LA ERA DE LOS COWBOYS ACABA CON LA MUERTE DE SAM SHEPARD 

El gran mito de la literatura norteamericana Sam Shepard, abatido por la ELA

1/08/2017 - 

ALICANTE. Los mitos se construyen sobre elementos simbólicos que reflejan el espíritu de una sociedad o un momento histórico de la humanidad. En la ya no tan breve historia norteamericana, pocos mitos hay tan sólidos como el del cowboy solitario. Mito que, con mayor o menor coincidencia con su sentido originario, transciende fronteras culturales para incrustarse como un sujeto más de las ansias de transcendencia de media humanidad.

El hombre que surge de la nada y conquista el territorio con sus conocimientos siempre ocultos, siempre de origen incierto, como si procedieran de la reminiscencia de un mundo perfecto, desde el cual se ha materializado, provisto únicamente con su sombrero stetson.

Los territorios conquistados por Shepard fueron los del núcleo duro de la identidad estadounidense, la dramaturgia, el recorrido intenso del relato breve, entroncado con la narración oral que conecta el nuevo mundo con el viejo, el cine. Pero no cualquier cine ni de cualquier manera. Como actor, incidiendo en la categoría mitológica, encarnando a la mutación moderna del vaquero en la era tecnológica, formando parte del Right stuff de astronautas que Tom Wolfe había transportado a la elegíaca Elegidos para la gloria en 1979, y que Philip Kauffman trasladó a la gran pantalla en 1983, ofreciéndole a Shepard el papel de Chuck Yeager que lo llevaría a la nominación al Oscar a mejor actor de reparto. No lo conseguiría, pero eso no es más que un elemento más del malditismo que acompaña a su compleja personalidad. 

En 1982 publica su ecléctica Motel Chronicles, obra compuesta de manera fragmentaria con diferentes estilos y suma de géneros, narrariva, memorialística, poesía, fotos fijas en textos como estampas, fotografías de familia, pero un género profundamente norteamericano por encima de todo ello, las historias de carretera trasladadas al cine con el nombre de road movies, y una cita inicial que deja muy claro que Shepard bebe de un mundo más allá de los tópicos: “Jamás tan cerca arremetió lo lejos”, del peruano César Vallejo. En 1984, el director alemán Wim Wender reconstruiría esta narración, con guión del propio Shepard, en forma de homenaje a aquel género de road movies, y una onírica visión del Medio Oeste estadounidense. Harry Dean Stanton como ese Travis amnésico en busca de identidad, encarnada en una Nastassja Kinski oracular, y la presencia de un Dean Stockwell que completa la iconografía profundamente americana de esa coproducción europea, sumida en los rifs melancólicos de Ry Cooder. El taciturno Shepard trasciende las fronteras oceánicas.

El tercer hito cinematográfico se produce también en ese trienio de mutación que va de 1982 a 1984. Rompe su relación con la que había sido su esposa, O-Lan Jones, con la que había compartido reparto en Elegidos para la gloria, y comienza un relación que se prolongaría hasta 2009, con la también actriz Jessica Lange, que hasta el momento había compartido vida con el bailarín Mikhail Baryshnikov. La pareja se había conocido en el rodaje de Frances, en 1982, la película que había servido a la de Minnesota para superar su condición de mito sexual,  tras el King Kong de 1976, y comenzar una multipremiada carrera como intérprete. Ya a principios de los años setenta había mantenido una tórrida relación con otro de los grandes mitos de la modernidad norteamericana, Patti Smith.

De fondo, la admiración de la intelectualidad que lo considera heredero de Tennesse Williams en el género que supone el título de cronista consagrado de la realidad social, el teatro, por encima de la narrativa, la poesía e, incluso, el cine y la televisión. Buried child le había concedido el sello de calidad del premio Pulitzer. Una obra profundamente enraizada en la narrativa sureña de violencia, asesinatos e incesto que se une a la crítica a la endogamia  como uno de los grandes males del país.

Por si fuera poco, y quedara algún sector sin maravillarse por las proezas culturales del gran cowboy, a los mandos de la sección rítmica, baquetas en mano, guió durante décadas diferentes formaciones de americana, hard-rock y acid-rock, como Lothar and the Hand People y  The Holy Modal Rounders, compuso junto a Dylan Brownsville Girl, alabada por la crítica como una de las mejores del actual premio Nobel de literatura, a pesar de encontrarse en la etapa menos glamourosa de su carrera, la de mediados de los ochenta. En fecha tan tardía como 2005, vuelve a colaborar con Wim Wenders, esta vez como actor protagonista de su Don’t Come Knocking, en la que junto a la música de T-Bone Burnett, introduce su God’s in the kitchen. Obra menor tal vez, pero documento imprescindible que aúna en una sola producción el recorrido vital de Shepard: Jessica Lange, Wim Wenders, el western, la música y el paisaje del Midwest.

La Esclerosis Lateral Amiotrófica se ha llevado a Sam Shepard, con 73 años, cuando todo hacía pensar que la inmortalidad de su bello rostro férreo iba a superar estos tiempos de farsa y decadencia de sus estimados Estados Unidos de América del Norte. El cowboy del espacio ha vuelto a ese mundo ideal desde el que aterrizó en el planeta Tierra, allá por 1943, en Sheridan, Illinois.

Hay algo arrogante en su espera, algo muy masculino. Las hojas siguen cayendo en primer plano, justo delante del objetivo. Empiezo a pensar en los factores ocultos en el rodaje de una película. Los tíos del atrezzo subidos en largas escaleras junto a la cámara, dejando caer hojas otoñales para que planeen de manera adecuada. Las máquinas de viento. Alguien controlando la brisa. [“Todos los árboles están desnudos”, por Sam Shepard].

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