanística: este tema sí que es gordo. Igual que el plan, anunciado hace unos días, para renaturalizar la desembocadura del Vinalopó y evitar, entre otras cosas, inundaciones descontroladas más allá de la pedanía de La Foia. Lo del cemento del río tiene otra pinta.....”es una bouttade” me dicen por ahí y por allá.
El PP, Pablo Ruz, ya habla de crisis de Gobierno, sumando el desencuentro del río a la radical oposición de Compromís de reconvertir una parte del conjunto monumental de La Mercé (Las Clarisas) en hotel. No. Eso es lo que quisiera don Ruz, que también se opone, incomprensiblemente, a lo del hotelito. No hay crisis de Gobierno. Hay dos concejales despistadillos en algunas cosas que gestionan áreas muy simbólicas, y que confían en que su adanismo les producirá algún que otro rédito político más allá de sus bolsas de votantes habituales: parte de los restos de IU en Elche; grupúsculos nacionalistas, docentes del STPVE, y plataformeros que caben en un micro-bus: bueno, en dos. Beata provincia la de Elche, estimado Andreu.