ALICANTE. Con su particular estilo de escritura, siempre manejando la ironía, el humor y la crítica social, Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) vuelve de nuevo al ruedo literario. Tres enigmas para la Organización es una novela en la que, con cierto misterio, pero también con personajes delirantes, el autor introduce al lector en el trabajo de espías que desempeñan labores para una organización gubernamental secreta que se enfrenta a tres casos aparentemente desconectados. Decía que dejaría la ficción. "Me encontré escribiendo una novela sin saber muy bien porqué", confiesa en su entrevista para Alicante Plaza. Y aquí estará, presentando su último trabajo, este viernes, 8 de noviembre, en las Veladas literarias del grupo Vectalia en el restaurante Maestral.
— En la novela, una persona se apunta para ser espía en una organización gubernamental. Y puede ser un chiste, pero quizá vemos a diario situaciones reales más rocambolescas…
— Yo creo que sí. Creo que la parodia tiene que tener un poquito de lo que está sucediendo en la realidad porque, si no, el lector no lo percibe. Por eso, precisamente, el humor, viaja muy mal. A los que escribimos novelas de humor nunca nos traducen porque el humor es muy local y muy temporal. Se tiene que ver claro lo que nos rodea.
— Yo estaba pensando, por ejemplo, en el Caso Koldo, de actualidad, donde hay muchos personajes que podrían estar en uno de tus libros…
— [Ríe] Sí, continuamente están saliendo personajes de ese tipo.
— En cuanto a los libros, ¿hay coherencia dentro del caos que generan en esas situaciones?
— Claro, tiene que haber coherencia interna dentro de ese mundo caótico. A pesar de ello, todo tiene que ser perfectamente coherente y las cosas se tienen que ver como son, pero eso no implica que haya un mensaje implícito. No hay nada especial que se quiera decir con ese caos. Ya tenemos sobredosis de señalamientos, sospechas, acusaciones y críticas. De hecho, no sé muy bien qué papel desempeña el humor entre nosotros, en la sociedad, y tampoco sé muy bien qué papel desempeña la propia novela. Ya no sé casi nada porque a mi edad se duda de todo.
— Dicen que una imagen vale más de mil palabras. Sin embargo, hablando de literatura, le das más valor al nombre de un personaje que a la propia descripción física que permite al lector generarse una imagen mental…
— Es que yo no creo en esa frase. Las palabras cada vez conservan más más peso y más valor. Se sedimentan y ahí las tenemos guardadas para cuando nos hacemos viejos, que es cuando más nos acordamos de las palabras. Con el tiempo, las recordamos más que la imagen. Lo verás.
— Por eso los nombres son uno de los puntos fuertes de ese humor absurdo…
— Sí, tienen que ser descriptivos; no necesariamente analógicos, pero sí. Tienen que crear en el lector una imagen abstracta de lo que es ese personaje. Eso es importante no solo en esta novela, sino en todas. En las novelas leo muchos nombres de gente que se llama José María, Antonio, etcétera, y no me dicen nada. En cambio, si el personaje se llama Coco Rabo, yo ya tengo una imagen de él.
— Dijiste que dejarías de escribir, pero aquí estamos hablando sobre la nueva novela. ¿Qué te ha hecho volver? ¿Es algo puntual?
— No voy a decir nada más así para no meter la pata. Yo no dije que iba a dejar de escribir, sino que había llegado un momento en el que iba a dejar la ficción porque ya había escrito muchas novelas. En cambio, me iba a dedicar, no sé, quizá a algún ensayo. Al cabo de un tiempo, pues, me encontré escribiendo una novela sin saber muy bien porqué, así que pensé, “bueno, pues qué le vamos a hacer”, y la acabé.
— ¿Te ha dado más libertad escribir sin la presión de saber que tus lectores de novelas te estaban esperando?
— Creo que sí. La verdad es que no pensaba en si soy más o menos libre, pero sí. Lo percibí una vez acabada y viendo lo que había salido, porque yo soy el primer lector. Es cierto que no escribía con un plan. No escribía con un plazo y luego pensé “mira, pues es verdad que he escrito con mayor libertad”, pero es que siempre he escrito con libertad y nunca me he sentido coaccionado, así que diría que ha sido con mayor desfachatez, y con más desahogo también.
Esto no lo espera nadie. No se lo dije a nadie, ni siquiera mi mujer. Cuando escribía la novela, ella me preguntaba qué hacía y yo le decía “no sé, no sé”. Así, de pronto, había escrito una novela. Esas cosas que a veces no se pueden prever. Y es que en el terreno de la de la creación literaria, organizarse y prever es contraproducente.
— ¿Ha implicado esa situación algún ingrediente más emocional?
— Sí, tiene algo de despedida o de semi despedida. Tiene un trasfondo un poquito nostálgico y triste porque todos los personajes son bastante patéticos. Parece que son caricaturas, pero todos ellos tienen un punto de debilidad. Todos combinan su actuación como agentes con su vida privada, que es muy triste y muy cutre, y ahí está eso, para que cada cual lea como quiera esa doble vida que llevamos todos.