ELCHE. “Que s’ha afonat la plaça del Raval, que s’ha afonat la plaça del Raval!”. Así de nítido recuerda Vicenta Peral, de 90 años, cómo se enteró de uno de los capítulos más trágicos en la historia de Elche durante el siglo XX. La Plaça Major del Raval, punto neurálgico del emblemático y varias veces centenario barrio ilicitano, se hundió hace 63 años, el 14 de mayo de 1955, al ceder el suelo que estaba encima de uno de los otros diez refugios de la Guerra Civil. Unos refugios que nunca llegaron a utilizarse porque la ciudad no fue bombardeada. En el momento del derrumbe, allí se encontraban seis jóvenes, que cayeron por el boquete de 7x5 metros que provocó el hundimiento. Sólo dos de ellos pudieron contarlo.
José Canals, Jacinto Agulló, Vicente Arronis y Rafael Palao se convirtieron así en las últimas víctimas de la Guerra Civil. Mejor suerte tuvieron sus compañeros Juan Garzón y Fermín Bernad —quien junto a su hermano Vicente estuvo a la cabeza de Estudio 2000, la firma que distribuía Puma en España—, que sobrevivieron no sólo a la caída, también al rescate, que se produjo 48 horas después. Todos pertenecían al equipo de fútbol del barrio, se habían reunido porque José, 'Pepito el Chinesco', se había lesionado el brazo jugando y no podía trabajar, “por lo que sus 16 compañeros de equipo aportaron un duro para poder evitar la penuria económica”, relata el profesor e historiador Miguel Ors. Los seis tenían una edad comprendida entre los 17 y los 20 años.
Pensaron que había sido un terremoto, pero fueron las leyes de la física y los caprichos de la vida los que hicieron que el suelo cediera sin piedad y sin tener en cuenta los medios rudimentarios con los que el municipio contaba para poder salvar a los seis jóvenes. Brigadas especiales, vecinos y bomberos no lograron llegar hasta ellos hasta el lunes a las diez de la noche, prácticamente a la misma hora que había tenido lugar el derrumbe dos días antes. A pesar de que han pasado 63 años, quienes lo vivieron aún tienen la memoria vívida, porque cosas así no se olvidan fácilmente. Baltasar Sánchez tenía entonces 4 años y 3 meses, su abuelo regentaba un bar en la misma plaza, el 'bar del tío Baltaro'. Recuerda cómo se levantó de la cama al escuchar los gritos y el ruido del hundimiento, cómo la gente corría de un lado para otro para ver cómo ayudar. Aún se emociona al recordarlo. “Lo recuerdo todos los días”, dice con ojos lagrimosos. Había estado en la plaza apenas 15 minutos antes.
Vicenta, ya casada y con cuatro hijos, dice que lo recuerda todo. Cómo la vecina desde la fuente gritó al contemplar el derrumbe y cómo exclamó el “que s’ha afonat la plaça del Raval!”. Vicenta venía de la plaza y había visto a los jóvenes organizando un partido de fútbol. “Se juntaban allí todas las semanas”, recuerda. También rememora dónde vivían, en Filet de Fora, al pasar la iglesia de Sant Joan… gente del barrio. “El padre del de Filet de Fora trabajaba en el aceite, Quereda”, explica haciendo memoria. A otro de los fallecidos le apodaban 'el Penyet'. Asimismo, también asegura que los bomberos no hicieron caso a una chica que estaba allí, Micaela, que les dijo que los jóvenes estaban en la puerta del refugio. “Se hubieran salvado si le hubieran hecho caso”, dice con el ímpetu que aún tiene a pesar de la edad.
También lo recuerda perfectamente Clara Pastor, de 77 años, y que es familia del primer alcalde de la democracia, el socialista Ramón Pastor. Vivía justo enfrente de la plaza, en un solar donde ahora sólo hay un descampado. Estaba hablando con las amigas en el portal cuando de repente el suelo se vino abajo. Aún relata impactada el ruido que hizo la caída. Un ruido y una tragedia que mucho tardará en olvidarse, ahora que el Ayuntamiento ha instalado una necesaria placa en homenaje a este suceso que se ha transmitido con el boca a oreja y que hoy forma parte del imaginario popular del barrio y de la ciudad. No sólo rescata el fatídico día, también las andanzas y el contexto de aquellos días. Eso sí, como se suele decir, más vale tarde que nunca, aunque sea con 63 años de retraso.
Volviendo a 1955, la capilla ardiente se instaló en la escuela Santo Hospital, hoy biblioteca de archivos municipales. El entierro fue el martes 17 de mayo, a las 19 de la tarde. Cerró el comercio y la industria para que 30.000 ilicitanos salieran a la calle acompañando al sepelio. Además se hicieron partidos benéficos —de ahí salió la Peña Raval— para recaudar dinero para la familia. También una suscripción popular para las familias de los fallecidos, logrando juntar 50.000 pesetas. Por otra parte, el gobierno de Franco, en la teoría, “concedió a través de la Dirección General de Regiones Devastadas 4 millones de pesetas, pero sólo llegaron 300.000”, explica Ors. Los que sí llegaron, en un ejemplo de verdadera solidaridad, fueron los 16 duros de sus compañeros que José Canals llevaba encima durante el derrumbe.