Hace algún tiempo un amigo catalán me preguntó qué era yo antes, ¿valenciano o español? No dudé ni un segundo en contestarle. Soy alicantino de cuna y español desde el primer suspiro. Muchas veces habrán escuchado que las oportunidades hay que aprovecharlas y que si su tren pasa cerca, se suban a él aunque esté en marcha. Hoy me subo en ese tren con el comienzo de esta columna de opinión en este periódico. Inicio esta andadura contando asuntos de mi Alicante natal como si de una crónica o un anecdotario se tratara.
Tengo la suerte de vivir entre tres emblemas de la ciudad: el castillo Santa Bárbara, la fuente de los Luceros y la estación de tren. Unos más que otros, me dirán ustedes, y tendrán razón. Añoro la fachada de la primera estación de tren de Alicante. ¿La recuerdan? Nada que ver con la actual.
A Alicante el tren llegó muy pronto. Fue la reina Isabel II quien inauguró la nueva línea Madrid-Alicante el 25 de mayo de 1858. Con anterioridad se habían hecho algunas pruebas de ferrocarril como el que se realizó entre San Vicente del Raspeig y Alicante (31 octubre 1856) o el de Madrid-Alicante (4 enero 1858). La ciudad se volcó en recibir a la reina y en agradarle, tanto que desde la Diputación de Alicante se contrató al francés Alexis Godillot, “decorador de SM el Emperador”, para engalanar la ciudad. Al Ayuntamiento también le costó la visita buenos duros convirtiendo la casa consistorial en Palacio Real durante esos días, aprovechando su estancia para convencer a la reina en la toma de determinadas decisiones que redundarían a favor del desarrollo de Alicante. El poeta Vila y Blanco dejó escrito una breve crónica sobre esta regia visita que quizá les dé cuenta algún día en estas líneas.
Desde niño me atraen los trenes. Mis padres me regalaron un juego de tren con sus vías, su estación, su depósito de agua, su túnel… Ahí iba el tren recorriendo parte del salón de casa o de nuestro cuarto de juegos. Entonces como ahora añoro sus locomotoras con la nostalgia de aquellas que tiraban humo por la chimenea, con ruedas propulsadas visibles y su sirena característica. Las podemos recordar en multitud de fotos en blanco y negro. Incluso las podemos ver físicamente en la Avenida de la Libertad en Elche o junto a los juzgados de Alcoy. Y las vemos en muchas películas de cine de vaqueros o viajes legendarios, y también en otras, para saciar esa nostalgia. Permitan que recuerde algunas de ellas como “Asesinato en el Orient Express”, basada en una novela de Agatha Christie, de la que hay varias versiones; o “Polar Express”, dirigida por Robert Zemeckis, que vi multitud de veces con mis hijos, aún no sé por qué les gustó tanto, pero ya saben que por un hijo lo damos todo, aunque te tengan pegado a la tele buena parte de la tarde sin ser televidente como es mi caso.
A menudo paseo cerca de la fachada de la estación de Renfe o Adif, como a ustedes les guste más, y no hay día que pase sin exclamar por dentro lo fea que es su fachada y lo atractiva que fue la primera. Claro que para gustos no hay nada escrito. Del granito y cristal de la de hoy a la de piedra de entonces. ¿Les pica la curiosidad saber algo más de aquella fachada? Sigan conmigo y se lo cuento. La primera fachada era de estilo clasicista con dos cuerpos adelantados y una escalinata que daba entrada a un pórtico de columnas de estilo dórico con un escudo en el portón con las letras de MZA, la empresa constructora de ferrocarril Madrid - Zaragoza - Alicante. Duró en el tiempo sin sobresaltos hasta que un tren a vapor con mucha prisa, ya verán, el tren correo de Andalucía, se salió de la vía y se llevó por delante algunas de estas columnas (4 octubre de 1912). Aunque no pudo con la fachada, permaneció testigo del acontecer cotidiano de la ciudad hasta que fue sustituida en 1958, con las nuevas modas que trajo el turismo y modernizada después como hoy la conocemos.
El tren siempre ha sido una oportunidad de desarrollo para la población donde se ubica la estación. Para Alicante fue un regalo que el tren llegara tan pronto. Entonces fue la sexta capital de provincia en disfrutar del ferrocarril, después de Barcelona, Madrid, Valencia, Tarragona y Albacete, afianzando lo que ya era por carretera: el puerto de mercancías de Castilla y de la Corte y la puerta al Mediterráneo, dando a la ciudad una extraordinaria actividad comercial, turística y social. Hoy está oportunidad la da el AVE, el tren de alta velocidad, que nos conecta con la capital de España en poco más de dos horas dando un valor añadido a Alicante en sus conexiones con el centro peninsular.
Pues eso, ya se lo digo yo, si creen que ese es su tren, “suban a él aunque esté en marcha”. Si es su oportunidad, seguro que no se arrepentirá.