ELCHE. Todo el mundo se acuerda del patrimonio municipal cada cuatro años, en coordenadas electorales. Después llegan otros cantares, con falta de proyectos, planes o presupuestos varios. Dentro de la complicada situación del patrimonio en general de la ciudad, uno de los que más olvidados está, a pesar de que algún tímido —o nimio— avance se ha intentado hacer durante esta legislatura, es el hidráulico. Una cuestión no menor teniendo en cuenta la importancia de la cultura hidráulica —no sólo del patrimonio tangible— de la ciudad. La de Elche ha sido la historia de un pueblo atravesado, entre otros aspectos, por la gestión del agua, que ha definido en gran parte lo que hoy es el municipio: a nivel urbanístico, medioambiental y cultural. Aunque en esta última sólo en parte, y con un aspecto turístico, podría ser mucho más. Es frecuente sacar pecho del Palmeral, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sin embargo, a menudo se olvida, y aún es desconocido para muchos, el sistema de regadío, quien ha condicionado el cultivo de la palmera y otras plantaciones, así como el devenir económico, social, agrario o urbanístico local.
En ese sentido, no sólo es importante la recuperación o puesta en valor del poco patrimonio físico que queda, también la difusión de patrimonio inmaterial como el lenguaje que va unido al mencionado sistema de regadío, como la contraséquia, trastallador, partidor; unidades de medida como la tahúlla, la toponimia... Ámbitos que ligan directamente con las raíces del pueblo ilicitano, pues Elche no se explica sin el sistema agrícola de regadío, basado en un escaso aporte de agua del Vinalopó, de agua salobre que no permite cualquier cultivo. Se instauró con los árabes lo que se denomina un 'sistema de oasis', al crear un espacio hídrico con un escaso caudal. ¿Qué es lo que lo permitió? Las plantaciones de palmeras de forma cuadrangular en todos los espacios de riego, es decir, la creación de parcelas, que tenían unas dimensiones muy concretas para permitir una mayor irrigación. Estas parcelas suponen una menor insolación al estar el cultivo dentro del huerto, menor incidencia del viento, menor evaporación por tanto y además un cultivo en altura, el de las palmeras, del que se aprovechaba todo: para alimento humano y animal, techumbre de las casas, bancos…
Por otra parte, estas parcelas permitían una canalización muy concreta. Una plantación a media altura con granados u olivos, muy importantes históricamente en Elche por la agricultura tradicional, ya que en la ciudad no eran de secano al estar en ese espacio bien irrigado. Se producía aceite, aunque no era de mucha calidad, pero al mezclarse con la sosa de los saladares —uno de los valores del Hondo—, permitía crear el jabón de sosa, que hasta la creación del jabón de Marsella a finales del XIX, permitió tener un producto a partir de una producción de materias primas que se exportó en siglos pasados a Castilla-La Mancha para los molinos, batanes o tratamiento de las lanas, hasta Holanda o Inglaterra, por ejemplo. En esos casos de exportación, hasta el siglo XVIII, se trata de una agricultura comercial, ya no de subsistencia. Además, estos huertos permitían un tercer cultivo a ras de suelo. En un sistema agrícola donde la ganadería tiene su importancia y la fuerza de trabajo es animal, era muy importante el campo de alfalfa, lo cual llegó a generar polémica con la Acequia Mayor del Pantano porque su uso exigía mucha agua.
Pero, ¿quién creó ese sistema? La comunidad de investigadores e historiadores parece convenir en que fueron los árabes con la aparición de la Ciudad Islámica, la que aún se puede intuir en la estructura de la propia ciudad, a pesar de que el patrimonio se haya perdido. El mapa urbano está muy determinado por la acequia. En este caso, la Acequia Mayor, una denominación posiblemente posterior a la reconquista. Venía agua por el río y a partir de un azud se levantaba el nivel e iba regando por gravedad, sin duda uno de los grandes milagros de la ciudad. Lo que es a su vez otra muestra del dominio de la comunidad árabe en distintos ámbitos para generar un sistema tan avanzado desde hace siglos con una tecnología infinitamente más limitada de la que se puede disponer hoy.
