VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

El oficio (y el odio)

4/03/2020 - 

Para los que se lo pregunten, la cosa va así. Uno va recopilando miradas a lo largo de la semana para ver qué puede escribir los martes por la tarde, para su publicación cada miércoles. (Y aquí es donde los primeros disparos empiezan a sonar, dirigidos entre risas a una lancha neumática repleta de gente que, en su mayor parte, y según todos los indicios, no sabe nadar). Es entonces, habitualmente en un bar con voces dispares, cuando uno percibe el asunto sobre el que girará su próxima columna. (No queda lejos la costa, pero el pánico se alía con el oleaje y la crueldad de los guardacostas, que consiguen finalmente que zozobre otra embarcación). A veces llega pronto, cuando un suceso de alcance acapara los titulares. A veces, cuando los grandes titulares esconden una pequeña historia. (Y uno tiende a pensar en la agonía de un solo náufrago, como si una cámara improvisada enfocara un solo rostro cruzado de muerte, como en una película muda de terror. Y siente su falta de aliento, el terrible instante en el que la orilla se convierte en el horizonte y nunca queda al alcance del penúltimo resuello, la meta exhausta en la que un policía con botas negras preguntará por cualquier cosa salvo por las razones, por el estado de salud o por si puede prestar algún tipo de ayuda). Aunque a veces son las pequeñas historias las que sirven para desengrasar de los grandes titulares, como el que se refugia en el cuidado de un pequeño huerto para olvidar los problemas del trabajo.

Nunca es fácil. Dar con la tecla diferencial en un asunto manido, tratar de mirar una pirámide de Egipto como si desconociéramos su existencia, dar relevancia a una minucia para convertirla en interés general. (Y menos cuando suenan los insultos, cuando estalla el racismo, cuando amenazan a los cooperantes, cuando detonan los disparos de gases disuasorios dirigidos contra niños que ni siquiera saben por qué están tan lejos de casa, que ni siquiera saben lo que es una casa porque su país lleva muchos más años en guerra de los pocos que han llegado a cumplir antes de embarcar). No es fácil hilar un discurso, revelar alguna clave, batallar contra la repetición de textos que abordan temas parecidos porque los grandes asuntos nunca se resuelven o se repiten o se enquistan o se convierten en tradición. (Contra unos niños, es imposible de asumir, que son recibidos con gritos, disparos, abucheos y odio a pesar de que no cargan más que con la mirada enfebrecida, el mareo de las olas, el frío de los caminos hasta la frontera, que no saben todavía lo que es una frontera, pero que luego la podrán dibujar con trazos nerviosos negros y rojos como si fueran las puertas del infierno. Que aprenderán lo que es el infierno antes de saber lo que les distingue de los demonios que tienen delante, que es nada). Y, sobre todo, nunca es fácil arrancar con el primer párrafo, la clave de todo, el tono de la canción que nos impedirá desafinar. Pero acaba llegando. “Para los que se lo pregunten, la cosa va así”.

Y hay semanas en las que uno tiene una idea que desestima porque quiere corregir sus ansias de escapar de cualquier cosa que pase en esta ciudad. Otras en las que resulta evidente que un 8 de Marzo marca todas las agendas que quieran mirar hacia adelante y nunca hacia atrás. (Pero los migrantes, en la frontera, desesperados, desesperanzados, acusados, despreciados, temblorosos, ateridos, empapados, agonizantes, con su vida en una mochila y sus vidas aisladas y reducidas a meros números en el excel de las instituciones que miran para el otro lado). Y otras en las que el martes se escapa con el atardecer que se sumerge por el faro de Santa Pola sin que acudan más que el oficio, la responsabilidad y los plazos a desfacer el entuerto de quien desconoce qué es lo que le importa de verdad al lector. (En nuestro mar, en nuestra tierra, hoy, en esta Europa que ha pagado por esconder una realidad y a la que tendríamos que exigir responsabilidades por cerrar y cerrarse, sin empatía, sin solidaridad, sin compasión, sin memoria, en la que el viaje de Ulises se ha olvidado y solo se piensa en Ítaca). Es entonces cuando se alinean los astros, se deshacen las nieblas, se mancha por fin la hoja en blanco con la primera frase de la columna. “Para los que pregunten, la cosa va así”. Y uno se queda con la conciencia tranquila de haber hecho lo que ha podido. Pero eso ya no es tan difícil.