de la vía pa'arriba / OPINIÓN

Diumenge de rams a Elx

7/04/2022 - 

Aún no me he comprado nada para estrenar el domingo. Pero lo haré, aunque sea unos calcetines. Este domingo más que nunca en Elche estrenamos. Diumenge de Rams, qui no estrena no té mans.

Es difícil calcular cuánta gente podrá este año participar en la procesión del Domingo de Ramos en Elche. Es frecuente no dar importancia a aquello que siempre está ahí. Un Domingo de Ramos cualquiera pueden salir en la procesión de las palmas en Elche 35 mil personas. El primer domingo post pandemia, y encima esperando sol, podrían batirse todos los récords.

Hay documentos que acreditan que en 1371 ya se celebraba esta festividad. Hay un acta de marzo de 1429, conservada en el archivo municipal, que refleja que unos vecinos de Elche que habían ido a vender palma blanca a Valencia fueron encarcelados.

Hace dos años estaba todo listo para esta celebración pero no pudo ser porque se declaró una pandemia mundial y nos tuvimos que encerrar en casa. Los vendedores de palma blanca, familias de productores y artesanos que siguen la tradición de siglos de sus ancestros, las tuvieron que meter en neveras. Ese año se distribuyeron  algunas como se pudo y en muchas casas se elaboraron a modo de manualidades y quedamos todos en sacarlas al balcón a las 12. Fue muy especial la verdad, se veían ondear palmitas de cartulina, incluso hicimos oripel de papel de plata de los bocadillos y fue un momento de conexión con nuestra identidad muy curioso y conmovedor.

La tradición manda que se salga en procesión con la palma, en familia y vestidos con la ropa nueva, delante del pas de la burreta. Pero se crean otras tradiciones alrededor del hecho en sí, algunas ya particulares de cada familia. Días antes, en las inmediaciones de los puestos de venta  de palma ya empiezan a producirse rituales. Los abuelos suelen encargarse de comprar las palmas para regalar a nietos y nietas, algunos incluso  recién nacidos lucirán pequeños ramos atados con lazos de raso a los carritos de bebé. Con tiempo también se prepara la ropa para lucir y como dice el refrán, mejor si es de estreno. De hecho, antes de que las grandes cadenas textiles renovaran mercancía casi cada semana, era el momento en el que las tiendas vendían las primeras prendas de la temporada de primavera-verano.

Recuerdo además que, como la semana santa cae a veces pronto y a veces tarde, he vivido muchas procesiones de Domingo de Ramos vestida de manga corta, con la “rebequita” encima, los calcetines de hilo calado, los horrendos zapatos con cierre de pulsera blancos y un frio que pela. Mi madre nos preparaba los vestidos a las chicas, y un pantalón blanco y una camisa a mi hermano, una palma para cada uno, las chicas rizada, el chico lisa, ella y mi padre también con sus mejores galas, cada uno su palma y a la calle ilicitanos. Dábamos la vuelta en procesión y a la llegada al final, paseo por el parque municipal y foto en la puerta de toda la familia. La foto se hacía siempre tras la procesión. No era un buen momento, pero era cuando había fotógrafos. No hacían bien porque en mi caso, y seguro que en muchos otros, la foto se producía después de haber estado dos horas por ahí con la palma dando palmazos a diestro y siniestro, pegando tirones a los maléficos calcetines de hilo calados, cuya goma apretaba hasta cortar la sangre, o al contrario no había manera de llevar los dos estirados y uno siempre se iba bajando. (Las mezclas de tejidos con elástico, afortunadamente no tardaron en llegar). 

Mi madre se había esmerado intentando domar nuestros cuatro “pelicos” en una coleta alta; ahora sé que era para retirar las greñas de la cara, entonces pensaba que nos plantaba esa “palmera” en lo alto también como homenaje al día que era.

En las fotos salíamos cada uno mirando para un sitio, las palmas ya bastante perjudicadas, alguna cara de enfado porque nos habíamos ganado un “repisco” por azotar con la palma a alguna señora o pelearnos entre nosotros y mis padres con cara de póker aguantando mecha con los cuatro hijos alrededor hasta que el fotógrafo sacaba el retrato. Solo había una oportunidad y como saliera se quedaba. Ahora nos hacemos mil fotos, selfies y de todo, las retocamos y les ponemos filtro, pero algunas cosas se mantienen: Los palmazos a diestro y siniestro, por ejemplo.

Es un día además que, sobre todo ahora, se come  fuera, en restaurantes. De hecho se llenan los de Elche, del campo y muchos de Santa Pola. Las reservas este año volaban desde hacía semanas. 

Es día también de recibir turistas y es día de televisiones. Y ahora de redes sociales. La imagen de la gente con las palmas en procesión, especialmente en algunos momentos, como atravesando los puentes, son realmente espectaculares. Es frecuente cada año, al terminar la procesión, valorar si este año ha habido más palmas o menos, pronunciarnos sobre las que han sido premiadas, auténticas obras de arte y hacer un análisis particular del día. En los últimos años a veces se veían menos palmas. El otro día en una tertulia de cuaresma comentaron y creo que acertadamente, que las palmas de solapa habían ido en detrimento del espectáculo. Son muy cómodas pero no se ven en la procesión y por lo tanto no contribuyen a ese “mar de palmas”. (Con ellas tampoco das palmazos, que aunque molesto, como la goma de los calcetines de hilo, entra dentro de lo típico del día). Al acabar la jornada, las palmas que han aguantado se cuelgan en los balcones, y así hasta el año que viene. O no, ya saben, las pandemias.

Hace algunos años descubrí que las palmas se quedan blancas tras un proceso, también artesanal y ancestral, llamado “encaperuzado” que altera la fotosíntesis. Me sorprendió y me parece tan básico, tan mágico a la vez que me fascina. Las palmeras, algo tan ilicitano, han acabado convirtiéndose en las verdaderas protagonistas de la celebración que, en los evangelios y la liturgia eran la simple anécdota del saludo con ramas de árboles a la entrada a Jerusalén de Jesús.

El Domingo de Ramos de Elche fue declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional en 1997 y es, junto a la Nit de L'Albà, las fiestas o celebraciones que más he echado de menos estos dos años de coronavirus. 

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