Cuando los andalusís crean la ciudad, tienen muy claro dónde hacerlo. Además, tenían un sistema tal que les permitía adecuarse a las necesidades o características de una determinada ciudad. Si el agua iba muy lenta —como Carrell, uno de los partidores de la Acequia Mayor que en el siglo XIX llegaba hasta casi El Altet, muestra de la amplitud del sistema— no llegaba bien a los huertos, y si iba muy rápida no entraba. Se trata por tanto de una obra de ingeniería brutal. No se puede explicar por tanto el sistema de oasis sin el riego. Eso lo reconoce la Unesco porque el Patrimonio de la Humanidad no es el bosque de palmeras sólo, es un sistema de riego que se importa de África, de un continente a otro: de transmisión de cultura entre continentes. Incluso a un tercer continente, puesto que hay sistemas muy parecidos en México y Baja California que serían llevados por los españoles.
Son sistemas donde la comunidad maneja el sistema agrícola. Ese carácter identitario no se perdió con el paso de los años. En el siglo XIX hay acercamientos al regadío ilicitano por parte del explorador, botánico y geógrafo inglés Clements R. Markham y del geógrafo francés Jean Brunhes, que coincidió con el omnipresente Pere Ibarra. Aparecen a finales del mencionado siglo en un momento en el que se están expandiendo las colonias; los ingleses en la India y los franceses en el norte de África, zonas con características similares de semidesierto. Y su aparición en escena no es casual. Lo hacen para estudiar el regadío ilicitano porque estaban expandiéndose y querían saber cómo crear sistemas de irrigación comunitarios para gestionar las colonias que estaban desarrollando.
En cuanto a la distribución del agua, tras la conquista cristiana, estos llegaron y se quedaron con el agua, pero necesitaban la fuerza de trabajo de los mudéjares del momento, por lo que no los expulsaron. Eran minoritarios pero se quedaron con las mejores tierras y con la parte izquierda del río —la margen izquierda del río—: la Huerta Mayor y la Acequia Mayor. No se sabe cómo estaba dividida antes de la conquista, pero muy probablemente, los sistemas de distribución de agua serían copiados de los sistemas andalusíes.
El agua del río se dividía en hilos, es decir, en porciones, que tenían que ver con las horas: doce porciones de noche, doce de día. Eran los conocidos hilos dobles. Una distribución que era desigual, los cristianos se quedaban con la mayor parte para regar sus huertas de la zona rica, y el resto se repartían. Se quedaron con nueve y dejaron para la comunidad islámica y el pueblo llano dos porciones de agua: la Acequia de Marchena que cruza el río por la derecha y que regarán lo que a partir de ese momento se llamará la Horta dels Moros, en la margen derecha. Un espacio mucho más limitado. Del resto, un hilo se destinó para uso popular, para llenar almazaras, hornos, lavar…
Por otra parte, con la distribución del agua se empezó a desarrollar también el poder. Puede que tras la reconquista, a cada poblador se le asignó una cantidad de tierra con una determinada cantidad de agua. Pero como sucede con otras zonas similares, como la huerta de Alicante, Lorca o huertas de Almería, se produce la separación de agua y tierra: es decir una determinada cantidad de agua para administrar una porción de terreno y una casa con 'x' horas de riego a la semana. Obviamente no todas las donaciones de agua fueron iguales. Para los hidalgos y familias nobles había más.
En algún momento, el señor de la tahúlla decide dejarle a uno de sus descendientes la tierra y al otro el agua, o vende por ejemplo la tierra pero no el agua. Este fenómeno va creciendo y es entonces cuando se crea un mercado de tierra, pero también de agua. Empieza la comercialización del agua; un sistema sostenible pero no justo. La gente empieza a comprar agua y entre el siglo XVII y XVIII nacen una especie de aguatenientes, que muchas veces coinciden con ser los propios terratenientes. Esta gente empieza a comercializar el agua, lo que permite que quienes ya tenían agua pudieran comprar más, lo que significa que no sólo tenían más sino que tenían la posibilidad de plantar otro tipo de riegos.
