ALICANTE. Juan terminaba de leer el Pueblo que solían comprar en casa los fines de semana. Le gustaba estar informado de lo que sucedía en el mundo, aunque por su edad no llegaba a comprender todo lo que ponía el periódico. Y justo en ese ejemplar había visto una noticia que lo puso muy contento: Marisol acababa de rodar una nueva película. Estaba enamorado de ella, aunque él no lo sabía, porque desconocía tanto ese sentimiento, como la palabra que lo definía. Había visto todas sus películas: le gustaba cómo actuaba, sus ojos azules, su sonrisa y la mueca exagerada que hacía con la boca cuando cantaba. Se sabía todas sus canciones, y por eso cuando iba a comprar sus tebeos al quiosco del parque del Panteón de Quijano, enfrente de la parroquia de la Misericordia, siempre preguntaba al quiosquero si había salido algún cancionero nuevo de ella.
Cuando se encontraba pensando cuándo la estrenarían, llamaron al timbre. Fue corriendo a la puerta, adelantándose a su madre que también acudió a abrir, y vio que era un vecino muy amigo de la familia que venía a invitarlo a la corrida de toros que tendría lugar el domingo siguiente. Ella le preguntó si quería acompañarlo, y él, tras dudar unos instantes, contestó afirmativamente y a continuación le agradeció la invitación porque nunca había ido a los toros. Al despedirse, su vecino le dijo que se llevara para merendar en el descanso coca amb tonyna que era lo típico en la plaza de Alicante
Juan sabía algo de toros desde que un compañero de clase se lo había explicado un par de meses atrás, después de que su padre lo llevara por primera vez a una corrida de Fogueres. Y ahora, de forma inesperada, su vecino le había brindado la oportunidad de asistir a una. Estaba ilusionado en que llegara el domingo, aunque en realidad tenía más curiosidad que otra cosa, pues el mundo taurino no le atraía especialmente.
Llegó el día, y su madre le preparó una coca de mollitas que le había comprado en el mercado central. A Juan le gustaba más que la coca amb tonyna, aunque los dientes se le quedaran pastosos durante un buen rato.
Su vecino se presentó en casa para recogerlo y los dos partieron hacia el coso de la plaza de España. Sus alrededores eran un hervidero de gente. A Juan le pareció que había más ambiente que cuando iba con su padre al campo de La Viña para ver al Hércules. Mientras hacían cola para entrar, su vecino le informó que toreaban dos diestros de la terreta, El Tino y Pacorro, y uno de Almoradí, El Caracol, y que por eso se veía tanta animación. Accedieron a sus asientos y, nada más acomodarse, lo embelesó el colorido de la plaza y la atmósfera que se palpaba en los tendidos.
A las cinco y media de la tarde se inició el paseíllo con el que daba comienzo el festejo. A su finalización, un jinete montando una preciosa yegua permaneció en el ruedo. Su vecino le aclaró que aparte del toreo a pie existía el del rejoneo y que el primero en actuar era Ángel Peralta, uno de los mejores rejoneadores del país. El animal empezó a caracolear y a realizar artísticas cabriolas bajo la destreza de su amo que arrancaron la primera ovación del público. Al poco, sonaron clarines y timbales y se abrió la puerta de toriles. El toro pisó el albero, oteó alrededor, vio al jinete y la yegua y arrancó veloz a su encuentro. El rejoneador picó espuelas y partieron a galope. Los aficionados seguían asombrados sus evoluciones, parecía imposible que el toro pudiera alcanzarlos.
Continuó la lidia y, de pronto, sucedió la tragedia. En un mal terreno, hombre y caballo se cruzaron en un apretado lance con el toro y salieron volteados. La yegua quedó tendida en la arena a merced del astado donde fue corneada con saña. Tras unos largos segundos de agonía, el animal murió. El jinete rompió a llorar desconsolado. La plaza quedó conmocionada. En eso, el espectador que Juan tenía al lado comentó en voz alta: «Qué desgracia. Es Cabriola, la jaca que monta Marisol en su nueva película». Entonces, recordó el artículo que había leído. Desde ese momento estuvo muy triste y con el deseo de que la corrida, que acababa de empezar, terminara cuanto antes. Se encontraba tan afectado que se le fue el apetito y no merendó. A la salida de la plaza, juró para sí no volver nunca más a los toros.
Pasaron los meses y en Navidad anunciaron el estreno de Cabriola. Fue a verla con sus padres y durante la proyección no puedo evitar que en más de una ocasión se le humedecieran los ojos.
Unos días después, se acercó al quiosco a por sus tebeos y el dueño, sin decirle nada, le tendió el último cancionero de Marisol. Dio un vistazo a la portada y comprobó que aparecía la canción Cabriola. El quiosquero, al ver su expresión de pesar, le regaló el ejemplar. Juan se lo agradeció, y sin esperar a llegar a casa se dirigió impaciente al parque y tomó asiento en un banco. Abrió la revista, buscó la canción y empezó a leerla…
«Cabriola, qué bonito es mi caballo / Cuando viene caminando / Buscando mi voz».
En ese momento se le enturbió la vista e inconscientemente pasó a cantarla para sí...
«Cabriola, juega con el trigo verde / Y por el azul se pierde / Bañado de sol / Ya no bebe mi caballo agua de ninguna fuente…».