No sé si conocen esta anécdota, pero el caso es que, siendo presidente de Francia Nicolás Sarkozy, este, con el fin de aplacar su complejo de bajito, decidió ejecutar una criba en su seguridad personal recabando los servicios de guardaespaldas con la misma estatura que él o incluso con menos dimensiones. No estaba muy seguro de sí mismo.
Ese complejo de inferioridad es incompatible con un liderazgo fuerte. Dicho comportamiento dista mucho de representar a una persona dispuesta a reconocer sus flaquezas. Debilidades que, si no se auto examinan, se corre el riesgo de no dejarse asesorar por aquellos que trabajan entre bambalinas para ese líder. Por eso, en ocasiones, lo que deciden hacer estos presuntos cabecillas es codearse con individuos aparentemente menos cualificados que ellos con el fin de que ninguno ose hacer sombra a su figura. Gente consciente de su propia importancia, como diría un buen amigo. Falta de humildad que no es una buena compañera de viaje tanto en la política como en la vida.
De hecho, creo que aquel mandatario que decide rodearse de personas sumisas con nula actitud crítica, por mucho poder que tenga, no será nunca un líder. Creo que los líderes genuinos son aquellos conscientes de sus propias limitaciones, aquellos que se dejan aconsejar por un círculo mucho más cualificado que ellos en determinadas ramas cognitivas por el simple hecho de cubrir sus propias fragilidades con el conocimiento de otros. Esta circunstancia no la digo yo, lo revelan los hechos, la historia. Todos los dirigentes que se han cubierto las espaldas con una camarilla sofisticada han destacado por encima de los demás. En el momento en el que tienes en escalafones inferiores a gente más preparada que tú en diferentes aspectos, es cuando pones en juego tu propio liderazgo. Tirando de un ejemplo futbolístico, es llamativo ver como ciertos entrenadores con prestigio contrastado a la hora de fichar por un equipo como el Real Madrid o Barcelona, su estrella se apaga socavando en ocasiones ese prestigio conquistado tiempo atrás. ¿A qué se debe dicho cambio? Pues que a diferencia de cuando estaban en escuadras medianas, en los equipos grandes tienen que lidiar con la gestión de vestuarios plagados de estrellas mundiales con mayor peso que el del propio técnico. Los buenos entrenadores, son aquellos que además de hacer jugar a sus pupilos son capaces de gestionar los egos de sus jugadores.
Habitualmente, quizá por eso tenemos la clase política existente, los dirigentes prefieren salir al paso confiando en el criterio de cabezas infra cualificadas para las labores que se les encomiendan. Esta semana ha dimitido Salvador Illa como ministro de Sanidad cuando en su carrera como filósofo no había tocado en su vida ningún término relacionado con la medicina. Hasta el propio Illa reconoció hace unas semanas que “hacía lo que podía”. También hacen lo que pueden el resto de los ministros de Sánchez, que les desborda la situación pandémica que vivimos. Mientras unos se dedican a leer, ver series, o salir en revistas, otros como Yolanda Díaz, la titular de Trabajo, trabajan por determinadas causas. Una pena que, junto a ella, Sánchez esté meditando sobre la posibilidad de cortarla la cabeza en una posible futura remodelación del Ejecutivo. Un claro ejemplo del falso liderazgo que aspira a bloquear a todo el que le haga sombra.
Miedo a ser eclipsado que es lo que mueve a los caudillos a contar en sus filas con personalidades sumisas a su alrededor. Individuos con nula actitud crítica incapaces de contrariar los comportamientos de sus jefes. Estos perfiles maleables son los que más gustan en los círculos de poder. Desde el Gobierno de la nación a instituciones tan anodinas como órganos universitarios. Siguiendo la peligrosa tesis de “el que no está conmigo está contra mí”, manipulan a su camarilla con el fin de que esta les dore la píldora incluso cuando no hay ninguna duda de la equivocación que entrañan sus conductas. Recuerdo al presidente de un órgano estudiantil de esta comunidad, que pese a atacar de forma desproporcionada a dirigentes socialistas a través de las redes sociales, sus colegas no han hecho más que respaldar su deplorable comportamiento poniendo en evidencia su talante institucional.
El mundo sería mejor con líderes valientes que no tengan reparos en rodearse de personas competentes sin que el falso temor a ser eclipsados les aceche. Ese liderazgo es el propio de los que, pensando en las generaciones venideras, saben que, si desean que su legado perdure en el tiempo, necesitarán a alguien que coja su testigo.
Un líder no es el que es aplaudido por más palmeros sino el que confía en sus propias limitaciones dejándose aconsejar cuando se equivoca.