VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

El odio une mucho

23/08/2017 - 

A mí la gente me gusta de uno en uno. Es la única manera de mantener una relación viable. Dos es compañía, tres es un incordio. Más de tres es tribu, manada o reunión vecinal. Cuando nos apelotonamos alrededor de nosotros mismos es cuando sacamos a relucir lo peor de nuestro comportamiento gregario. Quizá porque el rencor reconcentrado solo sirve para consumir las tripas desde dentro, quizá porque cobra más sentido en el momento en que lo compartes. El odio une mucho. Odio al otro equipo de fútbol, odio a las mujeres, odio a la pobreza, odio a cualquier alteración en el pantone de la piel. Odio a estar por debajo del resto de componentes de la banda. Son engrudos que cohesionan grupos de amistad, tanto en Facebook como, especialmente, fuera de los límites de las redes sociales. No es de extrañar, pues, que el terrorista que atravesó el corazón de Barcelona al volante de una furgoneta fuera definido por sus conocidos como un chaval ejemplar que ayudaba a las viejecitas a cruzar por los pasos de cebra. Aislado podía ser Zipi o Zape. Junto al resto de componentes de la célula terrorista, trazaba el plano de nuestras peores pesadillas. Sobre todo, desde que al imam que entregó su alma a un racimo de bombonas de butano se le ocurrió demostrarle -a él y al resto de participantes en el atentado- que la matanza de infieles garantizaba más diversión que una semana a los mandos de una Playstation.

En un plano completamente distinto, pero no diametralmente opuesto, el carácter de la tribu salió a relucir tras los sucesos de Barcelona en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Las redes sociales y los medios de comunicación volvieron a servir de escaparate para exhibir nuestros golpes de pecho como gorilas en celo. Por separado pudimos cubrir toda la gama de sentimientos que basculan en torno al miedo, la tristeza, la solidaridad o la compasión. También, cómo no, el odio. Pero las redes sociales, y la pleitesía que les rinden los medios de comunicación, nos ha convertido en una jauría dividida en bandos. Salió la mentira, salió la prisa, salió la espontaneidad. Y salieron, claro, todos los odios que manifestamos cuando nos juntamos más de tres. A los musulmanes, a los españoles, a los catalanes, a los periodistas, a los políticos, a los que sí y a los que no. A los que aprovecharon la masacre para llevar el ascua a su sardina y a los que se la llevaron al ascua de enfrente. En general, no hicimos más que vomitar bilis, que es lo que pasa cuando nos emborrachamos de nosotros mismos.

De uno en uno funcionamos mejor. Los turistas que se quedaron a cuidar o acompañar a las víctimas hasta que llegaron los servicios médicos. Los vecinos que avituallaron de manera espontánea a los conductores que quedaron retenidos en un control policial en la Diagonal. El camarero que albergó a varias personas en su bar de Cambrils. La señora que alertó de la presencia del último terrorista evadido en un paraje rodeado de viñedos cercano a Barcelona. Esa persona -alguna habrá- que esperó a reunir la información suficiente durante un par de días para forjarse una opinión de lo que había sucedido. Individualmente estamos muy por encima de lo que mostramos cuando sabemos que alguien nos está prestando atención. Aunque sea para odiarnos. Y, sobre todo, estamos muy por encima de quienes nos representan. Que no son más que una pequeña muchedumbre de intereses creados. A ver si lo vamos solucionando.

@Faroimpostor


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