Nació la agricultura comercial con grandes señores. Es el origen de la agricultura comercial. Además, en Elche había un gran prestamista, el clero de Santa María. Como institución, es la gran prestamista agraria de la ciudad. El Rey Jaume I había prohibido que se donara todo a la iglesia, por lo que alguna gente al querer ser enterrada cerca de la basílica —típico de la época, para querer estar más cerca de Dios—, decide hipotecar esas aguas a la iglesia y le paga anualmente por querer ser enterrados más cerca. Se convierte por tanto en una gran propietaria sin tener ‘nada’. En el siglo XVIII se queda con todo aquello que le habían dejado en renta. Por ejemplo, en la Basílica estaba el gobernador del Marquesado, Vicent Jordi Palací, del que se hay un libro que se llama 'L’aigua de Palací', como ejemplo de ese poder que se va creando poco a poco fruto del desarrollo hidráulico.
Actualmente, aún hay gente que posee agua y se preocupa por el patrimonio, pero se han perdido la mayoría de molinos, que venían de en gran medida de la época medieval y que han desaparecido. Apenas queda el Molí Real o los restos del Molí de Ressemblanch, que pertenece al IES La Torreta, donde enfrente está su cubo en un estado decadente. Entre las ubicaciones, por ejemplo el Molí de les Dos Moles estaba en la Fábrica de Ferrández y se utilizó con la llegada de la industrialización. El Molí de Sant Jaume estaba en la calle Sant Jaume, y era el único dentro de pueblo, ya que solían estar fuera, en la parte norte o en las afueras, para aprovechar la fuerza del agua.
Muchos se perdieron con la renovación de la ciudad. Toda la gestión de regadío la llevaba el municipio a pesar de las propiedades privadas, pero la propiedad del agua seguía siendo privada: se arrendaba, se compraba o se vendía. A partir del siglo XVIII, se produce un momento de expansión agrícola como nunca, con un impulso demográfico importante, y de repente los dueños de las aguas empiezan a quejarse. Consiguen con el Consell de Castella y la connivencia del Ayuntamiento, que se les ceda la propiedad de la gestión. Aquí nace la Real Junta de Aguas, a la postre en el XIX del movimiento liberal y las leyes de agua, que es el antecedente de la actual Comunidad de Propietarios de la Acequia Mayor del Pantano de Elche.
El pantano —cuya historia da para otro reportaje, con la relación de trasvases entre Elche y Aspe y el patrimonio sin señalizar que hay en el sendero— también era municipal, y lo siguió siendo hasta el XIX, pero desde el principio hay muchos intereses creados sobre el mismo, y con la misma estrategia de queja sobre su funcionamiento, logran también su apropiación en 1842. Con el pantano entraba más agua al sistema por lo que era importante. Así pues, en ese momento todo era privado, un negocio. Pero a principios del XIX nacen las sociedades de elevación del agua del Segura, la primera crisis de la Comunidad de Propietarios, porque introducen en el sistema agua de mejor calidad. Después llegaría el trasvase Tajo-Segura, la ciudad se amplía, los huertos de palmera pierden su rentabilidad económica con la progresiva industrialización (se ocupan, se talan…)... Y cuando algo de la vida cotidiana pierde su poder, cae en desuso.
Todo ese patrimonio se perdió a finales del XIX y principios del XX, cuando se entuban las acequias, se cambian de lugar porque están cerca de los edificios, empieza el alcantarillado moderno… Empiezan a molestar y se reconvierten en toda la ciudad.
