ALICANTE. Hace unos días una amiga que es guía turística me dijo que cuando los turistas visitan Alicante y van a ver a la Concatedral de San Nicolás, no visitan el claustro porque no saben que existe, ni hay panel que lo mencione dentro de la iglesia. Para ella es una de las mejores partes de esta, tan desconocido. Y no sólo por turistas, sino también por muchos alicantinos.
Ya sabe eso que dicen que cuanto más cerca tienes de casa un monumento, pierdes el interés de visitarlo. Pregúntese por un dato, ¿cuántas veces ha visitado el castillo Santa Bárbara en Alicante? ¿Y el castillo San Fernando?, el gran olvidado. Reformado con fondos europeos, pero sin uso, sin instalar allí oficina municipal o autonómica que de vida al castillo y a la zona. Ya lo he comentado antes en una de estas crónicas. Pocas ciudades tienen dos castillos y Alicante que los tiene, deja abandonarse a uno de los dos.
Pero permita que vuelva con el claustro de San Nicolás. Otro dejado de la mano de Dios, nunca mejor dicho. Lugar originario para el sosiego, los pasos perdidos y la oración, quizá por la construcción de las salas de uso cultural que hay junto al claustro desde la calle, lo tapa y contribuye a su anonimato.
El claustro de la Concatedral de San Nicolás está construida en uno de sus lados. La iglesia se construyó donde antes había una mezquita. Cuando D. Alfonso de Castilla, quien sería el rey Alfonso X el Sabio, tomó posesión de la ciudad derrotando a los árabes, encontró una mezquita en la campiña, extramuros, sobre la que decidió construir esta iglesia a favor de San Nicolás al ser este el día que conquistó la ciudad a los moros.
Y con la iglesia, se construyó el claustro. Para comenzar sus obras “se derribó en 1634 la torre campanil que fue construida de acuerdo con D. Pedro IV de Aragón, encontrándose entre sus ruinas algunas piedras de piramidal magnitud que presentaba la forma de pilastras, con una esfera por remate, en cuya circunferencia había grabada una cruz redonda”, según cuenta Viravens en su crónica. Estas piedras procedían de las almenas de la casa palacio en la que vivieron los monjes guerreros de la Orden de los Templarios contigua a la mezquita donde se construyó la iglesia de San Nicolás. Después que desapareciera esta Orden por Bula del Papa Clemente V en 1307, se derribó su casa mencionada utilizándose sus materiales para la construcción de la torre mencionada.
Para su construcción el Rey Felipe IV firmó una Real Orden en 1634 autorizando al Concejo de Alicante para que destinara los cuatro dineros que por acuerdo del Municipio había sobre la carne. Este impuesto tenía un rendimiento anual de 1300 libras. Con el importe de este impuesto y los donativos de particulares se cubrió el presupuesto de gastos de las obras.
El claustro “es un cuadrado de 31 metros 10 centímetros de longitud por 28,18 m de latitud, en el que se extienden cuatro espaciosas galerías”. El cronista añade que “en el patio del claustro se formó un huerto que llegó a ser la delicia de nuestros mayores pues en él había limoneros, naranjos, yedras, arrayanes y multitud de flores”. En la actualidad una fuente queda en el centro rodeado de ocho columnas de piedra y cimborrio metálico”. En el jardín, hoy hay setos y árboles frutales de adorno.
El propio claustro tiene una preciosa puerta barroca esculpida en piedra por donde se accede a la Capilla de la Comunión, pero de esta quizá le cuente en otra ocasión que hay mucho e interesarse que narrarle, ya verá entonces.