El Partido Popular sigue en estado de shock, y sigue a la defensiva. El resultado del 28A y la confección de listas, que se hicieron semanas atrás, ha conformado una nebulosa en el partido que no augura buenas sensaciones a no ser que alguien dé un golpe de timón y centre el discurso, y las actitudes. Sólo en casos aislados se ve ilusión, a alguien con ganas por batirse el cobre y de pensar que si no lo hace él, no lo hará nadie. Y además, hay que hacerlo con equipos, con equipos motivados y que transmitan ilusión.
Esta sensación va por barrios. Por ejemplo, esta semana, PSOE y Ciudadanos, han celebrado sendos actos en Alicante ciudad y, gracias a sus exitosos resultados, y respiran otra ambiente: sus líderes llevan la sonrisa en el rostro.
Pero bueno, volvamos al PP. Si alguien ha hecho autocrítica, se habrá dado cuenta de que el frentismo dentro de un mismo bloque fue un error, y sobre todo, si fue para marcar distancias con Vox; al final, el elector popular se encontró huérfano de una oferta centrista y acabó confiando en Ciudadanos, que viene a decir casi lo mismo, pero al menos muestra un tímido perfil progresista en algunas cuestiones.
Primero. No se entiende porque el PP ha renunciado a defender los grandes logros de su etapa de gobierno, sobre todo, a la gestión económica, o aquellas cuestiones en las que, en su día, salió de su perfil más conservador para generar consensos con amplias capas de la població. Segundo. A veces, es difícil generar ilusión si en la confección de candidaturas apenas has podido renovar -algo que ha pasado en muchas listas municipales- o has tenido que echar mano de gente de segunda o tercera fila o repetir con candidatos de 2015.
Ni se ha hecho mano de lo primero, ni se saca pecho de lo segundo, aunque hay excepciones. Y en cambio, el PP se ha dedicado a repartir banderas de España para evitar que Ciudadanos o Vox ganaran esa batalla; a confundir con el aborto; a renunciar a la defensa contundente de las políticas contra la violencia de género; a defender con titubeos la inmigración ordenada o a no rechazar de facto la posesión de armas para la autodefensa ante ataques. Y en el caso de la Comunitat Valenciana, a arremeter contra todo aquello que suponía una mínima convivencia entre en valenciano y el castellano, o a la defensa de las dos lenguas por igual. La radicalidad, para defenderla, tiene que tener relación con la realidad, y muchas veces, eso no se ha dado. ¿Qué tuvieran razón en muchas cosas? Sí, pero no para hacer una causa belli tratándonse de un partido que es opción de Gobierno. También hay excepciones en esto.
Pero la ardua competencia por ser más derechón que el otro ha llevado al PP a un rincón y le ha apeado de muchos consensos que sus dirigentes construyeron durante sus años de Gobierno. Bien es verdad que en el espectro político nacional sigue habiendo mucha vinculación del PP con los casos de corrupción, sobre todo, a la hora de ligarla con la Comunitat Valenciana, o con la visión que se tiene de nuestra autonomía en otros territorios.
¿Y que ha conseguido el PP con todo eso? Los resultados están ahí, no tienen vuelta de hoja. El efecto contrario a subirse a un extremo de la barca y saltar y dar patadas sobre ella -para intentar ser más auténtico que Vox o que Cs- ha sido movilizar al otro bloque ideológico, el de la izquierda, o del centro que alguna votó al PP y ahora ha visto al PSOE -o en Cs- la mejor manera de poner freno a la radicalización de la derecha, o a su fuga del centro. Y no sólo a la opción socialista. Podemos, pese a estar en auténtica bancarrota política desde hace meses y perder más de 30 años, también ha renacido gracias a la amenaza de la radicalidad de la derecha. Baleares es un ejemplo de ello: un feudo tradicional del PP, en el que PSOE ha quedado el primero y Podemos, el segundo.
Y no sólo las opciones de izquierda, también los nacionalismos periféricos -menos el de Compromís, donde muchos electores han optado por otra opciones- han reaccionado a esa amenaza. Ahí están los datos de País Vasco y Cataluña, donde apenas hay rastro del PP, un escaño. La pregunta es obligatoria, ¿de verdad ha valido la pena?
Es verdad que la fragmentación ha penalizado a las fuerzas del centro derecha. Pero el PP se echó al monte en muchas cuestiones, con el riesgo de a que más competencia, más división y menos efectividad en los resultados. Y tras la debacle, ahora tienen salvar los muebles de sus alcaldes o barones territoriales.
En el caso de la Comunitat Valenciana y de Alicante, el PP sigue a la defensiva: además del poco ilusionante proceso de confección de candidaturas -en algunos casos se ha prescindido o se ha postergado a los verdaderos currantes o se han permitido los duelos entre candidatos en público, con la venia de la dirección regional-, se está más pendiente de un mensaje de ataque político al rival, que un proyecto en positivo, integrador, que rompa las barreras naturales de la propia formación, que pueda convencer al defraudado, que se distancie de la radicalidad, de unir, de construir, etc. También hay excepciones. Pero lo que falta saber es si, ante el 26M, hay tiempo para encontrar el equilibrio que se perdió en la campaña pasada (o en parte del mandato, porque las cosas no pasan de una semana para otra). Muy pocas cosas volverán a ser igual después de la próxima cita electoral, bien porque hay nuevas estructuras de gobierno, bien porque en algunas plazas habrá sorpasso político general, o en el bloque del centro derecha.
P.D. Alguien debería explicarle al flamante candidato socialista a la Alcaldía de Alicante, Paco Sanguino, que va en el equipo ganador y por muy independiente que sea, no debe renunciar ni marcar distancias con unas siglas que ahora que sí tiran, posiblemente, más que él. No tiene porqué avergonzarse de nada.