El primer aeropuerto de Alicante no es el que imagina. Ahora se lo cuento en esta nueva crónica donde son protagonistas personas tan diferentes como Antonie de Saint-Exupéry, Francisco Castelló Poveda, Luís Martínez Mira, Francisco Franco Bahamonde, así como Francisco Alberola Such. Y, por supuesto, usted como lector de estas líneas.
Una de las primeras empresas de correo aéreo en España fue el origen de lo que sería la primera pista de aterrizaje de aviones en Alicante a principios del siglo XX. Entonces los aviones eran poca cosa, como poco era su peso. De aterrizar en la playa del Postiguet, pasaron a necesitar una pista larga con buen firme. Así lo solicitó el Director General de las líneas aéreas Latécoère, empresa de origen francés, a las autoridades locales. Necesitaba habilitar un aeródromo para que sus aviones hicieran escala en esas instalaciones. Lo encontraron en las afueras de Alicante, cerca de San Vicente del Raspeig. Se instalaron en unos terrenos municipales, adaptados para este fin. Sería el principio de otro más grande y de mayores posibilidades. Ya verá, pero deje que se lo cuente desde el principio.
El 23 de febrero de 1919 aterrizaron en esa pista de Alicante los primeros aviones, dos biplanos Salmson 2 A2. Venían de Toulouse y habían hecho escala en Barcelona. La ruta seguía hasta Casablanca pasando antes por Málaga y Tánger. Posteriormente se añadió escala en Orán después de haberla hecho en la capital alicantina.
Uno de los pilotos franceses de esos aviones fue Antoine de Saint-Exupéry. ¿Se acuerda de él? En estos vuelos de largo recorrido, con mucho tiempo para pensar, apareció su interés en escribir obras de gran éxito como sus novelas relacionadas con su trabajo como aviador y, especialmente, “El Principito”. Saint-Exupéry decía que “el avión es solamente una máquina, pero qué invento tan maravilloso, qué magnífico instrumento de análisis: nos descubre la verdadera faz de la tierra”.
Viendo fotografías en blanco y negro de aquellos aeroplanos, imagino las sensaciones de esos pilotos que sabían que se jugaban la vida cada vez que se subían a esos aviones tan frágiles. Les entusiasmaba volar. Eran de una pasta especial, “… es el momento de partir; de ahora en adelante, somos de otro mundo”, en palabras de Saint-Exupéry en su novela “Aviador”. Antes de volar, el piloto recibía el plan de vuelo. Así nos lo cuenta en su novela “Correo Sur”: “Perpiñán anuncia cielo despejado, sin viento. Barcelona: tempestad. Alicante…”. Miraban la hora antes de partir: “Toulouse 5:45 a m.”. Emprendió el vuelo. Nos describe sus sensaciones. “Tras él, las nubes bajas de Toulouse representan el sombrío vestíbulo de las estaciones (…). En cinco horas Alicante, esta noche África” (…) “Le parece nacer con la aurora que despunta”. En esta novela se le dan instrucciones al piloto para que sepa lo que tiene que hacer si tiene un fallo mecánico o si el motor se para. Nada menos, lo importante es salvar la vida.
Ahí arriba podía pasar de todo. Nos describe la tensión de un instante al afirmar en su novela “Aviador” que “… una sacudida del motor agujerea su consciencia como un desmayo. – Y añadió – Instintivamente manipula el mando del gas. No era nada… Una gota de agua. Vuelve a llevar el motor hacia ese sonido que lo satisfacía”. Pudo ser un buen susto. En otra escena, “la atmósfera está agitada, compuesta de pequeñas y duras olas con las que el avión tropieza y se encabrita, las turbulencias le golpean las alas (…). La tierra, tan lejana, se queda fija, inmóvil. El piloto ajusta los flaps, y el regulador de aire y, siguiendo el rumbo, calcula la desviación. Después, aletargado durante diez horas, ya sólo se mueve en el tiempo”. Con el aeródromo de llegada en el horizonte, las incertidumbres se despejan, ya queda poco para pisar tierra de nuevo. “La tierra resulta tranquilizadora (…). El piloto se zambulle para saborearla mejor. (…) El avión desciende, la tierra se viste. De nuevo los bosques la acolchan, los valles y las colinas dibujan olas en ella: la tierra respira (…). Ahora navega hacia el puerto a ras de las vidrieras de las fábricas, a ras de los parques”.
