Al asesino de Yolanda le debía dar risa cuando se establecían por decreto medidas como el confinamiento, la mascarilla, el uso de gel higiénico o ahora últimamente el certificado covid. Le debe dar risa un semáforo en rojo o un simple cartel de “No pasar”. Un chaval de 21 años que va por la vida con una pistola 9 milímetros parabellum y un rifle de asalto debe tener muy poco sentido de los límites, el cumplimiento de las normas, y por supuesto, el objetivo de las leyes en la sociedad.
Para tipos como este, la vida de los demás, su existencia no vale nada. El egoísmo está en el centro de todo y sus apetencias en cada momento centran la manera en la que se desenvuelven en la vida. La mató porque era suya. Esa es la máxima del machismo, considerar a la mujer un objeto propiedad de alguien. El comisario jefe de Elche, Pedro Montore explicó hace unos días que, cuando comenzaron a investigar, descubrieron que además de a un maltratador machista, buscaban a un delincuente muy peligroso.
Este animal coge lo que quiere, hace lo que le da la gana y ojo con que alguien intente pararlo, agentes de policía incluidos, porque su naturaleza de bestia le llevará a disparar con un kalashnikov contra lo que se le ponga por delante desde una ventana de un piso en el barrio de Carrús, en Elche. Un joven de 21 años, nacionalidad española y residente en Elche. Hace menos de un año intentó rebanar el cuello de otro hombre. Monstruo.
Me pregunto cómo era su vida antes de ser detenido por matar a Yolanda. Quién es su familia, a qué colegio iba hace apenas unos años y cómo era su día a día. Cómo conoció a Yolanda y cómo una chica llega a relacionarse con un hombre así. Probablemente porque aparentaba ser “un chico normal”. Es lo más peligroso de estos delincuentes. Se insertan en la sociedad y conviven con todos nosotros.
Cuando vi la pistola y el rifle de asalto encima de una mesa en la comisaría se me pusieron los pelos de punta de pensar que podía haber sido el chico que iba delante de mí en la cola del supermercado ayer. O el que se tomaba una cerveza en la mesa de al lado de mi hija y sus amigas el sábado.
Estos seres existen y están en el submundo que no queremos ver y en el que conviven con puteros, proxenetas, traficantes de armas, ladrones de guante blanco y de guante negro y todo ese espectro de delincuencia que está ahí, y aquí, pero que no vemos hasta que salen en las noticias.
Reflexionado sobre este personaje y lo que estamos viviendo me pregunto cómo de lejos está este submundo y los que habitan en él de lo que para nosotros es la vida normal y las personas comunes. Y llego a la conclusión de que a ese extremo se llega desde la negación de las normas de convivencia y que los que permiten fiestas en discotecas sin mascarillas ni distancia, los que venden alcohol a menores, los que se saltan los semáforos en rojo o conducen bajo los efectos del alcohol y las drogas, no son de otra especie.
Los que se quedan un objeto que alguien ha perdido en la calle, los que se van sin pagar aprovechando un despiste del camarero, los que te venden un coche sabiendo que tiene un defecto y te dejará tirado en un par de meses, los que engañan a una anciana y le venden en una tienda de telefonía el paquete de fútbol y series cuando ella solo quiere teléfono para llamar a su nieta.
Son igual que el asesino de Yolanda. Gente que desprecia al otro y a las mínimas normas que nos hemos dado como sociedad para convivir. Cuando descubrimos asesinos y delincuentes como este nos parece que no son como nosotros. Nos alejamos de esa especie como si fuera otra. Y no lo es.
Para los que vamos justo por el otro lado de la vida, los que cumplimos casi todas las normas, descubrir esa realidad es un golpe duro. Es darte cuenta que robar un boli es el principio, saltarte un límite de velocidad es avanzar en una postura egocentrista y que el camino es el mismo que el del asesino de Yolanda, solo que él ha llegado más lejos.