Me hace mucha gracia el halo, el aura que se ha creado en torno a la ministra de Ciencia Diana Morant y su hipotético liderazgo en el PSPV. Apenas se la conoce, poco se sabe de ella más allá de su trayectoria en el socialismo valenciano, su alcaldía en el Ayuntamiento de Gandía y su posterior ascenso al Gobierno de España. La intriga en torno a su figura no ha impedido que se la coloque en las quinielas para ser la sucesora natural de Ximo Puig. Quien sabe si es ese aire misterioso el que provoca una ilusión desbordante entre la militancia, pero no termino de comprender tanta euforia por una política gris y con ningún carisma acreditado. Es como si el maletín ministerial te dotase con un pedigree especial, un talento innato para la política; Reyes Maroto también creía eso cuando se presentó a la alcaldía de Madrid y ahí la tienen, lidiando con los humos del socialismo madrileño desde la oposición y alejada de la moqueta del poder. Aunque un político insulso tenga un despacho ministerial seguirá siendo eso, un dirigente sin gracia cuya tarjeta de presentación estará únicamente marcada en agua por el cargo que ostenta y no por su carisma.
Diana Morant representa otro ejemplo más del tipo de políticos que abundan hoy en día, perfiles asépticos, sosos, incapaces de generar ningún tipo de viento que lleve a algún cambio sustancial en el ecosistema. En las sociedades democráticas se huye cada vez más de los candidatos carismáticos ante el miedo de que estos dirigentes degeneren en un narcisismo peligroso para las propias libertades; los países latinoamericanos nos han enseñado mal y han inoculado el reparo hacia todo liderazgo contundente y que transmita mensajes con calado más allá de la mera gestión; el régimen establecido quiere burócratas, no políticos. Todo lo que se aleje de lo habitual, de las reglas propuestas debe ser rechazado, demonizado. Han construido un relato pivotado en la moderación y todo el que no sigue el guión es apartado por un cordón sanitario calificado de extremista. El problema que hay con las simplificaciones es que se tiende a banalizar el mal, y cuando tienes que señalar con el pecado al verdadero peligro, se distorsiona el juicio confundiendo al personal. Si Javier Milei ha levantado ampollas en determinados entornos es precisamente porque representa al político outsider por excelencia; se le acusaba de ser un ultra derechista peligroso cuando es un libertario de libro. Se le equiparaba a Le Pen, a Orban o a Abascal. Que sí, que ha habido un coqueteo entre Millei y Vox, pero eso no quiere decir que compre el pack completo de la formación ultra conservadora, el problema es que el PP no es tan liberal como parece y no concuerda con su forma de hacer política.
Al sistema le interesan gobernantes vacuos que no den pie a ningún tipo de protesta o revolución. Basta con hacer un análisis frío de las circunstancias en los territorios para darse cuenta de que más allá de una mayor o menor carga impositiva, no hay grandes reformas cuando hay un cambio en los Ejecutivos. El arte de la política construyó los grandes consensos, después esos consensos son los que se hicieron con el poder dejando a un lado la política. Por eso ya no se necesitan mandatarios que ilusionen o hagan pensar a la ciudadanía sino funcionarios de ventanilla cuyo único trabajo es ejecutar meros trámites.
Que no te engañen, no hay nada por lo que estar emocionados con Diana Morant, no ha hecho ningún mérito para ello, es una política inocua y no supondrá ningún tipo de amenaza para Carlos Mazón, que salvo desastre estará ocho años al frente de la Generalitat; no por su eficacia si no por la incomparecencia de los otros. Ojo, que todo puede pasar, quizá vuelva Iván Redondo o contraten a un gurú que consiga replicar lo que los socialistas hicieron en Cataluña al convertir a Salvador Illa en un líder carismático, aunque conviene recordar que se consiguió gracias a su exposición constante al frente del ministerio de Sanidad en la pandemia. Salvo que una expedición española pise Marte, a Diana Morant sólo la vamos a ver por la televisión cuando comparezca en el Congreso de los Diputados.
Houston, perdón, Ferraz, tiene un problema.