El 11 de Marzo del 2011, Japón sufrió el tsunami más devastador de su historia. Su economía se paro en seco, y esto provocó efectos muy importantes en las cadenas de suministro mundiales, especialmente en sectores como la producción de componentes electrónicos, automóviles y acero. Una circunstancia como esta que afectó únicamente a una pequeña parte del globo terrestre, provocó importantes pérdidas en los sectores indicados a nivel mundial, como consecuencia de la ruptura de las cadenas de suministro mundiales existentes en estos sectores.
Esto nos da una idea de la interrelación económica que existe entre todas las zonas del mundo, debido al proceso de globalización que ha llegado a niveles altísimos. Para fabricar un iPhone de Apple, se requiere de toda una hazaña de logística que implica a decenas de empresas y proveedores en unos 30 países de todo el mundo. La lista de proveedores de Apple incluye no solo a las 200 empresas más importantes con las que se asocia, sino también las 753 oficinas distribuidas a lo largo y ancho del mundo. Pero estas empresas a su vez tienen otros proveedores que le suministran materiales y también componentes más pequeños, lo que nos puede dar una idea del movimiento de materiales a nivel mundial que se precisa para fabricar un iPhone.
Este podría ser el ejemplo más claro de dónde nos ha llevado la globalización. La teoría económica nos dice que la máxima riqueza se obtiene cuando las personas, empresas o países, se especializan en función de sus ventajas competitivas y luego comercian entre sí. Esta ha sido la premisa de la gran expansión del comercio y del proceso de globalización que se ha producido desde la década de los 90, hasta nuestros días. A medida que las capacidades de computación y telecomunicación se fueron haciendo más baratas y potentes, y con los ya reducidos costes de transporte y la disminución de impedimentos al comercio trasfronterizo, empezó a resultar económicamente atractivo separar procesos de producción que antes habían estado integrados y concentrados.
La dispersión de la producción en cadenas de suministro internacionalizadas empezó a ser rentable y, en muchos casos, terminó convirtiéndose en la única manera de ser competitivo. La década que precedió la gran crisis de 2008-2009 fue, en muchos sentidos, una edad de oro de la globalización, cuidadosamente reconstruida a lo largo de cincuenta años después de que la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial la destruyeran. A pesar de la crisis asiática de 1997-1998 y otras crisis financieras en otros países emergentes, la globalización se intensificó de forma marcada en la década de 1990 hasta el punto de que, para finales del siglo XX, había superado, al menos en los frentes comercial y financiero, la edad dorada de casi un siglo antes. Pero esta globalización salvaje a la que hemos llegado, provoca una fragilidad enorme en las cadenas de suministro, que se ven afectadas por catástrofes naturales como el tsunami en Japón, pero también por guerras o conflictos bélicos, conflictos comerciales entre países, cierre de empresas claves de la cadena…
Ante esta situación, el entorno esta comenzando a cambiar en los últimos años por diversos factores, además de esta fragilidad de las cadenas de suministro: En la mayor fabrica del mundo que es China, se ha incrementado los sueldos de una manera significativa, perdiendo parte de su ventaja competitiva. Cada vez la demanda del mercado se dirige más a productos personalizados, de manera que las empresas deben disponer de una gran gama de productos y una venta pequeña en unidades por cada uno de ellos, y esto es muy complejo fabricarlo en una cadena de suministro tan extensa geográficamente.
Las reacciones antiglobalización que se están produciendo en diversos países en los últimos años, destacando en los EEUU con el acceso a la presidencia de Donald Trump. La existencia de una mayor conciencia medioambiental, que se enfrenta radicalmente al elevado coste de transporte de los materiales en esta cadena manufacturera global, que implican unas emisiones de CO2 enormes, en comparación a la fabricación y suministro local de los productos. El proceso de automatización a través de larRobótica y la Inteligencia Artificial, esta restando competitividad a aquellos países que tenían menores costes laborales. Incremento del precio del petróleo, que se ha producido desde en la última década, encareciendo mucho el coste de transporte de mercancías.
Estamos por tanto ante un proceso de DESGLOBALIZACIÓN, y que ha sufrido un impulso inesperado como consecuencia de la crisis del virus Covid-19. En estos momentos, en pleno centro de la tormenta que ha provocado la propagación del virus en todo el mundo, nos encontramos con innumerables centros productivos parados, lo que esta provocando un verdadero parón en muchas cadenas de suministro, y una crisis del sistema sin precedentes. Por no hablar de la crisis de suministro de material sanitario que se está produciendo, y cuya única solución es el acceso a los mercados asiáticos donde se fabrican estos productos, cuyo proceso esta siendo muy complejo, y que sería mucho más sencillo si dispusiéramos de fabricación nacional de estos productos. En mi opinión, si este proceso de desglobalización se impone en el futuro, sería una buena noticia para la industria española, especialmente en los sectores tradicionales (calzado, textil, juguete,…) tan presentes en nuestra provincia, que podrían volver a tener el protagonismo de antaño.
José Manuel Belda, socio director de Evalue Innovación.