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la yoyoba / OPINIÓN

Doraemon y los debates cósmicos

3/05/2019 - 

La meta estaba en La Moncloa. Y esta carrera electoral no apta para cardíacos la ha ganado Ivan Redondo, por mucho que en las papeletas no apareciera su nombre.  Detrás de las campañas políticas apenas queda espacio para las ideologías. Todo es un juego de rol con argumentos cruzados entre House of cards, Primay Colors, el Ala oeste de la Casa Blanca y Juego de Tronos. Una estrategia del siete y medio que incita a actuar de farol para que el contrincante se arriesgue y se pase de la raya. Las promesas de los candidatos, que se cumplían o no, han pasado a mejor vida. Donde se ponga una buena mentira que impacte al respetable electorado, que se quite una promesa aburrida aunque pueda ser cierta. Los programas electorales sobre los que se sustentaba el ideario de los diferentes partidos han perdido tanto valor que algunos los han ocultado o los han hecho públicos sottovoce una vez comenzada la campaña. Sin demasiada algarabía, como una antigualla, una tradición de otros tiempos a la que nadie se atreve a darle la patada definitiva. Todavía.

La ideología ha muerto. Viva la fontanería ilustrada. Este oficio que ejercieron con relumbrón Alfonso Guerra, Txiqui Benegas o, aquí en la terreta, Ángel Franco, ha mutado. Igual que Mario Bross, los antiguos fontaneros se han reconvertido en polifacéticos aventureros de la política que han abandonado las cañerías para subirse a un Rolls Royce y codearse con las cámaras de televisión. Los asesores políticos son las nuevas estrellas del rock. Gente experimentada en cálculos probabilísticos, ilusionistas, vendedores de peines para calvos, charlatanes de mercadillo venidos a más. Los Doraemon de las campañas electorales sacan de su bolsillo mágico toda suerte de artilugios para apuntalar el discurso de los Nobita de turno. Algunos con más fortuna que otros, todo hay que decirlo. Pero hay que quitarse el sombrero ante gatos cósmicos como Ivan Redondo que supo leer con antelación la jugada de Rivera. Tú me das un libro, yo te doy un libro. Imposible saber de dónde salieron los regalos envenenados si no es de un bolsillo sideral ubicado en la boca del estómago. La contienda dialéctica de piedra, papel o tijeras se fraguaba entre bambalinas. Mientras, la sombra puntiaguda de Steve Bannon, el gran factótum de Trump y de la ultraderecha europea, sobrevolaba el plató como un pájaro carroñero a la espera de que los debatientes se despellejaran entre sí para hacer con las sobras un festín. No es la ideología, estúpido. Ni la economía. Es la mercadotecnia. No es un partido, ni un político. Es un producto de consumo fast food. Para ganar unas elecciones no basta con ser el que mejor defienda los intereses de la mayoría del electorado. Es suficiente con ofrecer espectáculo para que se divierta la plebe. Aunque sea a costa de uno mismo. El minuto de oro de Rivera, maquillado como un Poncio Pilatos de Semana Santa, parecía la enésima versión del self made man. El protagonista de una película americana que, a falta de propuestas, echa mano de su currículum y de su estirpe para ganarse el corazón de quienes le querrían como yernísimo. Con permiso de Malú. 

Y luego está Iglesias, que no necesita más gurú que su persona. A falta de cortarse la coleta, supo colocarse en un extremo del ring ejerciendo de primo de Zumosol. Enjugando con una toalla las brechas que se abrían en el pómulo de Sánchez. Buscando una oportunidad de tocar bola, de salir del banquillo en el próximo partido para demostrar que sabe jugar sin pinchar el balón. Los herederos de Mario Bross le deben un homenaje póstumo al pionero Ruiz Mateos. 

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