BENIDORM. Lo que hace el poder, el gobernar con la perspectiva (subjetiva) de que esto puedo durar. El congreso del PSPV ya no es lo que era, aunque sigue teniendo costumbres contrarias a la digitalización: las decisiones importantes, la de la confección de las ejecutivas y el reparto de puestos en el comité nacional -donde se toman las decisiones más importantes- se siguen considerando de noche. Pero esta vez, el PSPV se lo ha tomado en forma de relax: el sitio elegido para el cónclave, un hotel, el Bali, un icono de Benidorm, en el que los delegados se entrecruzan con los turistas con sus carnes al sol, en su mayoría, británicos, lo dice todo. Todo es demasiado relajante para ser el PSPV.
Aunque ya gobernaban en el anterior cónclave, en 2017, Puig tenía por entonces un rival, teledirigido de Ferraz, un desconocido Rafa García, al que la militancia había apoyado casi un 40% en las primarias previas al congreso. Cuatro años después, no hay nada. Bueno sí, una pequeña delegación de abalistas que muestran su enfado por no haber sido llamados a consultas para erguir la cabeza y sacar pecho. Eran poco más de las 10 de la mañana cuando había acabado su intervención la ministra Diana Morant, y procedía a tomar la palabra el presidente de la CEV, Salvador Navarro, cuando esa delegación decidió expresar su malestar y salirse del plenario para exhibir su descontento. Con Mercedes Caballero a la cabeza, muleta en mano, recorría la terraza del hotel, entonces ya atiborrada de turistas que miraban perplejos el panorama -"mi no entender nada", debió decir más de uno, cual niña de una clase que recorre el patio del colegio porque no le pasan la pelota o no le dejan salta a la goma-. El movimiento se convirtió en la comidilla de los delegados.
No hubo mucho más. Bueno, sí. Antes de sainetillo -así lo vieron muchos-, con peligro de salpique a la delegación sanchista de Alicante, se produjeron dos escenas que retratan la nueva situación del PSOE y del PSPV, y el nexo de unión de ambos. No son todavía las 9.30 horas. Llega la secretaria de Organización del PSOE, Adriana Lastra, al hotel Bali y salen a recibirle el mismísimo Ximo Puig, y la flamante ministra de Ciencia, Diana Morant. Puig clásico, americana gris y tejanos; Morant, pantalón de tela negra, de campana, y jersey a rayas chevron, blanco y negro. Les acompañaban José Muñoz y Ana Barceló.
Minutos después llega el otrora topoderoso José Luis Ábalos al congreso. Apenas una decena de delegados le reciben, entre ellos, la propia Caballero, su baronesa de Valencia, Rafa García y Juan Carlos Fulgencio acompañaron al ministro al plenario. Por unos minutos, pues con el sainetillo, se quedó solo, y en segunda fila. Acaba la intervención de Ximo, pasadas las 13 horas, Ábalos abandonaba el cónclave con más pena que gloria, con los suyos y ya sin el halo de cámaras y micrófonos que fueron a su encuentro. En cuestión de meses, desde la remodelación del Gobierno de Pedro Sánchez, y el congreso federal de València, el PSOE es otro, y el PSPV también.
Y eso fue lo más significativo de la jornada, más allá del ir y venir que se ha convertido la terraza del Bali, repleta de turistas, según la intensidad del sol, y con un constante hormigueo de militantes para dentro y para fuera. Y es que este cónclave es, ante todo relax. Lo dicen los movimientos, y los números. Hay 500 delegados, pero 1.000 invitados, que aprovechan el escenario elegido, el hotel y buen tiempo, para departir, compartir y reencontrarse con enemigos pasados, y del presente. La apariencia no esconde históricas contiendas.
El congreso se celebra en un edificio separado del hotel, por lo que hay un continuo goteo de gente que entra y sale. Y a quien no le interesa el congreso, que hay muchos, están en la terraza tomando café, o una cerveza, y saludando y dialogando. El bar es el ágora de la felicidad socialista Por la noche, cuando la actividad decae, el congreso es un parque temático de la fiesta y el desenfreno. Se apagan las luces, y también las cámaras. Y lo que allí pasa, allí se queda. En todo caso, los periodistas hurgan en la barra para ver si sacan algún nombre de la ejecutiva o del comité nacional. Pero poco más. El pescado está vendido. Falta saber si salta la sorpresa en forma de lista alternativa para buscar la espacios a la heroica. La madrugada minó esta opción finalmente.
Sólo el nombramiento de Rubén Alfaro como responsable de Relaciones Institucionales del PSPV, en lugar de Fernández de Bielsa, genera algo de debate por si el ximismo, con esta maniobra, ha intentado romper el tándem que en Alicante forman el sanchismo de Alejandro Soler y Alfaro -frente a una hipotética candidatura ximista liderada por Toni Francés-, o si los fieles de Ernest Blanch en Castellón tienen preparado algo. También merodea la leyenda de que ese puesto era para Rafa García, y que alguien ha incumplido la palabra ¿Qué pasará en las horas que faltan? Sólo la confección de la ejecutiva y el café para todos, como en 2017, pueden aplacar o aplazar lo que siempre fue el PSPV, una caja de sorpresas. En eso no ha cambiado, el mercadeo de nombres siempre se produce con nocturnidad. Pero de momento, todo demasiado es relajante para ser el PSPV, en el que Diana Morant es la estrella, y José Luis Ábalos, un cromo repetido (o un bulto sospechoso), como prefieran.