Esta empresa Latécoère, que usó esos terrenos hasta 1927, se vendió a Aéropostale (que sería después Air France) y se trasladó a una pista más grande cerca del Altet.
A partir de 1936, esta pista de aterrizaje se convirtió en el Aeródromo de Rabasa, integrándose en la 4ª Región Aérea de la II República. Junto a este, se instalaron diversas actividades fabriles para la construcción y reparación de aviones. Iniciada la guerra civil, este aeródromo tenía la finalidad de proteger el puerto y la ciudad de Alicante principalmente de los Savoia italianos - aliados de Franco -, que tenían sus bases en la isla de Mallorca. Bombardearon instalaciones industriales y militares, también civiles como el salvaje bombardeo del Mercado Central y sus alrededores el 25 de mayo de 1938, creando el terror entre la ciudadanía. Esta defensa aérea estaba atendida por los Polikarpov I-15, llamados “chatos”. Entre los pilotos republicanos que defendieron la ciudad desde el aire con esos aviones estaba el alicantino Francisco Castelló Poveda, del que Luís Martínez Mira da buena cuenta de sus peripecias en su libro “Tiempos de guerra. Alicante 1936-1939)”.
Terminada la guerra, se decidió mantener el carácter militar del aeródromo de Rabasa, integrando sus instalaciones en el Ejército del Aire. Posteriormente, fue recuperando su uso comercial, aunque la proximidad de algunos edificios civiles dificultaba las maniobras de aproximación de los aviones.
España evolucionaba con la Dictadura franquista. Nos cuenta Enrique Cutillas Bernal, en su “Crónica de la Muy Ilustre Ciudad de Alicante (1901-1976)”, que “después de varios anuncios que Franco visitaría la ciudad, por fin llegaba a Alicante el 30 de mayo de 1949, que era declarado festivo, para inaugurar el nuevo Gobierno Civil. Por este motivo, el Ayuntamiento posponía la sesión ordinaria para el día siguiente, y el día 31 tomaba la Presidencia como nuevo Alcalde de Alicante Francisco Alberola Such”. Cutillas nos narra que “la llegada a la alcaldía de Francisco Alberola, Don Paco como le llamaban los alicantinos, marcarían un antes y un después en las costumbres de la ciudad”. ¿Qué tiene que ver esto con el aeródromo de Rabasa?, se estará preguntando. No me desvío del tema, ya verá por qué. En Sesión Plenaria de 19 de julio, el Alcalde propuso poner el nombre de Plaza del Caudillo a la que había frente al Gobierno Civil, votado por unanimidad por todos los miembros de la Corporación. A su vez, el Alcalde contó que regresaba con buenas noticias de su viaje a Madrid “dando cuenta de la gratísima impresión que se llevó S.E. de esta ciudad durante su visita”, nos cuenta Enrique Cutillas, añadiendo que durante su estancia en la capital de España “había logrado ultimar la implantación de servicios aéreos con Madrid, Barcelona, Sevilla y Palma de Mallorca, lo que debía de ser sometido al Pleno antes de informar al Presidente de la Diputación. Así se acordaba”. Se daba así un paso importante en el presente y futuro de la aviación comercial en Alicante.
En 1949 la Compañía Aviación y Comercio, S.A. (Aviaco) estableció como base de operaciones el aeropuerto de Madrid-Barajas, estrenando rutas con Alicante y Canarias. Sus aviones llenaban la pista del aeródromo de Rabasa con un tránsito cada vez mayor de pasajeros y mercancías.
En 1951 fue considerado como aeropuerto aduanero internacional. En 1956 el Ayuntamiento de Alicante inició los trabajos para proyectar un nuevo aeropuerto en Rabasa acorde a los nuevos tiempos y las nuevas necesidades de la Ciudad y su provincia. Sin embargo, se dieron cuenta que necesitaban más espacio y estar más alejado de los edificios de la ciudad. Por estas razones, en 1960 se propusieron buscar otra ubicación. La construcción e inauguración de estas nuevas instalaciones en el Altet se lo contaré otro día, con algunas sorpresas.