Andamos los cinéfilos revolucionados con la llegada del nuevo año. En 2019 transcurre la acción de Blade Runner, la película de Ridley Scott que primero fue un fracaso de taquilla y luego, el evangelio laico de un nuevo culto sin dios. La llegada a una fecha tan señalada en el ámbito de la ciencia ficción resulta ambivalente. Por un lado, debemos reconocer que el futuro siempre nos queda lejos. No tenemos coches que vuelen, no hemos emigrado a las colonias del espacio exterior y todavía conservamos especies vivas de animales, que es la base del relato original de Philip K. Dick en el que se basa la película. No está mal. Imaginar la ciencia es delinear un horizonte que nunca acabamos de alcanzar y por eso progresamos continuamente hasta que el planeta se harte de nosotros. Por otro lado, noviembre de 2019 marca la fecha límite de un mito. Si todo sigue en orden y los líderes mundiales con acceso a un botón rojo nos lo permiten, dejaremos atrás el penúltimo advenimiento. La Historia de la Humanidad se basa en rebasar las sucesivas llegadas de un mesías tras otro. Y por eso progresamos continuamente sin que el planeta rebase su hartazgo.
Iconográficamente, el relato de la caza de los replicantes es una mina. La lluvia oscura. Las sombras noir. La interlingua. Los anuncios holográficos. Los juguetes de J.F. Sebastian. El búho de ojos metálicos. El test Voight-Kampff. El edificio piramidal de la Tyrrell Corporation. El impermeable transparente y la serpiente sintética. La vendedora de comida asiática. La fábrica de ojos. El vuelo de la gabardina de Deckard mientras salta de vehículo en vehículo. El maquillaje de Pris. Rachel. El miedo a morir. La escena final. El unicornio de papiroflexia. Todo ello, acompañado por la excelsa banda sonora de Vangelis. Y por el estado de gracia de un Scott que jamás ha vuelto a estar ni lejos de lo que obtuvo al principio de su filmografía. Pero todas las obras maestras van mucho más allá. O siempre al mismo sitio. Blade Runner lleva dentro una biblia, una tragedia de Shakespeare y una epopeya clásica. Al final, lo que subyace es una magnífica historia de una rebelión contra el creador, de una humanidad desubicada en pleno cambio de paradigma y del vértigo que sentimos ante nuestra inevitable desaparición.
Hay también trazas de fascismo, de ecologismo, de solidaridad entre razas distintas, de esclavitud y prostitución, de justicias insensibles, de amores imposibles, de vigilancia de fronteras y de dudas mucho menos que existenciales. El 2019 de la película tiene toda la pinta de ser igual que nuestro 2019. Pero con menos tráfico.
Así que, teniendo en cuenta que tenemos un modelo armado de nuestro nuevo año, tratemos de aprender. Tratemos de llegar a conclusiones comunes después de cuestionarnos cualquier dogma que nos intenten imponer. Dudemos, no dejemos nunca de dudar. No dejemos jamás que resuelvan nuestros enigmas, tengan o no solución. Recordemos que todos nuestros momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Que, al final, siempre llegará nuestro tiempo de morir. Por tanto, más vale que soñemos con unicornios y que nos empecinemos en comprender a nuestros oponentes. Y, sobre todo, no perdamos de vista el cinturón de Orión, donde atacan las naves en llamas. Ni la puerta de Tannhaüser, donde brillan los rayos C en la oscuridad. Hagamos el mejor 2019 posible. Aparquemos a un lado lo inevitable. Revisemos una y otra vez Blade Runner y todo el cine que lo merece. Y seamos felices.