Algo mínimo. Parte del área de regadío del campo, la centuriatio romana, las acequias mayores... Queda mucho para visibilizar por ejemplo en el Camp d'Elx, para que se conozca la imbricación de caminos, parcelaciones y su aún rico pero denostado sistema de riego tradicional. Queda el sistema de canalización del pantano con los túneles en mal estado, el Molí del Real, la canalización por el Parque Municipal a pesar de que esté camuflada entre el ajardinado, por el Parque de Tráfico —hasta hace relativamente poco, con apenas accesibilidad— en Candalix, en la zona del Pont de Barrachina... Partes donde se puede encontrar el sistema de riego de la Acequia Mayor. Sin mencionar los restos de canalizaciones hidráulicas encontradas en el subsuelo del Mercado Central, de época moderna pero también redes de aljibes y silos de época islámica.
Entre algunos de los aspectos que se han eliminado recientemente, están las subastas de agua a viva voz —como se hacía previamente a principios de siglo en el inmueble de Nuevos Riegos el Progreso— que se hacían en la Troneta, donde está el Ayuntamiento, que ahora se hace de forma electrónica. Se perdió después de 2006: la Comunidad pidió una licencia para cambiar la instalación, se concedió y se perdió. Un sistema de subasta hídrica casi único y que ha hecho que por ejemplo el Tribunal de Aguas en la Catedral de Valencia sea Patrimonio de la Humanidad. Luego hay proyectos que han respetado el patrimonio, como los partidores que hay bajo el edificio moderno junto al restaurante Madeira. Por allí también pasaba la Acequia Mayor del Pantano.
Respecto a lo que se ha hecho recientemente, se ha intentado recuperar con agua regenerada los huertos Contador y Bon Lladre tras la obstrucción de la Acequia Marchena, ejemplos de cómo con la industrialización y la falta de uso en la vida cotidiana, estos huertos —muchos municipales porque se adquirieron— pierden su valor económico y por tanto su uso y su valor. Se está intentando hacer un proyecto de rescate de huerto tradicional del Hort de Felip, a la espera tras el atraso de la iniciativa por un error del pliego. A nivel privado con los huertos, algunas promotoras aprovecharán en sus construcciones rescatar el uso de huertos como Hort de Hospital y de Contador. Sin embargo, son ejercicios voluntaristas o 'responsables' —según se quiera ver—, pero a nivel municipal queda mucho por hacer, como muestra la falta de mantenimiento del Molí Real, la Ruta del Palmeral —una intervención que necesita posterior mantenimiento— o la falta de señalización de la Acequia Mayor del Pantano en la mayoría de sus tramos descubiertos, además de su adecuación.
Así pues, después de los anuncios electorales correspondientes, procede pensar en planes de gestión y en qué hacer con este patrimonio, sea con congresos, comisiones de estudio, investigaciones o reuniones de expertos. Además de pensar en otros posibles usos, como esa recuperación de huertos tradicionales, señalizaciones culturales y/o turísticas, además de en los sitios obvios, en calles como Filet de Dins o Filet de Fora, que es el Cardo Máximo, uno de los ejes de vertebración de la centuriación romana. También fundamental un mayor mantenimiento de los espacios —para el caso de la Acequia Mayor, se achacó en su momento el problema a la falta de personal de Parques y Jardines— o de patrimonio físico de importancia para la comunidad. Por ejemplo, en Aigües d'Elx se llegó a plantear un proyecto para dejar 'al descubierto' en algunos tramos la Acequia Mayor del Pantano.
Esto plantea varias cuestiones para la reflexión, no sólo la de todo lo que no se ha hecho y queda por hacer a todos los niveles, también por qué se han eliminado buenas ideas como la web municipal que hablaba del regadío, si Elche tiene el nivel patrimonial para una ciudad de su tamaño y potencial, y cómo financiar estos aspectos, ya que la Comunidad de Propietarios no tiene capacidad de sufragar todo el patrimonio echado a perder por la falta de uso de las estructuras. En ocasiones, esa puesta en valor está cayendo en voluntarismos, no sólo por parte de algunas empresas, también de colectivos como Elche Singular, que realizó una jornada de divulgación sobre la Acequia Mayor y su recorrido.