¿Será que es cierto que nos resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo? El pensador y crítico cultural Mark Fisher trabajó siempre en ello. Comprendió por qué nos sucede que cualquier propuesta para ir más allá de la precarización existencial, del pandémico empeoramiento de la salud mental, de un control social que se ejerce ya mediante herramientas propias de la ciencia ficción, del bucle vida-trabajo, del ultraconsumo de la ultraapariencia, se estrella contra los muros invisibles de esta jaula que frustra cualquier sueño de emancipación. Por eso, a siete años de su suicidio en el tiempo en que impartía un curso de posgrado en Goldsmiths, Universidad de Londres, las lecciones ofrecidas en esas clases magistrales que ha transcrito y publicado Caja Negra Editora tienen tantísimo valor: porque las cosas no han ido a mejor sino todo lo contrario, y la voz de Fisher, que conectó tanto con el pensamiento de quienes comenzaban el sueño de la independencia cuando todo se desmoronaba en dos mil ocho, es más necesaria que nunca. Será ese el motivo por el cual leerlo en modo docente (no ensayista o activista) en este Deseo postcapitalista. Las últimas clases, en una noche en la que se ha cometido el error de revisar el correo después de cenar —e incluso de abrir una factura electrónica de la luz—, resulta balsámico. Es difícil de explicar. Con traducción de Maximiliano Gonnet, el maestro reflexiona acerca de nuestra situación: la estasis frenética, la historia, que tiene lugar en el presente y no en el pasado, el aspecto libidinal que nos hace desear los productos del capitalismo que buscamos dejar atrás, la interseccionalidad que en lugar de ser una respuesta colectiva se ha degradado al nivel de una interminable discusión desde puertos identitarios en Twitter (ahora X), la melancolía de la izquierda, la política folk que aspira a soluciones hiperlocales que portan el fracaso en su propia concepción, o la trampa en la que todos nos encontramos atrapados, y que en pasaje, tan brillante y valioso como todo el libro, se revela a la perfección:
“Mark Fisher: Digamos que terminé mi jornada laboral y me voy a casa. ¿Voy a volver a salir de casa? ¡Estoy cansado! Luego terminé mi segunda jornada laboral: trabajé todo el día y además de eso hice el trabajo doméstico (que sigue siendo realizado mayoritariamente por mujeres). Así que hice todo esto, ¿y voy a querer salir a tomar conciencia? Sí, está bien, pero... estoy un poco cansado.... [Risas.] Podemos reírnos, pero todos hacemos esto. Todos experimentamos formas de esto. Es como comer saludable o algo así. Sabemos que es mejor para nosotros, ¿pero por qué no lo hacemos? Puede que sepamos cosas, pero no somos capaces de actuar en consecuencia. Pero no seamos tan duros con nosotros mismos. La pobreza de tiempo es real. ¡Y eso es lo que han hecho! ¡Por eso quieren esta escasez de tiempo! Como decía Marcuse, todos podríamos estar trabajando hoy mucho menos, y esa es la locura de esto, ¡la locura total del sistema capitalista! [Los capitalistas] producen una escasez artificial de tiempo para producir una escasez real de recursos naturales […] Es la producción de mercancías espurias que que nadie quiere, como pantuflas con cara de cocodrilo o que sea... Vemos ese tipo de cosas y pensamos en la cantidad de trabajo invertido en ellas; en la cantidad de esfuerzo que ha implicado transportarlas de donde sea hasta llegar a Lewisham, donde valen menos de una libra y nadie las quiere... [El capitalismo] tiene que inhibir continuamente la capacidad de tomar conciencia, y ha hecho un muy buen trabajo. Se trata entonces de un tipo generalizado de pobreza de tiempo. Y, por supuesto, la conciencia no puede desarrollarse en estas condiciones. Porque la conciencia no es automática. Ese es el punto. ¡No es inmediata! Inmediato es otra forma de decir automático. La conciencia siempre es vulnerable, ese es el punto […] Por eso requiere este tiempo de reconfirmación constante. Para el capitalismo, lo ideal es que nos den las cosas en nuestro propio tiempo. Imaginen si se pudiera inventar algo así, un entorno en donde pudiéramos distraernos infinitamente; donde, en cualquier parte del mundo y en cualquier momento, nos pudiéramos ver alcanzados por los imperativos del capitalismo... ¡Imaginen una cosa así! ¿Qué aspecto tendría?
Estudiante #10: ¿Un teléfono móvil?”.