El PP es la casa de los líos. Son incorregibles. No tienen remedio. Cuando todo pintaba bien para la derecha, Casado y sus niñatos la pifian. Sus votantes asisten a este sainete con estupor. No habrá un lugar del mundo en el que puedan esconderse si el Gobierno de los ricos se perpetúa tras las próximas elecciones
VALÈNCIA. Hay gente que me quiere mal. Con escaso fundamento sostiene que soy un pijo, como si serlo fuese un delito. Reniego de esta etiqueta, que considero imprecisa e injusta. No creo que por mirar con gafas de Oliver Peoples, vestir a veces de Hugo Boss y Gant y tomarme unos vaqueritos de güisqui con mi amigo Sergio en Aquarium, se me pueda catalogar, arbitrariamente, de pijo.
Pero si esas personas maledicentes y malévolas se empeñan en difundir el bulo, al final tendré que dar mi brazo a torcer. No se puede luchar contra los elementos. Sólo pido que si he de ser pijo, serlo de los de toda la vida, de los que ocultan la mirada con unas Ray-Ban, visten Levi’s y calzan castellanos, con el jersey Lacoste sobre los hombros. Y la pulserita, no olvidemos la pulserita. Lo que no soportaría, bajo ningún concepto, es que me emparentasen con el pijerío de izquierdas, con gente como el niño Errejón y el acaudalado Martínez Dalmau. Por ahí no paso ni pasaré.
Antes, cuando las cosas estaban medianamente claras, un pijo, para ser reconocido como tal, mostraba saludables e indudables inclinaciones por la derecha. Durante años votó al PP hasta que emergió el ciudadano Albert. Desengañado de las bandazos del catalán y de su sucesora, la niña Arrimadas, duda ahora entre apoyar a la derechina del joven Casado o a la hiperbólica de Santi el Asirio.
Si al final me tengo que hacer pijo, lo seré con todas las consecuencias, o sea, olvidando mis reparos iniciales. Y desde mi atalaya privilegiada ejerceré de perspicaz observador de la vida política. Convendréis conmigo en que el último sainete de la política nacional es el lío montado en la casa encantada del PP (Génova, 13), al parecer tomada por espíritus malignos. Es la casa Usher de la que los conservadores deberían huir cuanto antes, sin olvidar el pago de la plusvalía correspondiente, como así ha acordado esa humorista sevillana con tanto salero, María Jesús Montero, punta de lanza de una partida de bandoleros que asalta a los contribuyentes en cualquier cruce de caminos.
“Casado, Teo y Cuca han de saber que su electorado no les va a perdonar que antepongan sus intereses a los del país”
Aunque el lío del PP pueda ser divertido a primera vista, no lo es en absoluto. Más bien es un espectáculo bochornoso. El acoso y derribo de la dirección de Génova contra doña Ayuso es uno de los errores más estúpidos que se recuerdan. El joven Casado, víctima de un ataque de celos y preso de la teocracia de su partido, logrará lo contrario que se propone. El liderazgo de doña Ayuso se verá reforzado no sólo en Madrid sino en el resto de España. Pero además, con su estrategia alocada, el líder conservador está minando la confianza de los votantes en su organización, que sigue siendo imprescindible para forjar una alternativa eficaz al Gobierno del presidente maniquí.
Si no sabes gobernar tu casa, ¿cómo vas a gobernar tu país? Luego, los periodistas del dedo meñique erecto y el pelo tintado, los defensores de un liberalismo españolísimo, leonino y fantasmón, se extrañan de que el personal se pase al lado oscuro de la fuerza.
Casado, Teo, Cuca y toda su tropa de niñatos y chiquilicuatres, como muy bien los definió mi admirada Esperanza, han de saber que su electorado no les va perdonar que antepongan sus intereses a los del país. Son, además, unos ingenuos por creer que ya le han ganado la partida al Dorian Gray socialista. No saben con quién se están jugando los cuartos. Las elecciones se ganan en las urnas, no en las encuestas. El guaperas de Tetuán, valiéndose del maná europeo —si es que llega algún año—, puede robarle la cartera a Casado, y ya serían tres veces.
Si esto sucede, si por culpa de la impericia y la chiquillería de unos niños consentidos y caprichosos, el Gobierno de las élites se perpetúa tras las próximas elecciones generales, habrá que correr a gorrazos a Pablo y Teo hasta verlos desaparecer por las calles de Palencia y Murcia. Ellos verán lo que hacen. Menos mal que entre tanto irresponsable queda aún gente con sensatez, como Carlos Mazón, abierto por fin a negociar con la muchachada de Santi el Asirio.
Mazón, a diferencia de otros compañeros de partido, sabe de matemáticas. Cursó la EGB. Por eso le saldrán las cuentas la noche electoral en que don Ximo y la bruja del cuento pierdan el poder. Lo de Mazón se llama realismo, virtud que distingue a los políticos inteligentes de los que no lo son.